El feminismo de primera generación (Simone de Beauvoir and Co.) trató de igualar a la mujer en los valores tradicionalmente masculinos (animus): competitividad, mercado, agresividad, independencia. "Las mujeres también pueden competir y demostrar en el mercado su valía", nos decían. "También pueden llevar pantalones y tener una cuantiosa cuenta corriente". Para este feminismo liberal las tareas asociadas tradicionalmente a la mujer (el anima) eran inferiores, un yugo insoportable del que había que liberarse: el trabajo en casa, la delicadeza, la dependencia, la educación de los hijos, el cuidado de los necesitados (bebés y ancianos), la sensibilidad. La maternidad era una carga genética que esclavizaba a la mujer. Los anticonceptivos y el derecho al aborto se convirtieron, pues, en uno de los caballos de batalla de estas feministas liberales. "Líbrate de los roles que la sociedad patriarcal te ha impuesto. Sal de la cocina." Así, se sacrificaron los valores tradicionalmente femeninos en el altar de la igualdad.
El feminismo de segunda generación (Ballesteros, Glendon), el neofeminismo, defiende los valores típicamente femeninos, los del ánima, como los propiamente humanos. Lo mejor no es trabajar en una empresa y ser competitivo, sino tener un hogar al que volver y ser capaz de cuidar a los nuestros. La capacidad de cuidar al otro, no de someterlo con nuestra fuerza. El sueño no es la independencia, sino la interdependencia, sabiendo que dependemos unos de otros desde que nacemos hasta que los nuestros lloran nuestra marcha. Lo más valioso que tenemos es la capacidad de alumbrar, no de matar. El trabajo es un medio, la familia un fin. Lo que sucede es que los varones no son tan inferiores a la mujer, tan energúmenos, que no puedan aspirar a la igualdad en estos valores. Todos han de vivir los valores del ánima y del animus, pero lo propiamente humano es lo que históricamente se asoció a la mujer. Se impone pues redescrubrir el papel de la dimensión del cuidado y la valía de las tareas domésticas como esferas enormemente dignas, en las que tenemos que ser todos iguales, los hombres y las mujeres. Así, el éxito se medirá en función del servicio, no del dominio.
Este neofeminismo defiende la igualdad de los sexos y la igual valía de los hombres y las mujeres. Y no reniega de lo típicamente humano: el cuidar de la familia, el compadecerse con el que sufre. Este feminismo apuesta por la conciliación, y sueña con construir una sociedad con madres y una familia con padres.
El feminismo de segunda generación (Ballesteros, Glendon), el neofeminismo, defiende los valores típicamente femeninos, los del ánima, como los propiamente humanos. Lo mejor no es trabajar en una empresa y ser competitivo, sino tener un hogar al que volver y ser capaz de cuidar a los nuestros. La capacidad de cuidar al otro, no de someterlo con nuestra fuerza. El sueño no es la independencia, sino la interdependencia, sabiendo que dependemos unos de otros desde que nacemos hasta que los nuestros lloran nuestra marcha. Lo más valioso que tenemos es la capacidad de alumbrar, no de matar. El trabajo es un medio, la familia un fin. Lo que sucede es que los varones no son tan inferiores a la mujer, tan energúmenos, que no puedan aspirar a la igualdad en estos valores. Todos han de vivir los valores del ánima y del animus, pero lo propiamente humano es lo que históricamente se asoció a la mujer. Se impone pues redescrubrir el papel de la dimensión del cuidado y la valía de las tareas domésticas como esferas enormemente dignas, en las que tenemos que ser todos iguales, los hombres y las mujeres. Así, el éxito se medirá en función del servicio, no del dominio.
Este neofeminismo defiende la igualdad de los sexos y la igual valía de los hombres y las mujeres. Y no reniega de lo típicamente humano: el cuidar de la familia, el compadecerse con el que sufre. Este feminismo apuesta por la conciliación, y sueña con construir una sociedad con madres y una familia con padres.
yo también quiero a mi mamá!
ResponderEliminarespero que apruebes mi comentario anterior!
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