Bonito número primo, lleno de simetrías: es capicúa (se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda), es un ambigrama (se ve igual si se gira 180 grados) y tiene simetría especular (se lee igual frente a un espejo). 1888081808881
Hay un tipo de madrugada que sienta bien al espíritu: aquella impuesta por la práctica de algún deporte o afición. Madrugar para ir al trabajo, madrugar para cambiar los pañales a un hijo, no dejan de ser necesarios ejercicios de estoicismo que se asumen con la mejor cara que se puede. Incluso uno puede hacerlo a gusto, aunque protesten todas las fibras del organismo, que siempre exigen un tiempo suplementario en postura horizontal.
Sin embargo, cuando se madruga para ir a pescar, para salir al monte, o para cazar, esas mismas fibras, aun protestando con la boca pequeña, se acompasan a la vibración del espíritu. El sueño se va despegando del cuerpo, poco a poco, pero esa sensación que en un día de diario resulta odiosa, uno de estos días de asueto y afición, resulta hasta placentera. El propio cuerpo escucha la promesa de esparcimiento, de diversión y de gozo, y acepta, aún a regañadientes, el sacrificio de levantarse antes del alba.
Y uno sale a la calle, y el relente de la mañana y la emoción contenida van disipando las brumas del sueño. El primer bocado devuelve la tonicidad a los músculos. Y la alegría de sorprender a las cosas mientras duermen, al menos por un día, y observar su lento y perezoso despertar -¡secreta venganza!-, ensancha el alma.
Lewis Hamilton me cae mal. Ojalá no gane el Mundial de F1. Me parece un chulo, un bocazas, un creído y un niñato. Ojalá Fernando Alonso le calle la boca en Brasil este fin de semana. Lo cierto es que Alonso nunca ha sido santo de mi devoción. Me parecía un chulo, un bocazas, un creído y un niñato... Vamos, lo mismo que Hamilton. Pero claro, puestos a que gane un chulo prefiero que lo haga el nuestro, ¿no?
Me sucece lo mismo que a Roosevelt respecto del dictador de Nicaragua Somoza García, dictador apoyado desde USA. Cuando algunos de sus colaboradores advertían al presidente norteamericano de que Somoza era un hijo de puta, Roosevelt contestaba impertérrito: "Sí, pero es nuestro hijo de puta". (perdón por los tacos, pero es lo que el hombre decía)
La hormiga trabaja a brazo partido todo el verano bajo un calor aplastante. Construye su casa y se aprovisiona de víveres para el invierno. La cigarra piensa que la hormiga es tonta y se pasa el verano riendo, bailando y jugando. Cuando llega el invierno, la hormiga se refugia en su casita donde tiene todo lo que le hace falta hasta la primavera. La cigarra, tiritando, sin comida y sin cobijo, muere de frío. Fin
Versión española La hormiga trabaja a brazo partido todo el verano bajo un calor aplastante. Construye su casa y se aprovisiona de víveres para el invierno. La cigarra piensa que la hormiga es tonta y se pasa el verano riendo, bailando y jugando. Cuando llega el invierno, la hormiga se refugia en su casita donde tiene de todo lo que le hace falta hasta la primavera. La cigarra tiritando organiza una rueda de prensa en la que se pregunta por qué la hormiga tiene derecho a vivienda y comida cuando quiere, cuando hay otros, con menos suerte que ella, que tienen frío y hambre. Telecinco, Antena 3 y la Cuatro organizan un programa en vivo en el que la cigarra sale pasando frío y calamidades y a la vez muestran extractos del video de la hormiga bien calentita en su casa y con la mesa llena de comida. Los españoles se sorprenden de que en un país tan moderno como el suyo dejen sufrir a la pobre cigarra mientras que hay otros que viven en la abundancia. Todas las televisiones ponen a parir a la hormiga, las asociaciones contra la pobreza y de actores se manifiestan delante de la casa de la hormiga. La SGAE propone una tasa más en los DVD. Iñaki Gabilondo organiza una serie de artículos en los que cuestiona cómo la hormiga se ha enriquecido a espaldas de la cigarra e insta al gobierno a que aumente los impuestos de la hormiga de forma que aquellas puedan vivir mejor. Respondiendo a las encuestas de opinión, el gobierno elabora una ley sobre la igualdad económica, una ley sobre el matrimonio homosexual entre cigarras y una ley con carácter retroactivo de antidiscriminación. Los impuestos de la hormiga han aumentado y además le llega una multa por no contratar a la cigarra como ayudante en verano. Las autoridades embargan la casa de la hormiga, ya que no tiene suficiente dinero para pagar la multa ni los impuestos. La hormiga se va de España y se instala con éxito en Suiza creando una fortuna. Telecinco hace un reportaje con matamoros donde sale la cigarra con sobrepeso, ya que se ha comido casi todo lo que había mucho antes de que llegue la primavera. La antigua casa de la hormiga se convierte en albergue social para cigarras y se deteriora al no hacer su inquilino nada para mantenerla en buen estado. Al gobierno se le reprocha no poner los medios necesarios. Una comisión de investigación que costará 10 millones de euros se pone en marcha. Entre tanto la cigarra muere de una sobredosis. La SER, la Cuatro y TVE critican el fracaso del gobierno anterior para intentar corregir el problema de las desigualdades sociales. La casa es okupada por una banda de arañas lesbianas. El gobierno se felicita por la diversidad cultural de España.
Tras la ventana contemplaba su caminar cadencioso, decidido, mientras se alejaba. No miró atrás, nunca lo hacía, hubiera sido decepcionante. Entre los añicos de la quinta vajilla más frágil que su carácter, encendí la televisión con la difusa esperanza de escuchar algo que me levantara el ánimo. Pasé la tarde barriendo y fregando, con el sordo ruido de la televisión como única música de mis cavilaciones. Cené indigestas salchichas de Óscar Mayer, frías. Cuando sonó el teléfono -sólo podía ser ella- lo machaqué con mi bate de baseball de los NY Lions, frenéticamente, fuera de mí.
Tres minutos más tarde, entraba de nuevo por la puerta. Buenas noches, cariño. Recogió canturreando los restos del teléfono, el quinto ya, y nos fuimos a dormir.
Algunas voces se alzan desde ciertas tribunas pidiendo que los templos se construyan en España con dinero privado de las personas que quieran participar de ese culto. Que los cristianos paguen las iglesias, y los musulmanes las mezquitas, se exige. ¿Y por qué?
Yo no juego al baloncesto, pero con mis impuestos se pagan canchas públicas de baloncesto... Yo no voy al teatro, no corro carreras populares, no voy a festivales en Benicasim, ni a exposiciones de arte persa, pero con mis impuestos se sufragan parte de sus gastos... Pero lo entiendo y no me quejo. Vivimos en un Estado social.
Lo que no entiendo es: ¿Por qué sí han de apoyarse con fondos públicos manifestaciones deportivas, musicales, culturales o de ocio, y no manifestaciones religiosas? ¿Es esto igualdad? ¿Estamos ante una sana laicidad, o ante un agresivo laicismo?
La semana pasada volvía a ser noticia el enésimo artista desinhibido, progresista y trasgresor, que utilizaba para sus obras símbolos cristianos mezclados con excrementos, orina, y una larga lista más de secreciones y mucosidades que prefiero evitar al lector. Resulta cuanto menos asombroso que este tipo de personajes sigan ocupando espacios en los medios de comunicación, cuando sus principales méritos consisten en despreciar las creencias de sus conciudadanos, sometiéndolas a profanaciones con un dudoso valor artístico.
También empiezan a resultar cansinos los humoristas que hacen blanco de sus dardos las creencias religiosas de los cristianos, los relatos de los evangelios, la figura del Santo Padre, etc. Sus chistes adolecen de una estereotipada banalidad, porque el insulto y el escarnio nunca son creativos. Está claro que reírse de un anciano vestido de blanco no es difícil, máxime si no se contempla su figura con los ojos de la fe. Tampoco exige un alarde de ingenio ridiculizar los milagros del evangelio, o reírse de la presencia de Jesucristo en un trozo de pan. En un mundo secularizado, donde se ha perdido el sentido de lo sagrado, la parodia de estos sentimientos y creencias profundas es muy fácil. Basta con haber visto un rato en acción a Homer Simpson para saber lo sencillo que es reírse de toda costumbre o práctica arraigada y sentida por otra persona. Todo puede ser objeto de mofa y escarnio, menos el aparato de televisión y una cerveza bien fresquita.
Asimismo, el abuso de los símbolos cristianos se extiende en el lenguaje corriente con preocupante rapidez. La blasfemia –en este caso ya de modo casi inconsciente- se escucha por doquier con cualquier motivo: un acceso de ira, un atasco en el coche, o una simple expresión de sorpresa. Sin darnos cuenta muchas veces tenemos en los labios el nombre de Dios, de la Virgen María, o de la Hostia Santa, para desahogarnos con palabras irrespetuosas. Decir una buena palabrota, según en qué ocasión, puede ser un desliz, un derecho, o incluso un deber. Pero no debemos confundir la palabrota o “taco” con la blasfemia: esta última hace referencia a realidades sagradas para otra persona. Palabrotas –cuando toque-, sí; blasfemias, no.
Así pues, se ve que está de moda blasfemar. La blasfemia ha dejado de considerarse una falta de respeto y de educación, para convertirse en un distintivo de independencia, audacia y madurez, y ocasionalmente hasta en un modo de ganarse el pan.
Lo que no alcanzo a comprender es cómo todavía hay gente que considera estas caricaturas de la religión como algo trasgresor, cuando es a lo que se dedican, sin el menor quebradero de cabeza y con un incremento sustancioso de sus cuentas corrientes, tan elevado número de pseudo artistas y pseudo humoristas en nómina. Para llevar a cabo una acción trasgresora tienen que confluir tres elementos: originalidad, desafío a la mentalidad dominante, y cierto riesgo para el trasgresor. Ir al trabajo vestido de torero puede considerarse un acto eminentemente trasgresor: es original, va contra las costumbres extendidas, y acarrea el riesgo perder el empleo. Por el contrario, miccionar en el timbre de la casa de una anciana e indefensa vecina, por muy original y rupturista que pueda ser, no constituye ninguna trasgresión, sino una falta de educación y una imbecilidad. Esto es un poco lo que les pasa a los que se burlan de la religión: no corren ningún riesgo, y su originalidad es más que cuestionable.
Hablaba hace unos años el Cardenal Ratzinger de tres elementos claves para el reverdecimiento de la cultura europea. Uno de ellos era la capacidad de respetar aquello que es sagrado para los otros. Y este respeto es el que no tiene quien blasfema. La persona que no es capaz de respetar una realidad que para otra es sagrada, aunque para ella no signifique nada especial, es alguien extrañamente individualista, obcecado e insolidario. Aquel que se mofa de las creencias más íntimas de los demás padece un extraño enanismo intelectual, que sólo puede explicar un profundo vacío interior.
Es el momento de apagar los micrófonos a aquellos que amparándose en una presunta libertad de expresión se dedican a vivir del insulto y la sátira de las creencias de los demás. Sus bufonadas, símbolo de una postmodernidad decadente y banal, no hacen sino encrespar los ánimos y dividir la sociedad. No estamos necesitados de elementos de desunión, sino de puntos comunes y lugares de encuentro que articulen nuestra convivencia. El respeto hacia lo que es sagrado para otros es el primer presupuesto para un verdadero diálogo y una convivencia pacífica. Pienso que no es mucho pedir.
Salgo de mi letargo estival para transcribir una reflexión sobre la comunicación entre personas de Dominique Wolton en su libro “Salvemos la comunicación”. Me parece muy interesante…
"Comunicar significa reconocer la necesidad del otro y aceptar el riesgo del fracaso. Por eso, los gatos, los perros y los ordenadores tienen tanto éxito en nuestras sociedades de libertad y soledad. Con ellos, al menos, uno nunca se decepciona. Obedecen, no se rebelan, están ahí cuando uno lo desea, y nos devuelven una imagen halagadora de nosotros mismos. No se corren muchos riesgos. Con los seres humanos, todo es más complicado y arriesgado. No están cuando los esperamos, se resisten, a menudo nos devuelven un aspecto desagradable de nosotros mismos, disponen de autonomía y nos obligan a la modestia".