28 de septiembre de 2015

Disyuntiva existencial



Un grillo ha acampado cerca de mi ventana. La primera noche que me regaló sus cánticos, pensé al acsotarme: esto es como dormir en el campo, qué gusto.

El problema es que el grillo se ha hecho fuerte en su rincón, y todas las noches me da la tabarra con su cri-cri. Hoy ha sido la cuarta noche de serenata. Durante ese duermevela de las tres de la mañana, diferentes pensamientos se han alternado en mi mente. "Mañana iré a buscarle y le mataré. Esto no puede seguir así". Sin embargo, la poca lucidez que tenía en ese momento se ha encargado de devolverme a la realidad: "Sabes que no irás. Después del desayuno te irás a trabajar. El grillo calla de día, y no vas a estar una hora buscándole. Sabes que no vas a hacer nada. Y mañana por la noche se repetirá la historia". Ante esta reflexión, me indignaba conmigo mismo, con mi pereza, con esas ocupaciones que me impedían acabar con el molesto e irreductible grillo. Entonces mi ira contraatacó: "Qué coño. Mañana voy a Leroy Merlin -y entonces recordaba medio dormido dónde está el Leroy Merlin más cercano a mi casa, con sus grandes letras verdes brillando en la entrada-. Seguro que tienen algún invento para matar grillos. Alguna trampa. Alguna loción. Algún sistema sonoro que le aplaque con infrasonidos. Y si no, rociaré el jardín con varios esprays de cucal si hace falta". Esta promesa de respuesta contundente y violenta me tranquilizó un poco, mientras daba vueltas en la cama con el cri-cri clavado en el cerebro. Entonces otro pensamiento totalmente impredecible me asaltó, unido a la figura del Papa Francisco: "Hay que respetar al hermano grillo". "El hermano grillo..." "El hermano grillo..." Casi me da la risa...

El resto de la noche me la pasé debatiéndome entre mi yo más violento, que buscaba compulsivamente en los pasillos del Leroy Merlin armas de destrucción masiva anti-insectos, y mi yo pacífico, que se compadecía del hermano grillo, que simplemente hacía lo que llevan haciendo miles de años los grillos: cantar por las noches.

En este debate, aturdido entre el sueño y la vigilia, reconozco que me reí bastante de mí mismo. A ver si llega de una vez el frío, acaba con el intruso, y me saca de este callejón sin salida, de esta verdadera disyuntiva existencial...

13 de septiembre de 2015

Pequeñas tradiciones



Desde hace unos años procuro comprar pasta de dientes Binaca. La blanca, la clásica. Cuando dormíamos en el campo de los abuelos era la que siempre usábamos -a mi no me gustaba mucho, la verdad, acostumbrado a otros dentífricos de sabores pensados para niños-, así que cuando me lavo los dientes me acuerdo de ellos.

También intento dormirme rezando un avemaría por cada persona con la que he estado ese día. La abuela Lolita me contó una vez que lo hacía.

Son dos guiños bastante pequeños a mis abuelos, pero me gusta cumplirlos. No sé, es como una forma de preservar algo valioso: una brizna de nuestro pasado, de nuestra tradición, de nuestra identidad.

Binaca. Ya ves tú...

6 de septiembre de 2015

Migraciones



Siento mucho todo esto. Pero siento que lo siento poco. Sigo haciendo planes, preocupado por mis publicaciones y el estado de mi barba. También me enfado si en la nevera sólo quedan yogures de limón y de coco.

¿Tengo la culpa? ¿Qué puedo hacer? He pensado en no merendar nunca más, o en hacerme un corte profundo en un brazo, para no olvidarme.

Bolonia

- Juan, viene un amigo a la universidad a dar una conferencia. ¿Puedes traer a tus alumnos?
- ¿Como figurantes?

18 de julio de 2015

Interés, aprendizaje y comida japonesa


Sin interés no se aprende nada. Lo experimenté el otro día en un restaurante japonés, donde he comido unas veinte veces con amigos de la facultad. “¿Me trae usted la salsa esa marrón que siempre ponen?” “Soja”, le aclara Ramón al camarero. “Pues eso, soja”.

Mis tres amigos se ríen de que no sea capaz de recordar ni un solo nombre de los platos, con la honrosa excepción del ya clásico “rollo de primavera”. A mí me parece lo más natural: la gastronomía del Impero del  sol naciente –susi, maki, tempura- ni me gusta ni me interesa, con lo que no consigo recordar cómo se llama exactamente lo que como.

Lamentablemente, creo la olímpica indiferencia que profeso hacia la comida nipona puede predicarse de muchos estudiantes españoles respecto de las asignaturas que han de estudiar. De modo que por muchos ordenadores y pizarras inteligentes que instalemos, estamos a bocados al fracaso. Lo difícil es suscitar el interés del personal, en medio del tsunami de estímulos e informaciones –tan excitantes como intrascendentes- en los que los niños y jóvenes se desenvuelven. Instalar pizarras inteligentes y software educativo lo hace cualquiera. Suscitar el interés y combatir la sofronización digital es tarea de valientes.

4 de junio de 2015

José Francisco, de Orange


Me llaman de Orange, un tal José Francisco. Me repite dos veces que me llama desde Murcia. Y me dice: "Juan María, ahora mismo tenemos un delfín". Claro, me ha dado la risa.

Por cierto: siempre procuro ser educado con estos operadores, y llamarles por su nombre. No me hace gracia la gente que les toma el pelo o les trata descortésmente. (Bonita palabra, que no sabía dónde acentuar, y que resulta que no existe). Menos mal que tengo un delfín.

2 de junio de 2015

No ha funcionado



Hoy he tenido un pequeño disgusto o fracaso profesional. Estoy jodido. He intentado repetirme diferentes frases de un repertorio extenso, que manejo con soltura para consolar a mis amigos en casos similares (o bastante peores): "Así es la vida"; "Más se perdió en Cuba"; "No se puede ganar siempre"; "No siempre que se tira a puerta se mete gol"; "Quien no arriesga no falla"; o el definitivo, "Que todos los disgustos de la vida sean como estos..."...

El caso es que no me ha funcionado en absoluto. No me siento mejor.

A ver si compartiéndolo en el blog la cosa mejora ;-)

29 de mayo de 2015

No debo nada a mis padres



Hoy pensaba que no debo nada a mis padres. Ni a Dios, por cierto. Puede sonar fuerte o presuntuoso, pero es totalmente cierto. Sin glosas ni notas al pie. No les debo nada.

Pero claro, voy a explicarlo para no parecer un descastado. No les debo nada porque son buenos padres. Porque me quieren mucho, y me quieren de verdad. Y el amor verdadero es un amor gratuito, que no pasa facturas, ni a corto ni a largo plazo. Es un amor que deja libre, y no un favor de prestamista o inversor, que con el tiempo exige intereses o un retorno en la inversión.

Cada vez es más difícil encontrar gente que nos quiera así, a fondo perdido, sin pasarnos la cuenta a la vuelta del tiempo. Cuántos padres, por ejemplo, quieren mucho a sus hijos, pero les cargan de numerosas exigencias y expectativas que el hijo tiene con el tiempo que colmar, y tantas veces pesan sobre el niño como una losa, o dejan en su corazón un poso de amargura durante años. Pues bien, no es mi caso, nunca lo ha sido. Yo no debo nada a mis padres.

Solo tengo una deuda con ellos, que se llama, muy acertadamente, deuda de gratitud. Y se llama así porque se ha contraído gratis, y además porque nunca puede saldarse.

22 de mayo de 2015

Sugerencias para la noche electoral



No sé si algún político tendrá la desfachatez de decir este domingo en la sede de su partido la ya manida frasecita: “Esperamos no defraudar a quienes han depositado en nosotros su confianza”. Por mi parte, sugiero las siguientes alternativas, más sinceras, si de lo que se trata es de regenerar la vida democrática, lo que bien puede comenzar a hacerse llamando a las cosas por su nombre.

Esperamos no defraudar al Fisco”. Este sería un comienzo inmejorable, verdadera declaración de intenciones de quien al día siguiente se dispone a tomar posesión de la llave de la Caja. En caso de duda, siempre se puede añadir en voz baja la partícula “más” después del verbo defraudar, como hace José Mota en alguno de sus esqueches.

Dejando a un lado las arcas públicas y volviendo al electorado, mi primera sugerencia sería la siguiente: “Esperamos no defraudar a quienes han desconfiado menos de nosotros que de los demás”. Frase sincera y plenamente ajustada a la realidad social, como bien saben los consejeros áulicos –o fontaneros- que interpretan sesudamente las encuestas.

Otra alternativa, que omite el verbo defraudar –nótese que para defraudar debe haber expectativas de algún tipo, lo que hoy en día es altamente dudoso-,  podría ser: “Esperamos no profundizar la decepción de quienes nos han votado porque no les ha quedado más remedio”. Cuántos votantes se sentirán interpelados por tan honesta proclamación…

En cuanto a los partidos de nuevo cuño, quizá su apelación podría ser la siguiente: “Esperamos no defraudar a quienes han depositado en nosotros su cabreo”. Apasionante futuro próximo el de aquél que ha sido llamado a canalizar el cabreo ciudadano en las instituciones, que ineluctablemente se plasmará en histriónicas actuaciones parlamentarias.  Ante esta perspectiva, uno se acuerda de Ortega, y de las tres cosas que entendía que un diputado no debía hacer en sede parlamentaria: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí... ¿Veremos alguna trifulca o pelea en nuestros Parlamentos en la próxima legislatura, como hemos visto algunas veces en las Cámaras de países como Venezuela, Turquía o Ucrania? Al tiempo.

Finalmente, brindo a los candidatos de siglas más tradicionales mi postrera afirmación: “Esperamos no cabrear aún más a aquellos a quienes todavía no hemos espantado”. Eso sí que es un programa político de alguien que quiere mantenerse en el centro del espectro político…

Para concluir, prometo que si algún político ganador, entre los brindis de cava –o calimocho, que todo se andará-, pronuncia una de las frases que aquí compendio en su noche electoral, mi fe en la regeneración democrática de este país dará un salto importante. Por el contrario, si escucho la monserga de “depositar en nosotros su confianza”, apagaré la televisión con el convencimiento de que por el momento seguimos igual. Entonces a lo mejor sí me apunto al calimocho, a ver si me ayuda a conciliar mejor mis sueños de regeneración democrática…

4 de mayo de 2015

Elogio de la soledad



Detecto en mi una extraña sensación. Me molesta recibir llamadas de teléfono. A veces me escondo en la biblioteca a estudiar, para que no me interrumpan y me distraigan (amigos, alumnos, compañeros). "Te he buscado varios días en el despacho, y no he dado contigo", me dijo un compañero. "Me alegro, de eso se trata", le contesté con una sonrisa. Claro, nadie imagina que un profesor pueda estar en una biblioteca. Es insólito.

Esta Semana Santa estuve de viaje en Portugal con unos amigos. Se abrió un grupo de wasap, al efecto de compartir fotos y comentarios entre los que fuimos y quienes se quedaron en casa. No me metieron en el grupo. Y oye, en lugar de enfadarme (¡me ignoran! ¡no cuentan conmigo!), me alegré enormemente. Me callé como un muerto, no fueran a darse cuenta del olvido y a meterme. (Salir de un grupo de wasap de amigos es realmente jodido, es como una ofensa al sentido de la amistad.)

Conclusión: me gusta estar solo. No siempre, claro; pero a veces sí. Y en esta sociedad del coleguismo, el jajismo, el buenrollismo, y la omnipresente presencia de amigos y conocidos a través de las redes, cada vez resulta más complicado.

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En la cola del Mercadona, un señor da su DNI a la cajera y deletrea: T de torrezno. Al tío le traicionó su subconsciente...