27 de noviembre de 2015
No pudo ser
Suena el teléfono.
- Oye, soy yo.
- Dime.
- ¿Con 50 euros bastará?
Segundos de silencio incómodo. Dame más pistas...
- Perdona, no sé quién eres.
(Responder la pregunta, aun cuando el tema estaba al 50%, era demasiado arriesgado).
23 de octubre de 2015
Cambio de hora y otras cosas
Llevo unas semanas con ganas de escribir, pero la verdad, no encuentro momento. Aunque sea de modo esquemático, querría dejar hoy por escrito tres cuestiones.
Cambio de hora
No me explico quién fue el figura que decidió que el cambio de hora en invierno lo hiciéramos un sábado de 3 a 4 de la mañana, en lugar de un lunes a las 12 del mediodía. Quizá podríamos darle una vuelta a esta cuestión.
Desabrocharse un botón
Qué momentazo durante una comida generosa, cuando mediado el segundo plato, uno disimuladamente se abre el botón del pantalón. Se da posteriormente un traguito al vaso de vino, y a seguir. Sólo puede hacerse -siempre disimuladamente-, cuando hay un poco de confianza.
La L en los coches
Llevar la L en la luna trasera de un coche es un estigma, un sambenito (bonita m antes de b en esta palabra). En lugar de suscitar comprensión y paciencia en el resto de conductores, la L saca lo peor de cada uno. Un invento de consecuencias imprevistas para el cándido norteeuropeo que lo alumbró. Aunque también todo depende de cómo se lo tome uno. A los pocos días de sacarse el carnet de conducir, a una hermana mía se le caló el coche en un semáforo. Ante los pitidos frenéticos de los conductores retenidos, que el cartel con la L no consiguió en modo alguno mitigar, mi hermana comentó tan pancha: "Pitad lo que queráis, cabrones. El carnet ya no me lo quita nadie". Pero claro, pocos conductores noveles tienen esa pachorra.
5 de octubre de 2015
Homenaje a Henning Mankell
Hoy ha muerto Henning Mankell, maestro sueco de la novela negra y creador de la saga del inspector Kurt Wallander. Pues bien, se me ha muerto un amigo. Como lector de los libros de Wallander (que leí en catalán para aprender valenciano, paradojas de la vida), me considero amigo de Mankell. La saga me gustó muchísimo: sentí una gran melancolía cuando cerré el último libro, y pensé: that's all folks.
Wallander es un buen tío, un gran policía y una buena persona. Es verdad que suele estar un poco triste, ojeroso y desbordado por los acontecimientos. Es verdad que es torpe en las relaciones humanas, y no sabe cómo tratar a su padre, a su ex-mujer, a su hija. Es verdad que se encuentra un poco desubicado en el mundo, siempre con una taza de café americano en la mano, con sueño, con el apartamento desordenado y con la ropa sucia pendiente de llevar a la lavandería. Pero coño, Wallander es un tío auténtico. Es un héroe de hoy, con sueño, arrugas y colesterol. Un naúfrago en el mar de inseguridades y cambios sociales que le ha tocado surcar, para el que todavía no se han dibujado cartas de navegación. Y así somos todos un poco. Luchando por el bien, intentando poner orden a nuestro alrededor, y soñando con encontrar un poco de sentido en una sociedad tan cambiante y contradictoria... Wallander es uno de los personajes literarios más reales de los he que he encontrado en mi vida, a quien mejor he conocido y a quien más me gustaría conocer.
Además de novela negra de la buena, cada episodio de Wallander denuncia injusticias y abusos que a nuestra sociedad le cuesta encarar: el tráfico de órganos, la trata de personas, los abusos sexuales a menores, la corrupción o el racismo.
Por todo ello, desde aquí quiero rendir hoy un sentido homenaje a Hening Mankell, a la vez que elevo una oración por su alma. Gracias por tus libros. Farewell, maestro. Hasta siempre, amigo.
28 de septiembre de 2015
Disyuntiva existencial
El problema es que el grillo se ha hecho fuerte en su rincón, y todas las noches me da la tabarra con su cri-cri. Hoy ha sido la cuarta noche de serenata. Durante ese duermevela de las tres de la mañana, diferentes pensamientos se han alternado en mi mente. "Mañana iré a buscarle y le mataré. Esto no puede seguir así". Sin embargo, la poca lucidez que tenía en ese momento se ha encargado de devolverme a la realidad: "Sabes que no irás. Después del desayuno te irás a trabajar. El grillo calla de día, y no vas a estar una hora buscándole. Sabes que no vas a hacer nada. Y mañana por la noche se repetirá la historia". Ante esta reflexión, me indignaba conmigo mismo, con mi pereza, con esas ocupaciones que me impedían acabar con el molesto e irreductible grillo. Entonces mi ira contraatacó: "Qué coño. Mañana voy a Leroy Merlin -y entonces recordaba medio dormido dónde está el Leroy Merlin más cercano a mi casa, con sus grandes letras verdes brillando en la entrada-. Seguro que tienen algún invento para matar grillos. Alguna trampa. Alguna loción. Algún sistema sonoro que le aplaque con infrasonidos. Y si no, rociaré el jardín con varios esprays de cucal si hace falta". Esta promesa de respuesta contundente y violenta me tranquilizó un poco, mientras daba vueltas en la cama con el cri-cri clavado en el cerebro. Entonces otro pensamiento totalmente impredecible me asaltó, unido a la figura del Papa Francisco: "Hay que respetar al hermano grillo". "El hermano grillo..." "El hermano grillo..." Casi me da la risa...
El resto de la noche me la pasé debatiéndome entre mi yo más violento, que buscaba compulsivamente en los pasillos del Leroy Merlin armas de destrucción masiva anti-insectos, y mi yo pacífico, que se compadecía del hermano grillo, que simplemente hacía lo que llevan haciendo miles de años los grillos: cantar por las noches.
En este debate, aturdido entre el sueño y la vigilia, reconozco que me reí bastante de mí mismo. A ver si llega de una vez el frío, acaba con el intruso, y me saca de este callejón sin salida, de esta verdadera disyuntiva existencial...
13 de septiembre de 2015
Pequeñas tradiciones
Desde hace unos años procuro comprar pasta de dientes Binaca. La blanca, la clásica. Cuando dormíamos en el campo de los abuelos era la que siempre usábamos -a mi no me gustaba mucho, la verdad, acostumbrado a otros dentífricos de sabores pensados para niños-, así que cuando me lavo los dientes me acuerdo de ellos.
También intento dormirme rezando un avemaría por cada persona con la que he estado ese día. La abuela Lolita me contó una vez que lo hacía.
Son dos guiños bastante pequeños a mis abuelos, pero me gusta cumplirlos. No sé, es como una forma de preservar algo valioso: una brizna de nuestro pasado, de nuestra tradición, de nuestra identidad.
Binaca. Ya ves tú...
6 de septiembre de 2015
Migraciones
¿Tengo la culpa? ¿Qué puedo hacer? He pensado en no merendar nunca más, o en hacerme un corte profundo en un brazo, para no olvidarme.
Bolonia
- Juan, viene un amigo a la universidad a dar una conferencia. ¿Puedes traer a tus alumnos?
- ¿Como figurantes?
18 de julio de 2015
Interés, aprendizaje y comida japonesa
Sin interés no se aprende nada. Lo experimenté el otro día en un restaurante japonés, donde he comido unas veinte veces con amigos de la facultad. “¿Me trae usted la salsa esa marrón que siempre ponen?” “Soja”, le aclara Ramón al camarero. “Pues eso, soja”.
Mis tres amigos se ríen de que no sea capaz de recordar ni un solo nombre de los platos, con la honrosa excepción del ya clásico “rollo de primavera”. A mí me parece lo más natural: la gastronomía del Impero del sol naciente –susi, maki, tempura- ni me gusta ni me interesa, con lo que no consigo recordar cómo se llama exactamente lo que como.
Lamentablemente, creo la olímpica indiferencia que profeso hacia la comida nipona puede predicarse de muchos estudiantes españoles respecto de las asignaturas que han de estudiar. De modo que por muchos ordenadores y pizarras inteligentes que instalemos, estamos a bocados al fracaso. Lo difícil es suscitar el interés del personal, en medio del tsunami de estímulos e informaciones –tan excitantes como intrascendentes- en los que los niños y jóvenes se desenvuelven. Instalar pizarras inteligentes y software educativo lo hace cualquiera. Suscitar el interés y combatir la sofronización digital es tarea de valientes.
4 de junio de 2015
José Francisco, de Orange
Me llaman de Orange, un tal José Francisco. Me repite dos veces que me llama desde Murcia. Y me dice: "Juan María, ahora mismo tenemos un delfín". Claro, me ha dado la risa.
Por cierto: siempre procuro ser educado con estos operadores, y llamarles por su nombre. No me hace gracia la gente que les toma el pelo o les trata descortésmente. (Bonita palabra, que no sabía dónde acentuar, y que resulta que no existe). Menos mal que tengo un delfín.
2 de junio de 2015
No ha funcionado
Hoy he tenido un pequeño disgusto o fracaso profesional. Estoy jodido. He intentado repetirme diferentes frases de un repertorio extenso, que manejo con soltura para consolar a mis amigos en casos similares (o bastante peores): "Así es la vida"; "Más se perdió en Cuba"; "No se puede ganar siempre"; "No siempre que se tira a puerta se mete gol"; "Quien no arriesga no falla"; o el definitivo, "Que todos los disgustos de la vida sean como estos..."...
El caso es que no me ha funcionado en absoluto. No me siento mejor.
A ver si compartiéndolo en el blog la cosa mejora ;-)
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