29 de marzo de 2023

No hay suficientes


Un par de veces a la semana, en mi camino al trabajo me topo con este mural, que rinde homenaje a algunas mujeres pioneras: Mavi Mestre, primera rectora de la Universidad de Valencia; Patricia Campos, primera mujer de la armada en pilotar un reactor; Anna Lluch, catedrática e investigadora; y Mónica Merenciano, medallista paralímpica. Aunque miro fijamente sus rostros y me esfuerzo por excitar mi sentido de emulación, lo cierto es que hasta la fecha mi admiración por estas pioneras -cuyos logros rebasan con mucho la capacidad artística del pintor del mural, dicho sea de paso- se mantiene preocupantemente aletargada.

Yo a quien admiro es a las mujeres que renuncian a una carrera profesional brillante para dedicar tiempo a cuidar a su familia. Empezando por mi madre y mis abuelas. Si nadie les pinta murales es porque no hay en España paredes suficientes para tanto homenaje. Y menos mal.

27 de marzo de 2023

¿Y tú qué miras?

Hoy he publicado esto en Las Provincias.


Hay dos formas de clarividencia.

La primera nos capacita para ver lo malo. Los innegables signos de decadencia de nuestra época, las rutinas tóxicas en nuestro entorno, las manías del jefe y los defectos de nuestro cuñado. Y, siempre algo distorsionadas, como en los espejos del callejón del Gato, nuestras propias imperfecciones. Esta capacidad de ver lo malo, aunque tiene un cierto prestigio, no requiere talento. Cualquier tonto puede criticar. Destruir es fácil.

La clarividencia negativa nos convierte en personas amargadas, insatisfechas en el mal sentido de la palabra, desesperanzadas, con una mirada acusadora. Uno de los significados de la palabra diablo, de hecho, es “acusador”. Porque esto es precisamente lo que hacen de forma permanente los demonios y quienes se les parecen: acusan con razón y sin ella, disfrutan señalando lo malo.

La segunda forma de clarividencia es exactamente la opuesta, y nos capacita para descubrir lo bueno allí donde posamos la mirada. Quien así mira encuentra en toda circunstancia, en toda situación y en toda persona elementos positivos u oportunidades de mejora, que invitan a la esperanza.

Esta clarividencia, curiosamente, tiene una cierta mala prensa, ya que a menudo se confunde con ingenuidad o estupidez. Además, a su causa tampoco contribuye cierta literatura de autoayuda flower-power que pretende resolver todos los problemas de la vida con eslóganes de mister wonderful. En cualquier caso, pienso que la capacidad de descubrir semillas de bien allí donde estamos, sin negar que actualizar dicho bien requiere muchas veces sangre, sudor y lágrimas, es una virtud enormemente deseable. Mientras el protestón -como el demonio- se pasa el día refunfuñando y señalando lo malo, la persona optimista prefiere atender a lo positivo. Me gusta pensar que con dicha actitud (“piensa bien y acertarás”) nos parecemos a la Virgen María, abogada nuestra, que en nuestro juicio particular se encargará de hablar bien de nosotros.

Estos días he terminado de leer un ensayo titulado “Época de idiotas”, que reivindica la idiotez de confiar en los hombres, de mirar su lado bueno y ser indulgentes con sus defectos. Los grandes idiotas son quienes -ignorando las voces “prudentes” que insisten en lo mal que va todo- prefieren remangarse e intentar cambiar las cosas. Son quienes desprecian etiquetas -fachas, rojos, pijos, progres- y aspiran a construir cosas juntos. 

Revisa tu mirada y examina en qué te fijas, si en lo bueno o en lo malo. Pregúntate si quieres ser un listillo o un idiota. Amargo o dulce. Fiscal o abogado. Diablo o madre.

22 de marzo de 2023

¿Hay alguien más por ahí?

 

Este domingo El Semanal (lo que queda de él, cada vez tiene menos páginas) incluía un reportaje sobre el estoicismo, filosofía del esfuerzo y el crecimiento personal que por lo visto está triunfando en ciertas capas sociales. No me extraña, teniendo en cuenta las masas de runners, animales de gimnasio y contadores de calorías que nos circunda, que no hace que crecer. (Me hace gracia esta construcción gramatical).

Por pura coincidencia, en una de sus prédicas podcásticas mi nuevo gurú se refirió ayer al estoicismo, resumiéndolo como "ideales sin amor", "virtudes sin vínculos". Escuchándole, recordé la dura condena del Papa al pelagianismo, palabro que hace referencia a quienes pretenden salvarse con sus propias fuerzas, sin contar demasiado con Dios ni con los demás, que a pesar de su buena voluntad suelen terminar siendo un poco incordio.

Ideales sin amor. Virtudes sin vínculos. No me interesa. Cada vez que me proponga mejorar en algo, voy a preguntarme por quién lo hago; voy a buscar -desesperadamente, por donde sea- a alguien que no sea yo.

20 de marzo de 2023

Época de idiotas - Armando Zerolo


Época de idiotas. Un ensayo sobre el límite de nuestro tiempo 

Armando Zerolo

Ediciones Encuentro, 2022, 162 p.

 

Hace unas semanas me terminé este libro. Con idea de digerirlo un poco mejor, dejo aquí una breve reseña y algunas citas. Me ha pasado como con casi todos los últimos ensayos que he leído: me entero del 60%, me interesa un 20%, y a los dos días del terminarlo retengo el 2%. Pero bueno, así es la vida (o mi cerebro).

 

Breve sinopsis

Hablar mal de nuestra época está muy de moda. Las rutilantes promesas de la Ilustración –progreso, ciencia, universalismo, bienestar- también eran mentira. El sueño antropocéntrico y optimista de la modernidad se quebró de forma macabra en la primera mitad del siglo XX, y todavía seguimos aturdidos, caminando a tientas y como zombis en busca de un norte al que muchos han dejado de aspirar.

Y estamos con estos pelos, mirando al futuro con preocupación. Motivos no faltan: invierno demográfico, crisis migratorias, cambio climático, una soterrada carrera armamentística, analfabetismo funcional creciente, acoso a la familia, boom de suicidios, depresiones y ansiedad. Ya solo queda Jordi Hurtado.

Pues bien, en este contexto, el ensayo de Zerolo es una invitación a la esperanza. La tesis básica del libro, si no la he entendido mal, es la siguiente. El colapso es tan grande, la desorientación tan palmaria, la soledad tan abrumadora, que estamos en un momento inmejorable para comenzar a construir. En lugar del lamento estéril del nostálgico –“cualquiera tiempo pasado fue mejor”- y de la agitación adanista del progresista –“todo está mal, hay que hacer un hombre nuevo”-, Zerolo receta esperanza, paciencia, amor a las raíces y humildad. Su diagnóstico lleva aparejada una llamada a la acción: dejar de hablar mal de nuestra época y comenzar a tender puentes, a hacer cosas juntos.

Para ello, el autor señala que en lugar de dejarnos paralizar por los innegables signos de decadencia y las experiencias negativas previas debemos correr el riesgo de empezar de nuevo, con una cierta ingenuidad. De ahí el título de libro: época de idiotas. Para Zerolo, serán los idiotas –como Don Quijote, como el príncipe Myshkin, como Jesucristo- quienes estarán dispuestos a arriesgar, quienes descubrirán las semillas de bien en el fondo de los corazones de los hombres, y quienes comenzarán la reconstrucción cultural que nuestro mundo necesita. Estos idiotas serán los “hacedores de mundo en un tiempo que tantos dicen que se ha vuelto inhabitable”.

De las muchas ideas que se presentan en el texto, destaco una antes de terminar: es difícil ser joven hoy. En efecto, los jóvenes de nuestro tiempo están saturados de escuchar diagnósticos oscuros sobre nuestra época y grises augurios sobre el futuro. Así, no es de extrañar que los índices de ansiedad y depresión entre ellos sean tan preocupantes. Se presenta pues la tarea de proponerles escenarios de futuro ilusionantes, en los que puedan construir proyectos personales significativos.

 

Algunas citas sueltas

Del prólogo (Higinio Marín): en el cuarto y último capítulo desarrolla la propuesta de que el nuestro es el tiempo de los idiotas, de los que están más cerca de los niños que de los intelectuales, de Don Quijote que de los sabiondos expertos que dan forma a la modernidad encantada de conocerse.

p. 151. Si hablas bien de nuestra época. “El cantor de alabanzas se puede sentir como el pasajero de un avión en caída libre que hace un comentario sobre lo bueno que es el café a bordo. Ante la inminencia de la catástrofe toda observación sobre un aspecto positivo se vuelve irrelevante”.

p. 173. Paciencia y esperanza son las virtudes más necesarias de nuestra época, pero todo apunta a que son precisamente las dos virtudes más ausentes.

Capítulo 1. Cada época tiene sus límites.

Antigüedad: su pueblo.

Medieval: piensa en el cielo. Ante escultor de escultura que no se ve: “construían para el cielo, cantaban para el cielo, y vivían pensando en el cielo. La tierra era un camino de ida…”.

Su límite se situaba fura del Mundo.

Moderna: plus ultra. Superar los límites. Empezar a construir la causa del hombre. El romanticismo es la puerta de salida de la Modernidad.

Postmoderna. P. 383. Nuestra época es un grito. El grito de una generación que ha alcanzado las cotas más altas de poder y que ha visto holocaustos, dolores nunca vistos y que ha caído en la tristeza existencial que ninguna otra cultura conocida ni tan siquiera rozó. Una cultura que ha nacido del poder moderno y que se asustado de él.

Capítulo 2. Contra el decadentismo

751. Frente a la actitud conservadora que se refugia en el pasado, la actitud revolucionaria. Cita a María Zambrano. Ante la inseguridad de los tiempos de crisis, que es propiamente lo que les caracteriza, existe una minoría creadora que se adelanta abriendo el futuro: en el pensamiento, en la ciencia, en la técnica, en el arte.

Frente al escepticismo, también Zambrano: “ese riesgo se salva si la vida se vive de verdad, buscando siempre el más alto modo de vida, sin conformarse con la idea que nos hayamos hecho de ella, sin asentarnos en la creencia, y viviendo en ella para dar un impulso mayor a la persona que la vive”. Pos. 780.

Pos. 790. En los cambios de época: “en los que lo pasado ya no actúa como certeza, y lo futuro aún no se conoce como are que pueda ofrecer seguridad existencial”.

Capítulo 3. La vía posmoderna

814. De Von Baltasar: la verdad es sinfónica. La verdad no es un concierto en el que domina claramente un solo instrumento, sino que es un orden que nace de la relación entre los instrumentos de viento, de metal, las cuerdas y la percusión.

1039. Cosas comunes. Hablando de la identidad, que incorpora las idas y venidas de un pueblo en construcción. “el sedimento de una tarea común, que mira más a lo que es posible realizar juntos, que a lo que hay que defender, ha dado como fruto un edificio con una identidad propia”.

1078. Robert Schumann lo sabía muy bien y tuvo la audacia de concebir un plan que ofrecía, ante la amenaza y el miedo, el mismo remedio que Churchill: ¡hacer algo juntos! (…) Recuperaba la amistad social como principio, la identidad como tarea: solo si nos implicamos en un proyecto más grande que nosotros mismos podremos conservar y mejorar lo que somos.

1097. Esto nos lleva a preguntarnos qué produce más alegría en nosotros, si el hallazgo de un proyecto compartido o la triple destilación de una idea apenas compartida por nadie, si la pureza de una doctrina o la impureza de una vida compartida. (…) Lo mejor de nuestra tradición política se encuentra en una sencilla pregunta: ¿qué podemos hacer juntos?

1161. Sobre paciencia y sentido del humor. El amor a la verdad nos hace comprender la dificultad que padece el bien para encarnase en las situaciones concretas, los mil impedimentos que encuentra, la mala suerte, los vicios y torpezas que lo destruyen. El amor a la verdad nos hace ser pacientes con los demás y con nosotros mismos, que es sin duda lo más complicado, porque comprendemos que el bien necesita de nuestra colaboración para hacerse presente, y rara vez lo hacemos todo perfectamente.

1181. Europa es San Benito, es la generación de un espacio para que suceda algo extraordinario, es la ocupación de lugares desiertos donde lo radicalmente otro puede acontecer.

p. 1215. Hay una nostalgia ácida a la que se le ha otorgado carta de legitimidad. Se trata de una autocomplacencia en la catástrofe, una suerte de masoquismo epocal, de placer en el juicio duro y destructivo de nuestros días.

1359. Parece que faltan hacedores de mundo en un tiempo que tantos dicen que se ha vuelto inhabitable, y actos poéticos que construyan el mundo. Sobra la queja que esteriliza la tierra que pisamos.

1496. El gran idiota moderno, gozne de la Edad Media y la Edad Moderna, fue el Quijote. Loco que se lanza al camino, porque la modernidad tiene más de travesía, de road movie, que de fonda, y a la defensa de unos valores que solo pueden ser defendidos por un idiota, porque la fuerza fruta del guerrero los destruirían. La única manera de ponerlos en evidencia es la figura de un pobre loco a los ojos del mundo, un derrotado. Otro de los grandes idiotas de nuestra época es el príncipe Myshkin, El Idiota de Dostoievski, imagen especular de nuestro Quijote, arquetipo moral de una Rusia en la que los pequeños se baten a diario con el poder bizantino.

Los idiotas son seres sencillos como los niños y los locos. Asumen sobre sí los males del mundo y la injusticia cae sobre ellos con la misma dureza que la ley sobre los injustos. Son chivos expiatorios que purgan en su carne la violencia del mundo. El gran idiota de la historia, en este sentido, Fue Cristo, y la idiota de nuestro tiempo es Santa Teresa de Lisieux. La que se hizo polvo para pegarse a las botas del peregrino, la que no podía dar un paso por sí sola, y llegó a ser patrona de las misiones, la última doctora de la Iglesia porque enseñó al mundo la salida hermosa que la modernidad nos ofrecía: la enorme fuerza que reside en lo pequeño.

1530. un sistema tan perfecto que, como decía Eliot, nadie necesitará ser bueno.

Capítulo 4. Época de idiotas

Pos. 1558. Según van cambiando las circunstancias van cambiando las posibilidades de la libertad. Hay individuos que hacen época, pero también las épocas hacen a los individuos. La responsabilidad está en función de los retos históricos particulares de cada época.

Pos. 1585. La sociedad aristocrática se movía por el valor, el coraje y la excelencia.

Pos. 1606. SURGIMIENTO DEL INDIVIDUALISMO. Tocqueville descubrió entonces algo radicalmente nuevo, algo que no había existido ni en los griegos, ni en Mesopotamia, ni en la Edad Media. Algo que aparecía de la nada para marcar una nueva época: el individualismo. Hoy es una palabra tan manida que ha perdido su significado, pero cuando se menciona en La democracia en América tiene la enorme fuerza de explicar por sí sola toda una época. No tiene nada que ver con el egoísmo, que es tan viejo como Adán y Eva, como el primer habitante de una caverna que murió ahogado de tanto contemplar su rostro en el agua. El mundo selfie es tan antiguo como los charcos, no hay en el fondo nada nuevo en ello, es el fardo de la condición humana.

El individualismo, sin embargo, nace de un defecto del espíritu y de los vicios de la afectividad. La conciencia de ser un eslabón en la larga cadena de la historia se debilita hasta romper el vínculo afectivo con el mundo que rodea al individuo. Siente que nada debe al contexto social, político e histórico en el que se vive y, por tanto, piensa que no pierde nada si todo se hunde: después de mí, el diluvio.

Pos 1626. Sigue hablando del individualismo. El individualismo es la pérdida sucesiva de vínculos de pertenencia hasta quedar recluidos en la cárcel de nuestras preferencias. (…) Así lo entiende Tocqueville, para quien el individualismo es un “sentimiento reflexivo y apacible que induce a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a mantenerse aparte con su familia y sus amigos; de suerte que después de formar una pequeña sociedad para su uso particular, abandona a la grande a su destino”.

Pos 1713. Habla de la importancia de tomar conciencia de nuestra individualidad. (En el contexto de la postmodernidad y la sociedad de masas, anónima). Todos y cada uno de nosotros somos una novedad absoluta. Lo que estamos llamados a hacer, decir, o vivir, no lo hará nadie nunca más, porque no ha habido ni habrá en la historia nadie como nosotros. Nadie lo hizo antes ni nadie lo hará después. O lo hacemos nosotros, o se quedará sin hacer.

Pos 1735. El hombre sin individualidad, sin sentido, es un HOMO AGITATUS. Al no encontrar reposo en la satisfacción de sus deseos más íntimos, no puede descansar ni en los bienes de la vida, ni en la tranquilidad de la intimidad. Por eso se mueve sin descanso, como un hámster en la rueda, sin dirección ni sentido. Sin posibilidad de pausa. Es un homo agitatus, dice el filósofo español Jorge Freire, un hombre sin reposo condenado a moverse o a caerse, como el aprendiz de ciclista.

Pos 1762. Hay que ejercitar la libertad, si no se atrofia. Es fácil olvidar que los cuerpos en movimiento tienden a pararse. La libertad, como toda virtud, si no se ejercita se pierde. Y siempre se pierde por el lado más placentero, que es el intentar hacer cosas solo con aquellos con los que nos apetece, y evitar a los que nos incomodan.

Pos 1788. El liberalismo extremo conduce al colectivismo. El pavoroso descubrimiento de que el extremo individualismo conduce a un colectivismo disolvente dejó desconcertados a los protagonistas de la época. ¿Cómo era posible que la conclusión del libertarismo burgués hubiese acabado en el fervor fascista? Para Capograssi esto no fue una sorpresa. Era comprensible que personas absolutamente solas buscasen al menos el reconocimiento y la aceptación del grupo.

Pos 1802. Por qué hoy hay tanta EXTRAVAGANCIA. El yo que se diluye, que pierde la identidad, necesita encontrarla de nuevo como sea, desesperadamente, y la forma que le parece más directa es la de la extravagancia: hacer lo que sea, aunque no tenga sentido.

Pos 1852. MUCHOS MEDIOS, POCOS FINES. En efecto, puede que también se nos estén atragantando tantos avances técnicos y que no tengamos fines a la altura de los medios que hemos creado.

Pos 1924. Vivimos en la cultura de la derrota. Difícil para los jóvenes. Las distopías triunfan sobre las utopías; el sentimiento de una amenaza incierta (algoritmo, cambio climático, transhumanismo, capitalismo, etc.) pesa más que la ilusión por el bien posible; (…) en anhelo y la nostalgia vencen a la esperanza; y, en definitiva, resulta que no hay nada más contracultural que hablar bien de nuestra época (…). No sé si ha habido alguna otra generación en la historia que haya crecido recibiendo más juicios negativos por parte de sus mayores sobre su futuro. No sé si habremos conocido una generación más desamparada, más desprovista de una guía efectiva y de unas claves de interpretación positivas de su presente, pero estoy convencido de que asomarse al mundo para estos jóvenes no es fácil cuando sus padres, biológicos o espirituales, les han dicho por activa y por pasiva que no hay esperanza y que todo es peor que antes.

Pos 1982. IMPORTANCIA DE EXPERIMENTAR LO POSITIVO DE LA VIDA. Es imprescindible haber experimentado esta positividad de lo real para abandonarse, y esta experiencia está al alcance de todos porque la realidad es pródiga en bienaventuranzas.

14 de marzo de 2023

Otra vez en el MNAC

La semana pasada aproveché una estancia en Barcelona para repetir visita al MNAC.

Tras el paseo de rigor por la tienda, empecé la visita por el plato fuerte: el románico. Más que los ábsides de iglesias y ermitas del pirineo, me impresionaron, como la última vez, dos o tres frontales de altar y un par de baldaquinos. Me fascina la fuerza de las imágenes, su intemporalidad, y el equilibrio que los autores consiguen con cuatro o cinco colores primarios. Solo ver el rojo de la túnica de Cristo en el Baldaquino de Tost (circa 1220) ya compensa la visita.


 Tras una parada en boxes -café con leche y cruasán, para retomar fuerzas-, me di un paseo por la colección permanente de arte moderno y contemporáneo, donde hice dos descubrimientos.

El primer y más importante fue Joaquín Torres-García (Montevideo, 1874-1949). Hace unos años en Soteby's (Londres) ya vi uno de sus cuadros, que me gustó mucho, pero había olvidado el nombre del artista. En el MNAC vi tres o cuatro que me gustaron mucho. Dejo fotos algo más abajo. Luego, buscando al hombre en Internet, he atado cabos con aquél cuadro que vi en Londres, y he podido ver muchas de sus obras online. Me encantan, a ver si tengo ocasión de ver más en directo.




También me gustaron mucho cuatro pinturas de Pere Torné Esquius (1879-1936). Por lo que me he informado, no parece que sea uno de los grandes, pero las cuatro pinturas que se exponen en el MNAC tienen su gracia. Me gusta especialmente el equilibrio de colores.


Al terminar, me di un paseíto por la terraza, disfrutando de unas vistas estupendas de Montjuic y de la ciudad condal. Como siempre, pasé de nuevo por la tienda, donde me hice con un señalador de libro y dos o tres postales de recuerdo, que he dejado debidamente olvidadas entre las páginas de algunos libros que me gusta ojear. Ahí me las encontraré dentro de unos años.

2 de marzo de 2023

Que yo la vi

 

Iba para clase en la bici. Serían las ocho y media o así. Hacía bastante frío. En la primera curva me he cruzado con una barrendera que arrastraba con su escobón un capazo de plástico negro, con un recogedor dentro. Casi de pasada, en una décima de segundo, he visto que en una de las asas del capazo tenía atada una cinta con la medida de la Virgen del Pilar con la bandera de España.

No sé si la ha puesto ahí por motivos religiosos, patrióticos o estéticos. O por cualquier aleación de ellos. Me da igual.

Llevo todo el día pensando un comentario o glosa del asunto. Una moraleja. Pero todas las que se me ocurren -que son muchas- me dejan insatisfecho. Me parecen pueriles y cursis. No están a la altura.

Veremos si vuelvo sobre el asunto. De momento, me conformo con contarlo. Y con atar aquí mi propia pulsera, aunque sé que ni de lejos tiene el mismo peso -la misma medida- que la de la barrendera. C'est la vie.