13 de octubre de 2023

Recordar lo importante


Tomando el aperitivo con un matrimonio amigo, me hablan de una boda curiosa a la que han asistido hace poco.

- ¿Os aburristeis mucho? -pregunté en un momento dado, cuando iban a contarme algo que había sucedido durante la comida.

-¡Qué va! -respondió él.- Nosotros cuando vamos juntos nunca nos aburrimos.

Lo dijo como lo más natural del mundo, y continuó con la anécdota del banquete. El 98% de mi cerebro siguió el curso de la conversación. Pero el 2% se quedó atrapado en ese comentario, que se me ha grabado por ahí dentro en alguna sinapsis neuronal, asociado a la sonrisa cómplice de mis amigos.

Y ahora lo apunto aquí en previsión de que la sinapsis se me diluya. De la anécdota del banquete, por supuesto, no recuerdo absolutamente nada. Al lado de un comentario tan memorable carecía de cualquier interés.

7 de octubre de 2023

Saber qué es lo importante


 El viernes pasado estuve en la graduación de un grupo de estudiantes. La ceremonia me gustó, dentro de un orden. La liturgia laica que estructuró el acto no fue larga, hortera ni pretenciosa. Los discursos -bastante previsibles, por supuesto-, fueron razonablemente breves. Se notaba que el decanato había puesto delicadeza y cariño en la preparación de cada detalle. Y los chicos y sus familias estaban encantados. En fin, que el acto fue como un destello de lo que puede ser una comunidad universitaria. Más vale tarde que nunca.

Pero bueno, al grano. Justo antes de llamar a cada estudiante para imponerle su beca, la conductora del acto pronunció una frase parecida a esta: "Ahora llega el momento más esperado y emotivo de la ceremonia. El momento en el que escucharéis las palabras más emocionantes de esta tarde: vuestro nombre. Cuando os llamemos, podéis subir al escenario para que se os imponga la beca".

La afirmación me sorprendió bastante. De ser cierta, habría que concluir que lanzamos al mundo a un atajo de narcisistas, para quienes lo más importante del mundo son ellos mismos. Habrá quien se emocionase enormemente al escuchar su nombre, no hay duda. Pero prefiero pensar que la mayoría se emocionó más al verse sentado por última vez con todos sus compañeros; al escuchar el "Veni creator" del comienzo del acto, en el que invocamos nada menos que al Espíritu Santo; al escuchar a su delegado recordar los momentos pasados juntos, o al padrino de la promoción desearle lo mejor para los primeros pasos de vida profesional; al abrazar a sus padres al final del acto; o al brindar con los amigos en la cena de después.

El propio nombre es importante, claro. Pero quien piense que su nombre y apellidos son las palabras más emocionantes del universo muy posiblemente sea un bobo y un ególatra. A la universidad vamos a abrirnos al mundo y a los demás. A hacer nuestras sus preocupaciones y prepararnos para poder servirles. No estaría mal recordar esto a los estudiantes de vez en cuando. También, por supuesto, en el acto académico de su despedida. Más vale tarde que nunca.