11 de septiembre de 2014

Deshacer la maleta y tomar pinchos



Me he dado cuenta de que me gusta deshacer la maleta. Lo que no significa que no me dé pereza. Cuando vuelvo de viaje y entro en la habitación, siempre se me hace cuesta arriba abrir la maleta e ir dejando cada cosa en su sitio. Me da pereza, se me hace cuesta arriba... pero me relaja y me gusta. Cada cosa va volviendo a su lugar en el armario, en el altillo, en un cajón. La ropa sucia, al cubo. Finalmente, llevo la maleta vacía al trastero. Y, cuando la habitación queda recogida y la maleta desecha me quedo en paz. El viaje ha terminado. Vuelve la rutina. Las cosas descansan en su lugar, y yo con ellas.

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Cada vez tengo más trabajo burocrático, hasta el extremo de que hoy me he sorprendido corriendo por un pasillo de la universidad para ganar tiempo. Correos, formularios, problemas y gestiones se agolpan a mi puerta como balones de rugby impredecibles y sin control. Pues bien, no perdono el café o los pinchos con compañeros -sin abusar, claro. Hoy le comentaba a J., compartiendo unos quintos y un pincho de tortilla para celebrar su cumpleaños: "Oye, hacemos más universidad aquí tomando pinchos que en el despacho atendiendo mails y enredados con la burocracia". Y está claro, es así.