29 de mayo de 2015

No debo nada a mis padres



Hoy pensaba que no debo nada a mis padres. Ni a Dios, por cierto. Puede sonar fuerte o presuntuoso, pero es totalmente cierto. Sin glosas ni notas al pie. No les debo nada.

Pero claro, voy a explicarlo para no parecer un descastado. No les debo nada porque son buenos padres. Porque me quieren mucho, y me quieren de verdad. Y el amor verdadero es un amor gratuito, que no pasa facturas, ni a corto ni a largo plazo. Es un amor que deja libre, y no un favor de prestamista o inversor, que con el tiempo exige intereses o un retorno en la inversión.

Cada vez es más difícil encontrar gente que nos quiera así, a fondo perdido, sin pasarnos la cuenta a la vuelta del tiempo. Cuántos padres, por ejemplo, quieren mucho a sus hijos, pero les cargan de numerosas exigencias y expectativas que el hijo tiene con el tiempo que colmar, y tantas veces pesan sobre el niño como una losa, o dejan en su corazón un poso de amargura durante años. Pues bien, no es mi caso, nunca lo ha sido. Yo no debo nada a mis padres.

Solo tengo una deuda con ellos, que se llama, muy acertadamente, deuda de gratitud. Y se llama así porque se ha contraído gratis, y además porque nunca puede saldarse.

22 de mayo de 2015

Sugerencias para la noche electoral



No sé si algún político tendrá la desfachatez de decir este domingo en la sede de su partido la ya manida frasecita: “Esperamos no defraudar a quienes han depositado en nosotros su confianza”. Por mi parte, sugiero las siguientes alternativas, más sinceras, si de lo que se trata es de regenerar la vida democrática, lo que bien puede comenzar a hacerse llamando a las cosas por su nombre.

Esperamos no defraudar al Fisco”. Este sería un comienzo inmejorable, verdadera declaración de intenciones de quien al día siguiente se dispone a tomar posesión de la llave de la Caja. En caso de duda, siempre se puede añadir en voz baja la partícula “más” después del verbo defraudar, como hace José Mota en alguno de sus esqueches.

Dejando a un lado las arcas públicas y volviendo al electorado, mi primera sugerencia sería la siguiente: “Esperamos no defraudar a quienes han desconfiado menos de nosotros que de los demás”. Frase sincera y plenamente ajustada a la realidad social, como bien saben los consejeros áulicos –o fontaneros- que interpretan sesudamente las encuestas.

Otra alternativa, que omite el verbo defraudar –nótese que para defraudar debe haber expectativas de algún tipo, lo que hoy en día es altamente dudoso-,  podría ser: “Esperamos no profundizar la decepción de quienes nos han votado porque no les ha quedado más remedio”. Cuántos votantes se sentirán interpelados por tan honesta proclamación…

En cuanto a los partidos de nuevo cuño, quizá su apelación podría ser la siguiente: “Esperamos no defraudar a quienes han depositado en nosotros su cabreo”. Apasionante futuro próximo el de aquél que ha sido llamado a canalizar el cabreo ciudadano en las instituciones, que ineluctablemente se plasmará en histriónicas actuaciones parlamentarias.  Ante esta perspectiva, uno se acuerda de Ortega, y de las tres cosas que entendía que un diputado no debía hacer en sede parlamentaria: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí... ¿Veremos alguna trifulca o pelea en nuestros Parlamentos en la próxima legislatura, como hemos visto algunas veces en las Cámaras de países como Venezuela, Turquía o Ucrania? Al tiempo.

Finalmente, brindo a los candidatos de siglas más tradicionales mi postrera afirmación: “Esperamos no cabrear aún más a aquellos a quienes todavía no hemos espantado”. Eso sí que es un programa político de alguien que quiere mantenerse en el centro del espectro político…

Para concluir, prometo que si algún político ganador, entre los brindis de cava –o calimocho, que todo se andará-, pronuncia una de las frases que aquí compendio en su noche electoral, mi fe en la regeneración democrática de este país dará un salto importante. Por el contrario, si escucho la monserga de “depositar en nosotros su confianza”, apagaré la televisión con el convencimiento de que por el momento seguimos igual. Entonces a lo mejor sí me apunto al calimocho, a ver si me ayuda a conciliar mejor mis sueños de regeneración democrática…

4 de mayo de 2015

Elogio de la soledad



Detecto en mi una extraña sensación. Me molesta recibir llamadas de teléfono. A veces me escondo en la biblioteca a estudiar, para que no me interrumpan y me distraigan (amigos, alumnos, compañeros). "Te he buscado varios días en el despacho, y no he dado contigo", me dijo un compañero. "Me alegro, de eso se trata", le contesté con una sonrisa. Claro, nadie imagina que un profesor pueda estar en una biblioteca. Es insólito.

Esta Semana Santa estuve de viaje en Portugal con unos amigos. Se abrió un grupo de wasap, al efecto de compartir fotos y comentarios entre los que fuimos y quienes se quedaron en casa. No me metieron en el grupo. Y oye, en lugar de enfadarme (¡me ignoran! ¡no cuentan conmigo!), me alegré enormemente. Me callé como un muerto, no fueran a darse cuenta del olvido y a meterme. (Salir de un grupo de wasap de amigos es realmente jodido, es como una ofensa al sentido de la amistad.)

Conclusión: me gusta estar solo. No siempre, claro; pero a veces sí. Y en esta sociedad del coleguismo, el jajismo, el buenrollismo, y la omnipresente presencia de amigos y conocidos a través de las redes, cada vez resulta más complicado.

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En la cola del Mercadona, un señor da su DNI a la cajera y deletrea: T de torrezno. Al tío le traicionó su subconsciente...