28 de abril de 2012

No sufrió nada...


Ante el fallecimiento de un ser querido, cada vez es más frecuente escuchar "bueno, al menos no sufrió mucho". A mí me parece un consuelo bastante pobre. La muerte es la culminación de una vida, su capítulo final. Al poner nuestro consuelo en que el finado no sufrió evidenciamos en primer lugar que uno de nuestros valores superiores es evitar el sufrimiento. Además, no sufrir es algo que -contando con las sedaciones paliativas- sucede o no sucede, y por lo tanto queda fuera del alcance de quien muere. Morir bien, por lo tanto, sin sufrir, es un hecho que queda al margen de su voluntad y de su vida, al albur del sino, del fatum.

En otras épocas el consuelo frente a la muerte era más magnánimo: murió como un valiente, murió con las botas puestas, peleó como un jabato. O más vocacional: cumplió su misión, llegó a la meta, murió por la causa.  O más religioso: ya está con Dios, se reunión con sus mayores. O más familiar: murió rodeado de los suyos, dejando una familia amplia y feliz.

Y eso porque los hombres de otras épocas -tan salvajes ellos, tan cerriles y poco modelnos- tenían una visión un poco más rica de la vida y la muerte, al servicio de algo grande: el bien, la virtud, Dios, una causa, la familia. Y no como una huida hacia delante, tantas veces desesperada, de cualquier dolor.

Ante el fallecimiento de un ser querido, entiendo el consuelo de "no sufrió", pero anteponerlo a consuelos tan bonitos y humanos como los aquí mencionados me parece una infantilidad. En cualquier caso, hay otro consuelo aún peor: "no se dió ni cuenta". Socorroco.