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1 de enero de 2018

Mis aventuras de Jeremiah Johnson (o la doble vida de los dos d'Ors)

Esta entrada es un regalo de año nuevo para Luis y para José, asiduos lectores de este blog



Poema de Miguel D'Ors
Mis aventuras de Jeremiah Johnson (o de la doble vida de los dos d'Ors)

Nostalgias de otras vidas: aventura y combate,
no tus horas insípidas
de padre de familia y funcionario
que vive encarcelado en una agenda.

Nostalgia de luchar contra la selva,
de escalar ochomiles
entre el estrépito de los aludes,
de ataques de caníbales armados con curare,
de olas de doce metros en una ballenera,
de entrar en territorio comanche dando escolta
a una destartalada caravana
de colonos pardillos.

Que tu vida —suspiras—
fuese esa caravana que atraviesa Wyoming:
huellas de mocasines junto al río,
carretas que se quedan enfangadas
(vaya irlandeses lerdos),
fustigar a los mulos a voces y empujar
las ruedas con el barro a la cintura;
de pronto, sobre el filo de una loma,
la silueta ecuestre y sigilosa
de unos indios, pie a tierra todo el mundo,
son comanches, vosotros, con los winchester,
apostaos detrás de aquellas rocas,
vosotros, ensillando y al galope a Fort Laramie,
a dar aviso a la Caballería,
buena suerte, muchachos, las mujeres y niños,
detrás de esa carreta volcada —señorita,
hay un maldito indio detrás de cada piedra—,
y usted, doctor, olvide la botella
y meta la cabeza en un cubo de agua:
va a trabajar muy duro esta mañana;
y las primeras flechas y los primeros gritos,
¿ha manejado alguna vez un rifle?,
el olor de la pólvora, alguno de los nuestros
que cae muerto, caballos por el suelo,
y un ardor repentino
mordiéndome en el hombro, y por el horizonte
la trompeta del Séptimo, ¡salvados!, ¿le han herido?,
nada, sólo un rasguño, señorita,
mientes mientras la vista se te nubla.
Y caes desfallecido en su regazo.

Y ahora que al fin ya te has callado un poco,
permíteme decirte, so petardo,
que a ver si abres los ojos, que eres más lerdo que
todos tus irlandeses:
siempre fantaseando otra existencia,
que si explorar, luchar, tener miedo, subir,
caer, vencer, defenderse de los ataques indios…
y a fin de cuentas, padre de familia
y funcionario, ¿qué otra cosa has
estado haciendo tú toda tu vida?


PD. Está bien regalar cosas que no son de uno. Pero bueno, no creo que a Miguel d'Ors le moleste demasiado. Las cosas realmente importante tienen eso, que crecen y mejoran cuando se reparten.

1 de abril de 2008

Ir al Carrefour


(la foto no tiene nada que ver, pero está muy guapa, eh?)


Entrevistada por un motivo que no viene al caso, una señora mayor concluía sus declaraciones con el siguiente aserto: “Y cuando me siento sola, me voy al Carrefour”.

Esa huida hacia el Carrefour para espantar la soledad me ha dado mucho que pensar. ¿Realmente estaría menos sola en el Carrefour que en su casa? Acaso el trajín de los compradores, la música ambiente, las promesas publicitarias que la señalan como un prometeo destinado a paladear la felicidad, la distraen un poco de su triste día a día. La sumergen en un anonimato dulce y gelatinoso, que disuelve su memoria, su conciencia y su identidad en un marasmo de placer y consumo.

Me la imagino deambulando por los pasillos, valorando ofertas, palpando prendas de ropa para comprobar su calidad. Disimulando que no tiene nada que hacer allí, más que dar vueltas y vueltas para no quedarse sola frente a la vida, frente a su indigencia, frente a su soledad.

A la hora de salir del supermercado, cierta vergüenza de no llevarse nada a casa. Quién sabe, quizá hasta compre alguna baratija para no sentir la marginación de no llevarse nada debajo del brazo: algo grande y barato, que se amontona luego en algún trastero de su hogar, sin designio de ser utilizado nunca por nadie.

Caminar de regreso, lento. Un suspiro al meter la llave en la cerradura. Se prepara una tortilla triste en la herrumbrosa cocina, y vuelve a encontrarse consigo misma, facturas, problemas y frustraciones.
Los recuerdos fluorescentes carrefourianos le permiten conciliar, al menos por un día, un sueño plácido y sereno.

11 de diciembre de 2007

La vía retronasal



La última nota en la cata de un vino es la vía retronasal: es la estela que el vino deja en la garganta, en la nariz, en el corazón. Un vino se juega muchas cosas en el retronasal: su honradez, su dulzura, su nobleza, su recuerdo. Pero no sólo el vino tiene su retronasal. Todas las cosas tienen su regustillo, su eco, que hay que aprender a escuchar.

Las prisas de esta sociedad muchas veces nos impiden atender a la vía retronasal de nuestras vivencias. Nos abalanzamos sobre las cosas con fruición, y cuando terminamos una ocupación nos zambullimos en otra sin solución de continuidad. Si al terminar un libro abrimos inmediatamente el siguiente; si apenas hemos acabado un trabajo ya estamos acometiendo otro; si al dejar una relación estrenamos otra al instante... nunca escucharemos el eco que todas estas cosas dejan en nuestro interior. Nada sedimentará en nuestra vida, y nos quedaremos con las manos vacías.
No obturemos, esclavos de las prisas, la vía retronasal. Al cabo del tiempo, sólo nos quedarán las vivencias cuya resonancia hayamos dejado retumbar en los adentros, aquellas que hayamos aprendido a escuchar en nuestro corazón.
(El próximo día trataremos de ese fiel compañero de camino que es el pantalón de pana. Se agradecen todo tipo de experiencias y testimonios)

10 de abril de 2007

Domingo


Le propongo un atajo para la felicidad. Es domingo. No mire el reloj. Levántese cuando le duela la espalda de estar en la cama. Bésela como aquella vez (aunque le haya robado alevosamente parte de la manta durante la noche). Lea con atención el dorso del bote de champú... y si se ve con fuerza, también el de los cereales. Apague el móvil, y ni se le ocurra mirar el correo. Llegue a Misa corriendo, con los cordones sin atar. Salga a dar un paseo, y diga algún taco al cruzarse con alguien pintoresco. Coma tarde, prolongue la sobremesa hasta las cinco. Sestee. Escuche el fútbol en la radio. Ojee un periódico atrasado. Maldiga al jefe. Cene algo ligero, y acuéstese a buena hora.

Hacer lo que a uno le apetece, una vez a la semana, es una obligación. Si no, pronto perderá usted el gusto por todo eso. Debe resistir el envite del consumismo. No puede dejar que las nuevas tecnologías colonicen su tiempo libre. Aún está a tiempo. Fíese de mí. Haga la prueba.

12 de febrero de 2007

Tantas y tantas cosas



Y cuando, cansado del yacusi y del mercedes, al final de la última pantalla de Súper Mario Kart. Hastiado de la música de Alex Ubago, pagada ya la cuenta de aquel brumoso pub… al fin bajo la persiana, siempre me quedo solo.¿Eso era todo? Aturdido. Sin nada entre las manos. Promesas incumplidas de la publicidad.

29 de octubre de 2006

Poesía de Miguel D´Ors: pequeño testamento















PEQUEÑO TESTAMENTO

Os dejo el río Almofrey, dormido entre zarzas con mirlos,
las hayas de Zuriza, el azul guaraní de las orquídeas,
los rinocerontes, que son como carros de combate,
los flamencos como claves de sol de la corriente,
las avispas, esos tigres condensados,
las fresas vagabundas, los farallones de Maine, el Annapurna,
las cataratas del Niágara con su pose de rubia platino,
los edelweiss prohibidos de Ordesa, las hormigas minuciosas,
la Vía Láctea y los ruyseñores conplidos.

Os dejo las autopistas
que exhalan el verano en la hora despoblada de la siesta,
el Cántico espiritual, los goles de Pelé,
la catedral de Chartres y los trigos ojivales,
los aleluya de oro de los Uffizi,
el Taj Mahal temblando en un estanque,
los autobuses que se bambolean en Sao Paulo y en Mombasa
con racimos de negros y animales felices.

Todo para vosotros, hijos míos.
Suerte de haber tenido un padre rico.

De "Curso superior de ignorancia"

22 de mayo de 2006

Galgos o podencos?



Hoy, como homenaje a Ramiro, os ofrezco un poema que quizá muchos aprendisteis de pequeños. Y así no os aburro con otra de mis disertaciones.

Tomás de Iriarte
LOS DOS CONEJOS
Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»
«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego...;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».
«Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos.»
«¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo.»
«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.»
«Son galgos, te digo.»
«Digo que podencos.»
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.

30 de abril de 2006

I love Jinah because


Arriba a la derecha tienes un botón que te permite pasar a otros bloggs, al azar... supongo que por si yo te aburro mucho, o no tienes otra cosa que hacer. De vez en cuando está bien, ves blogs de todo tipo de gente, en todo tipo de idiomas.

El otro día me encontré con uno muy fresco (en el mejor sentido de la palabra). Os invito a visitarlo. Ahí va la dirección: http://ilovebecause.blogspot.com/. Ojalá todos, cada día, buscáramos esos motivos para ver la vida con ojos nuevos, para no perdernos los pequeños detalles, que como los taninos del buen vino le dan a la vida un sabor incomparable.

23 de abril de 2006

De tarde en tarde, un elefante blanco


Un tal Rilke, poeta del siglo XX, escribió una vez: "De tarde en tarde, un elefante blanco". Es una frase que me gusta muchísimo, a la que veo un grandísimo sentido.

Pienso que de entenderla bien depende la felicidad entera de una vida humana.

Frente al afán hedonista que busca elefantes blancos en todos lados (hijo de cultura caprichosa del "aquí y ahora"), y frente al escepticismo conspicuo que hace tiempo dejó de creer en ellos, los elefantes blancos aparecen perezosos, cuando nadie los espera, y con su paso distraído y algo circense, nos recuerdan que vale la pena seguir adelante, aceptando la vida como viene, como un regalo. Nos muestran que no todas las ilusiones están caducadas.