14 de diciembre de 2020

Defender los propios principios



Una pizza.

Cuatro natillas.

Dos donuts de chocolate.

Una caja de bombones Lindt, para celebrar mi cumpleaños.

Y una cerveza Amstel Oro.

A medida que iba depositando los efectos de mi compra en la cinta negra de la caja del supermercado me he ido sintiendo cada vez peor. Como culpable, avergonzado. No llevaba entre las manos nada light, nada verde, ni un mísero aguacate. 

Creo que solo entonces he cobrado lúcida conciencia de cómo la presión social -no por difusa, menos fuerte- puede configurar casi imperceptiblemente mi conciencia y mis decisiones.

Mientras una cajera de mirada severa iba disparando con su pistola los códigos de barras del cuerpo de mi delito, he tenido tiempo de correr al expositor de dulces y coger casi sin mirar cuatro o cinco bolsas de gominolas que he añadido apresuradamente a mi compra.

El sentimiento de culpa se ha desvanecido  y ha dejado paso a la satisfacción del deber cumplido. La defensa de los propios principios exige determinación, heroísmo y rapidez.

7 de diciembre de 2020

No caigas en la tentación

 


 Nos acercamos a fechas interesantes. Dejando de lado consideraciones religiosas -las más importantes, todo sea dicho-, las navidades nos sumergen en un ritmo frenético de cenas de empresa, reuniones familiares, compromisos y regalos.

Aunque anualmente hacemos buenos propósitos y el black friday nos ayuda a no perder el foco, lo cierto es que muchas veces llega el 5 de enero y tenemos deberes pendientes. Por mucho que uno se prodigue ese día, difícilmente alcanza a adquirir todo lo que se ha propuesto. A medida que avanza el día, las miradas en las colas de los centros comerciales revelan una mayor ansiedad. Hay un ríctus de tensión en las sonrisas, que apenas pueden encubrir la angustia ante la amenaza del regalo fallido.

Parcialmente derrotado, uno vuelve a casa y toma la nefasta decisión de aferrarse al último clavo ardiendo. A ese clavo al que prometió no volver a agarrarse nunca más. Acude al ordenador y, con WordArt o en el power point, prepara un "vale" y lo imprime. Imprimirlo en una cartulina o introducirlo en una carpeta de plástico no son sino lamantables intentos para ocultar inútilmente nuestras vergüenzas, meras hojas de parra que no disimulan lo evidente.

Si el 5 de enero, esa tarde fatídica, te sorprende con regalos pendientes sé fuerte. Resiste a la tentación de imprimir un rastrero vale y afronta con madurez tu propio fracaso. El vale empeora las cosas, obligando a sonreir farisaicamente a su justamente cabreado receptor. Mejor no regalar nada, aceptar la derrota con elegancia y esperar a un día gris de no cumpleaños para entregar por sorpresa el regalo ausente.

Yo ya he preparado un vale, que tengo debidamente envuelto y plastificado. Lo llevaré guardado en una carpeta a todas mis reuniones navideñas. Y si en alguna de ellas recibo un vale, contraatacaré con el mío, en el que está escrito en letras mayúsculas: "Vale por una vez. A la próxima os mandaré a paseo a ti y a tu pseudorregalo, ¿vale?".