28 de mayo de 2014

Ensalada de zozobras



Chemari decía una frase a la que muchas veces me agarro para no hundirme en la más profunda de las depresiones. Sobre todo porque es cierta. "La gente es mejor que sus ideas". Pues menos mal, añado yo, porque en general tienen pocas y malas. Para tener ideas hay que pararse, escuchar, leer y esforzarse. Algo a lo que no está acostumbrada el 95% de la ciudadanía (mola la palabra, claro que sí).

No entiendo la euforia con el tema de aprender inglés, sobre todo cuando es protagonizada por verdaderos analfabetos. No saben hablar ni escribir en castellano. Por supuesto, no leen. Pero están muuuuy interesados en dominar el inglés.

Desde el sábado pasado tengo la conexión de datos del móvil apagada. La conecto un par de veces al día para atender los mensajes. Recomiendo la terapia. Uno se ahorra muchas pérdidas de tiempo, y, sobre todo, mucho ruido. No a la obesidad digital y comunicativa.

Hay pelmas a los que descubrimos tras diez o quince minutos de conversación. Otros se desenmascaran solos a los quince segundos... son los verdaderos fenómenos, los profesionales. No ha pasado ni un minuto desde que los conocemos y ya mientras le miramos y sonreímos, pensamos, "menudo tío más pesado". Y luego está el que encima te da golpecitos en el antebrazo cuando te habla.

Para darle un toque positivo al post, os cuento que esta semana he cerrado tres proyectos ilusionantes que me propuse en verano: la catequesis de confirmación con alumnos, el programa de radio en la universidad, y el equipo de fútbol con compañeros del trabajo. Han sido un exitazo. Este verano planearé otras cosas. Lo recomiendo vivamente: tomar helados por las tardes de julio y agosto pensando cosas divertidas que nos apetece hacer el próximo curso, y, llegado septiembre, ponerse manos a la obra.

18 de mayo de 2014

Lotófagos

Os copio un artículo que publiqué hace dos semanas en el Diario Las Provincias. Tomo ideas de una entrada antigua del blog, algo más desarrollada. Pau, el tono no es muy positivo, lo siento :-(



En su retorno a Ítaca, uno de las pruebas que debe superar Ulises es el tránsito por la isla de los lotófagos. Los habitantes de esta misteriosa isla se alimentan de ciertos lotos, con unas propiedades amnésicas, que les hacen olvidar su identidad: quiénes son, de dónde vienen, a dónde van. Quien come los lotos experimenta una sensación de felicidad y ligereza, pero al precio de renunciar a sus raíces y a su destino. A los pocos días de llegar, Ulises constata con sorpresa las nefastas consecuencias de la dieta de la isla: los hombres de su tripulación se han convertido en lotófagos, y renuncian a continuar su viaje de regreso a casa.

Tras varios años de estudio sobre los riesgos que los adolescentes afrontan frente a las nuevas tecnologías, y tras más de sesenta charlas en colegios, asociaciones e institutos, he llegado a la conclusión de que el principal peligro de Internet y las tecnologías digitales es el mismo que afrontó Ulises en la isla de los lotófagos: la distracción, la amnesia, el olvido. Y si este riesgo nos acecha a todos los usuarios de la Red, los adolescentes son quizá el público más expuesto. Por su menor capacidad de resistencia, su menor madurez y su menor criterio.

Pensemos qué ofrece a los marineros la isla de los lotófagos: despreocupación, entretenimiento, placer. Exactamente lo que tantas veces buscan los jóvenes –y no tan jóvenes- en Youtube, Instagram o Twitter. Las nuevas tecnologías nos ofrecen de modo fácil mil maneras de evasión, ya sea en forma de entretenimiento, información, comunicación con otras personas… Pero, ¿a qué precio?, debemos preguntarnos. Tantas veces, al precio que pagaron los compañeros de Ulises: el de olvidar nuestra identidad, nuestra proveniencia, nuestro destino.

Este precio, además, lo pagamos a todos los niveles. A nivel superficial y diario, cuando abrimos Internet para hacer algo concreto, y lo cerramos media hora después sin haber hecho aquello que inicialmente nos propusimos. ¿No les ha pasado nunca? ¿No es esto ser pequeños lotófagos digitales?

Pero el precio no acaba ahí, en esa calderilla de tiempo desperdiciado. El precio también se paga en billetes grandes, a nivel profundo y existencial. Un uso intemperante de Internet mina la capacidad de concentración; empeora el rendimiento escolar o profesional; debilita las relaciones personales. En la Red todo es rápido, fácil, fugaz. Pero hay muchas cosas que valen la pena que requieren tiempo, trabajo, constancia: precisamente esos hábitos que el uso de Internet desincentiva. Es más, todas las cosas grandes que uno puede heredar o conquistar en la vida –nuestras raíces y nuestro destino-, han requerido o requieren esa combinación de tiempo, energía y paciencia.

¿Es Internet una buena escuela de estas actitudes? La respuesta nos la da una mirada sincera y sin optimismos ingenuos a una amplia mayoría de adolescentes y jóvenes de hoy: no son capaces de leer media hora seguida sin interrupción; de mantener una conversación sin mirar constantemente el móvil; o de visitar un museo o contemplar una puesta de sol sin hacer fotos compulsivamente con su teléfono móvil. No han leído a Cervantes ni a Delibes, les aburre John Ford, no distinguen a Mozart de Beethoven. Ah, y tampoco quieren cambiar el mundo. No tienen tiempo para eso, tienen que twittear y ver videos de risa en Youtube.

Quizá alguno, leyendo estas reflexiones, me tildará de apocalíptico tecnológico, o de pájaro de mal agüero digital. “Estos jóvenes tienen otra sensibilidad, leerán otras cosas, construirán otras cosmovisiones”, sostienen. A quien así piense, le invito a leer detenidamente una de las más brillantes distopías de la primera mitad del siglo XX, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que describe muy bien qué sensibilidad estamos desarrollando. Si Orwell o Bradbury temieron un futuro oscuro donde estuviera prohibido pensar y los libros se quemasen, Huxley, más certero, imaginó una sociedad donde no hiciera falta prohibir o quemar libros, porque ya nadie quisiera leerlos. Temió el advenimiento del reino de los lotófagos: una sociedad adolescente, irrelevante, banal y autosatisfecha. Una sociedad sin raíces ni proyectos; sin sufrimiento, pero sin sentido; divertida, pero intrascendente. Para no olvidarse nada, Huxley también imaginó lotos: el soma, una droga que los hombres del futuro consumen para olvidar su tristeza y su vacío existencial.

Seamos realistas: en gran parte, ese futuro temido por Huxley ha llegado. Los lotófagos ya están aquí. ¿Volver a Ítaca? ¿Con lo bien que estamos aquí?


No pretendo con estas líneas negar las maravillosas oportunidades que Internet y las tecnologías digitales nos ofrecen. Pero olvidar que dichas herramientas tienen sus riesgos, especialmente para los adolescentes, me parece una ingenuidad. Debemos, por lo tanto, defendernos de la fuerza atractiva de Internet, luchando cada día contra la distracción permanente y contra la amnesia de los grandes ideales, que su uso tan a menudo produce. Ignorar estos riesgos, y no prevenir a los más jóvenes frente los mismos, implica abandonarles a la fuerza todopoderosa de las industrias del entretenimiento y de la disgregación. Tengamos el valor de defendernos y de defenderles, como hizo Ulises. No podemos defraudarles, abandonándoles en la isla digital de los lotófagos.

2 de mayo de 2014

Turismo hortera



Uno de los síntomas más claros de la agonía de la universidad es el destino de la mayoría de viajes de fin de carrera. ¿Praga? ¿Roma? ¿San Petesburgo? No señor. Acapulco, el Caribe, Varadero, Riviera Maya. El estudiante, para descansar y aprovechar su tiempo libre, no pretende aprender, sino divertirse. Ya no busca cultura, belleza, Historia. Busca playa, sol, mojitos y daikiris.

Cuando tildo a mis alumnos de horteras y simples al elegir dichos destinos, me contestan: "Tenemos que descansar, después de cuatro o cinco años estudiando". Y yo pienso: "A lo mejor lo que tenéis que hacer es empezar a cultivaros, después de cuatro o cinco años bebiendo y bailando". A veces se lo digo, a veces no: depende de la confianza que tengamos...