8 de junio de 2024

De manías y carriles



Poco a poco -será la edad- mi vida transcurre por raíles relativamente fijos. Supongo que es lo que empieza a pasarle a la gente de mi edad. Los padres se libran un poco porque su casa y su agenda son invadidas por anarquistas bajitos expertos en dinamitar costumbres y sabotear raíles. Pero no es mi caso, por lo que los carriles fijos van ganando espacio en mi rutina. Cosa que me asusta, la verdad. Pero que tampoco está en mi mano evitar sin empezar a hacer cosas raras.

Uno de esos raíles es la perfecta ubicación de mis zapatillas de andar por casa cuando me acuesto. Las coloco de tal modo que cuando me levanto mediodormido para ir al baño mis pies aterrizan en ellas a la perfección. Pues bien, cuando hoy a las tres a.m. me encaminaba al baño he dado una patada a la pata de la cama. Gracias a que iba calzado, he sufrido un dolor muy moderado. De vuelta en la cama me he imaginado con veinte años menos chutando la pata de la cama descalzo, y saltando a la pata coja con la punta del pie cobijada detrás de la rodilla maldiciendo en hebreo.

Me he dormido burlándome un poco de mi yo de 20 años, que vale que jugaba al fútbol y tenía un carácter más flexible y no tenía manías de viejo en plan Mejor imposible ni se levantaba a mear por las noches, pero que daba puntapiés a patas de cama metálicas sin tomar las precauciones más elementales, el muy tonto.


PD. Por cierto, escribiendo esta entrada he recordado este cuento, que leí hará 25 años.

El Derecho y el revés

 

El derecho y el revés, Ariel, Barcelona, 2004 (3ª).

Correspondencia entre Alejandro Nieto y Tomás Ramón Fernández


 Es interesante ver las dos personalidades en diálogo. Nieto parece un genio atormentado, caústico. Fernández, un hombre leído y conciliador.

El libro habla un poco de la esencia del Derecho, de cómo lo aplican los operadores jurídicos -sobre todo, los jueces-, y de las razones por las que existen sentencias contradictorias. Más allá del contenido, la lectura es muy agradable por la maravillosa pluma de los dos autores, particularmente la de Nieto, llena de metáforas muy sugerentes.

Copio a continuación algunas citas o ideas que me han gustado especialmente (cuando no se indica el autor, son de Nieto). A ver si las revisito de vez en cuando.

(Esto es una idea de fondo, no una cita): Dos concepciones de la ley: como norma solucionadora de conflictos, bastante unívoca. O como conjunto de criterios, orientaciones y directrices para que el juez responda bajo su propia responsabilidad. En esta segunda posición se sitúa Nieto. Esta teoría es la que justifica para él que para un mismo litigio existan diferentes soluciones justas, lo que no representa un problema. Hay muchas soluciones posibles y algunas incorrectas.

Nieto. P. 62. Mira que la ley es un becerro de oro que brilla demasiado y es más cómodo danzar en su torno, repitiendo las músicas de siempre, que aventurarse por las zarzas del desierto buscando al dios verdadero, al Derecho que está por encima de la ley.

p. 67. Las grandes organizaciones -como los pastores- han de mimar a los consumidores y usuarios porque cabalmente viven de ellos. Las ovejas bien cuidadas están lustrosas y con buenas carnes y, aunque saben que así se las trata no por amor a ellas sino por el beneficio de la báscula del mercado, pueden disfrutar de la vida hasta que les llega su hora.

p. 70. Hablando de la mala técnica legislativa. (Escrito en 1997). Lo grave es cuando una ley, con independencia de sus intenciones, se expresa en términos confusos, contradictorios, haciendo imposible suaplicación y -sin beneficio de nadie- deja las cosas peor que estaban. Corren tiempos de legisladores ignorantes e insensatos que ponen a los profesores y jueces en aprietos muy delicados, ya que resultan de inteligencia y aplicación imposibles.

p. 88. Tal y como cuentas -y la anécdota es de peso- la estabilidad de la ley nos protege de los caprichos de un director general; pero, en contrapartida, conserva ocurrencias del legislador en mala hora tenidas (…). Con la consecuencia de que la Administración y los particulares hemos de pagar durante años y décadas los errores de una noche legislativa.

Tomás Ramón, p. 109. Que no se cumplan todas las normas no es tan malo. Corrige una cierta legislomanía.

Si lo que quieres decir en tu última carta es que la ley no rige al cien por cien, la vida colectiva, esto es, la conducta de los ciudadanos, el trabajo de los funcionarios y la propia actividad de los jueces puedes decirlo sin más porque es cierto, pero no te apresures por ello, sacar conclusiones demasiado rotundas. Yo te diría, incluso, que no es malo, sino todo lo contrario. Recuerda aquella aguda frase con la que Agustín de Foxá acertó a definir el franquismo: una dictadura moderada por el incumplimiento. Y es que el incumplimiento parcial de la ley o, si quieres, la ineficacia parcial de esta, es la vía por la que retorna una parte de la libertad que inicialmente nos arrebata, que es, justamente, de lo que tú te quejas tan amarga tan amargamente. (…) Esa legislomanía (…) encuentra un paliativa, un mecanismo corrector, en el escepticismo del consumidor, es decir, del ciudadano que, lógicamente, se apunta a lo que en cada caso le conviene, afortunadamente para todos.

117. Las relaciones entre el juez y la ley: esa cumbre de la cordillera del pensamiento jurídico que todo jurista de raza se siente impulsado alguna vez a escalar, aunque por sus laderas y ventisqueros todos terminen despeñados.

126. La Ley es una oferta, una directriz que recibe el juez (todos los operadores jurídicos) para -con ella y desde ella- ponerse a trabajar, a “hacer Derecho”.

131. Hay cosas no demostrables: no susceptibles de demostración sino de argumentación plausible.

131. La opinión dominante no nos vincula, pero nos obliga a ser muy cautelosos porque despreciarla es de soberbios.

150. Como de los apaleados salen los escarmentados, veo contrabandistas por todas partes y tiendo a leer pretexto donde pone justificación. La atractiva manzana de la técnica, cualquiera que sea la variedad de esta, lleva escondido el gusano ideológico que la hace inevitablemente sospechosa.

152. La pregonada conciencia de los juristas, la conciencia de los profesores se vente a tanto la línea. (…) ¿Puedes citarme una ley, una sola ley, que no haya sido respaldada y defendida por algún catedrático? ¿Puedes citarme una causa vil que no haya sido sostenida por un puñado de juristas importantes?

161. Ley: materia prima para el juez. P. 161. Las leyes están en el Boletín Oficial del Estado, como los alimentos en un supermercado (sic veniat verba). El juez va recorriendo los estantes y escoge los productos enlatados y empaquetados, que con su abstracción pueden valer para muchas cosas. Luego, en la cocina de su casa, se prepara el plato concreto y de las múltiples posibilidades que ofrece el arroz, termina obteniendo una paella o un arroz negro o un arroz a la cubana. Eso es lo que se come -lo ya aderezado- y no los duros granos del paquete. Vistas así las cosas, ni que decir tiene que las colecciones de jurisprudencia sirven como libros recetarios para uso de jueces de poca imaginación o demasiado cómodos e insensibles para crear sus propias fórmulas.

TRF. 176. Con las palabras nos estado encadenar argumentos y construir razones para justificar nuestra conducta o demostrar la falta de justificación de la de nuestro eventual adversario ante una instancia imparcial cuya decisión hemos convenido de antemano aceptar. De eso y no de otra cosa trata el Derecho (…).

190. Las diferencias entre demostración y argumentación son bien sabidas. La demostración se refiere a hechos empíricamente verificables o a reglas objetivas (…). En estos casos, cualquier discusión es ociosa porque no se trata de opiniones personales. No se discute si está lloviendo o no, basta sacar la mano por la ventana (…).

La argumentación, en cambio, que nada puede demostrar, pretende convencer, intenta ganarse al auditorio con habilidades retóricas. La demostración se logra o no se logra; no hay términos medios: o se ha demostrado la existencia del hecho o no se ha demostrado. En la argumentación, por el contrario, puede hablarse de plausibilidad y de fuerza convincente. (…) 191. El objetivo declarado de la argumentación es convencer al destinatario y convencer es lograr la aceptación o adhesión a lo que se está diciendo.

192. La fuerza persuasoria de la argumentación depende de (1) la solidez de las razones esgrimidas, (2) de la habilidad del exponente y (3) de la receptividad del auditorio.

TRF. 204. El gran enemigo de la formación, ahora agigantado hasta hacerse monstruoso, es la obsesión por la información, el exceso de información, y de sus inevitables secuelas, el afán de novedades, el prurito de la erudición, el deseo de mostrar a los demás que se está à la page, la banalidad y la fugacidad de las modas.4

208. Es curioso que la sociedad moderna que ha quitado de los altares cosas tan sagradas como la Religión, la Patria o la Familia, siga poniendo velas al Derecho.

211. Si un torero no domina su arte, le pilla el toro, y a un ingeniero que desconoce su técnica, se le hunde el puente. Mientras que las sentencias y las escrituras valen igual, estén bien o mal hechas. La calidad de los abogados se mide por contraste con la de sus adversarios; de tal manera que pueden vivir equiparados en la calidad más ínfima: hagan lo que hagan, uno de ellos ha de ganar el pleito y el cliente lo achacará a sus habilidades.

214. Nada hay tan insípido como un libro que no logra remontarse de la ley que está comentando.

216. El ocio cultural devuelve el ciento por uno.

220. Si un día desapareciesen de las librerías todos los libros que se autotitulan prácticos o apareciese el cura de Don Quijote para mandar a la hoguera a todos en los que se cita pedantemente y sin venir a cuento a más de tres autores por página, probablemente recuperaría el apetito por lecturas nuevas.

225. TRF. No pueden pedírsele peras al olmo, pero sí sombra.

225. TRF. Esencia del Derecho. La vida sigue y para vivirla en paz se necesitan reglas de algún tipo, se necesitan procedimientos para resolver los eventuales conflictos que la convivencia hace inevitables y hacen falta árbitros neutrales que puedan, al menos, moderar el debate, valorar las razones de unos y otros y proponer una posible solución. Ya hemos descubierto el Derecho.

242. Porque –frente a lo que creían ingenuamente los hombres de la Ilustración- nada hay más injusto que lo general y uniforme. Por eso se dice que los jueces son los protectores de los ciudadanos: no tanto a la hora de ampararlos con el manto de la ley como a la hora de impedir que la ley se les aplique en sus términos literales. Porque el juez puede reducir el rigor de la dura lex y cortar, utilizando el paño genérico de la ley, un traje personal e individualizado para cada caso.

247. Yo no pretendo ser un Sansón que derriba las columnas para morir matando filisteos.

248. AN se dirige a TRF. Lo que pasa es que estamos representando papeles diferentes del mismo drama y, sin uno, no se entendería el otro. Tú has asumido deliberadamente el del constructor, el de quien no mira atrás y, aceptando las cosas como son, entiende que siempre hay sitio para edificar algo nuevo y hermoso. Yo he asumido, también deliberadamente, un papel menos atractivo: el de destructor, el de quien mira atrás y alrededor y, no aceptando las cosas como son, pretende derribarlas para hacer sitio a lo nuevo, a lo hermoso y a lo justo. Para poder avanzar no basta tener buenos pies, pues antes hay que abrir camino, podar las zarzas, apartar las piedras caídas y levantar los troncos atravesados. A cuyo efecto son imprescindibles el hacha, el pico y en ocasiones hasta la dinamita.

TRF. 255. Yo tomo el sistema tal cual es porque sé muy bien que no va a derrumbarse por mucho que yo empuje. No soy Josué, ni tengo sus trompetas.

27 de abril de 2024

Aprendiendo en la universidad

 


C. y su pareja nos hacen una visita en la facultad, para presentarnos a su bebé de dos semanas. Nos arremolinamos en torno al carrito, sonriendo embobados y mirando al bebé, que duerme plácidamente. 

- Yo soy catedrático -le susurra lentamente G., que es un cachondo.

Ante la total pasividad su bebé, más en broma que en serio, C. se disculpa:

- Me sabe mal que no haga nada, pero en fin...

- Chica, está -tercia G-. ¿Te parece poco? Ya ves que no hace falta más para tenernos a todos aquí tan contentos.

Luego pasa el tiempo y ya se nos olvida.

Identidad

 


Mientras hago cola en la cafetería de la facultad escucho este retazo de conversación.

- ¿Te has fijado en que to-do-el-mun-do lleva adidas?

- Totalmente. Hay que hacerse con unas ya. Sin unas adidas ahora mismo no eres nadie.

8 de abril de 2024

Breve historia de un secuestro

 


 Estábamos recogiendo el desayuno y preparando las mochilas cuando L. anunció que un amigo suyo del trabajo tenía una casa de pueblo por allí y que, si queríamos, nos invitaba a comer.

Aunque por educación no dijimos que no, creo que a ninguno de los tres nos apetecía ir: no conocíamos de nada al susodicho, y teníamos por delante una excursión de cinco horas. Aquello se zanjó con los típicos "ya veremos", "lo vamos viendo" y "Dios dirá".

Al acabar la excursión (14.45, con media hora de coche por delante, cansados y sin duchar), L. insistió en el tema. Tras unos instantes de silencio incómodo, me erigí en portavoz del sentir común e intenté abortar el plan: aquello no tenía sentido. Presentarnos a las 15.30 en casa de un matrimonio desconocido cuatro personas vestidas de deporte, sudadas y agotadas no tenía ni pies ni cabeza. "Vamos a casa. Nos duchamos. Comemos tranquilamente. Damos una cabezadita. Y si acaso nos pasamos a merendar".

Pero L. es cabezota, y su colega no cejó. "Dice que vayamos. Que no nos preocupemos por la ducha, que no piensa olernos al llegar. Y que ya tiene la mesa puesta".

Maldiciendo nuestra suerte y la tozudez de L. con escaso disimulo, pusimos rumbo hacia casa de su amigo

Pues bien, la comida fue maravillosa. Comimos en una terraza con unas vistas estupendas a la montaña. El matrimonio, de unos cincuenta largos, era encantador. Hospitalarios, campechanos -él con una camiseta negra de Speedy Gonzales, dato-, cultos, alegres, con conversación. Nos habían preparado un arroz con costillas suculento. Se habían acercado al horno a comprar unas cocas con anchoas y tomate. Abrieron dos o tres botellas de vino, una de mistela negra y otra de mistela blanca. L., totalmente desinhibido, agotó a dos carrillos las reservas de chocolate del municipio durante la sobremesa, plácida y distendida.

Serían las seis cuando muy a nuestro pesar tuvimos que arrancamos de allí, prometiendo volver pronto. De camino a casa -ducha, maletas, vuelta a Valencia y lunes en el horizonte-, mirando por la ventanilla, pensé que hay gente para todo. Y, sonriendo antes mis estériles esfuerzos por declinar esa "absurda" invitación,  agradecí de corazón que no todo el mundo sea como yo.

Si estás a tiempo, no vayas

 

Fue hará un par de años.

Me invitaron a una conferencia en la sede de una Congregación (lo que viene a ser un ministerio), después de la cual tendría lugar un paseo por los jardines vaticanos.

Los jardines no están mal. Las vistas de la cúpula de San Pedro desde el cogote, mucho más cerca que las que ofrece la Via de la Concilizaione, son realmente impresionantes. No en vano, son las que imaginó Miguel Ángel, en cuyo diseño original la basílica tenía planta de cruz griega. Más allá de estas vistas -y sin intentar refrescar mi memoria en Internet- del paseo recuerdo una fuente peculiar, el monasterio donde entonces vivía Benedicto XVI, un jardín francés cuidado y uno inglés más agreste, una torre redonda de ladrillo coronada de un tejado circular que me recuerda remotamente a la casa de Gargamel, un paseo que termina en una gruta reproducción de la de Lurdes, un helipuerto, una vía de tren muerta y varias esculturas de la Virgen "modernas" realmente espantosas. También recuerdo que durante el paseo -de una media hora-, nos cruzamos con cinco o seis jardineros y con nadie más.

Mi conclusión es que aquello no está mal, pero no es para tanto. Si antes de mi visita en mi imaginación los jardines vaticanos eran una especie de sancta sanctorum rodeado de un áurea de misterio y misticismo, un entorno medio élfico y medio angelical, al terminar el paseo pasaron a ser un jardín apañado y bastante desierto, así, sin más. Ni papas recogidos rezando el rosario, ni obispos circunspectos caminando despacio mirándose las puntas de los zapatos y cavilando sobre algún dogma, ni túmulos célebres con bustos de bronce y cagadas de pájaro. Ni cardenales jugando a la petanca, ni monseñores paseando al perro, ni tíos haciendo pompas gigantes, ni niños columpiándose ni jugando al balón, ni abuelos sentaos en bancos, ni parejas paseando de la mano.

La verdad es que no sé qué esperaba de los jardines vaticanos cuando acepté la invitación, pero tengo claro que nunca debí haber ido. Gané unas vistas preciosas del cuppulone, de acuerdo. Pero perdí algo infinitamente más valioso: un lugar encantado, un refugio de fantasía en mi imaginación. Pasan los años y me van quedando menos.

10 de marzo de 2024

Peldaños hacia la tumba

 

Uno se hace mayor poco a poco. Pero también hay rubicones, líneas rojas, señales descaradas que nos enfrentan a la evidencia de que ya no somos unos chavales y el sol comienza a darnos por la espalda.

Dejando a un lado dos o tres demasiado universales (cumplir 40, que te llamen "señor", volverte -todavía más- invisible para chicas guapas con las que te cruzas por la calle) aquí consigno algunas que he tenido que digerir en los últimos meses, cuyo zarpazo todavía escuece y amenazan con sumirme en una dulce melancolía: deshacerme de mis últimas botas de fútbol; descubrir que a pesar de resultarme visualmente atractivas, las gominolas cada vez me apetecen menos y me sientan peor; tener un "no" por defecto para los planes imprevistos, por muy buena pinta que tengan; sentir enojo ante el ruido y maldecir internamente a sus responsables; gastarme un ticket regalo de 60 pavos en un manual gris de Derecho administrativo. Y aquí va la última, que me asaltó por sorpresa hace solo unos días y me tiene muy pensativo: disfrutar de un plato de acelgas verde oscuro con taquitos de jamón y almendra picada que estaba, sencillamente, cojonudo.

 

26 de enero de 2024

Exámenes, necrológicas y fuentes de inspiración


Esta mañana, al ir a entregar su examen, una alumna no puede reprimir ligeros brincos de alborozo cuando avanza hacia mi mesa por el pasillo central del aula. En plan Heidi. Ha sido muy gracioso. Sin leer ni una sola palabra de sus respuestas le he puesto un 9. Se lo ha ganado.

Después de comer he subido a la intranet las notas de otro de los grupos. Como cada año, el examen era fácil y previsible. Pues bien, a los diez minutos tenía un mensaje en mi bandeja de entrada de una alumna sorprendida (y suspendida): "Me gustaría ir a la revisión. No entiendo lo que ha podido pasar", se lamentaba. "Pues yo empiezo a entenderlo", reflexiono. Si hubiera dando brinquitos... quién sabe.

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Ayer faltó J., de un infarto repentino. Al conocer la noticia he sentido agradecimiento y pena. De mis años en el CEU, le recuerdo como un compañero y un jefe cercano, trabajador -algo caótico, siempre un poco superado por pilas de papeles- y bonachón. Además, era relativamente joven. 58. Descanse en paz. Hoy ha salido una necrológica en la prensa. Parecía un currículum de la Aneca o la presentación de un conferenciante, llena de grados y cargos académicos, tesis doctorales, artículos y proyectos de investigación. Me ha dejado desolado.

Espero que si alguien se ve en la tesitura de escribir mi necrológica reduzca al máximo mis presuntos éxitos académicos y se centre en mis fracasos como hijo preferido, padrino dadivoso, guitarrista desenvuelto, tenista solvente, apóstol de las masas, tertuliano sugerente, blogero, conferenciante y escritor. Porque al final resulta, hay que joderse, que me gustaría que me recordasen precisamente por aquel sinfín de cosas que no terminan de dárseme bien.

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Leyendo los diarios de I. me sucede lo mismo que con aquella novela tan exitosa y tan mala que me recomendó V. Que los leo y pienso: esto puedo hacerlo yo mucho mejor. Veremos si me sirve de carrerilla para escribir más.

12 de enero de 2024

Una buena historia que contar

 

El sábado estuve en un vivero comprando plantas para la terraza. Cayeron un tomillo, una lavanda, una planta de hojas rojizas y -ojo al loro- un cactus.

Mientras acomodaba el tomillo en su tiesto -todavía tengo abono debajo de las uñas- me distraje un momento y me piché con el cactus. No le di importancia, pero dos minutos después tenía unas pequeñas ronchas y una docena de granos en el antebrazo. Puto cactus. Ya me pedirás agua, ya. 

Sin embargo, sutilmente, mi enfado trocó en secreta admiración, diría que hasta en un cierto orgullo típico de dueño, de padre primerizo. Eso es un cactus y lo demás son tonterías. Un buen cactus, como el mío, no es que pinche, es que pica. Muerde.

A la media hora, para mi decepción, en lugar de enconarse las ronchas y los granos fueron remitiendo, hasta desaparecer. Y me encontré -tersa la piel- deseando que ojalá los granos se hubieran puestos feos, morados. Que ojalá hubiera tenido que ir a urgencias con el brazo ya dormido a que un médico circunspecto experto en medicina tropical -"si hubieras llegado veinte minutos más tarde no habríamos podido hacer nada"- me pinchara en el glúteo un urbasón y me dejara medio cojo una semana.

Habrían sido días difíciles, qué duda cabe. Pero ahora tendría un arma secreta en la terraza y una buena historia que contar.

7 de enero de 2024

Pablo de Lora. Los derechos en broma

Los derechos en broma. Pablo de Lora. Ediciones Deusto. (253 p.)


 

La principal tesis del libro consiste en denunciar la deriva moralizadora que padecen los textos constitucionales y legales en las democracias liberales. Esta deriva adopta diferentes formas, que el autor va explicando en los primeros capítulos: normas poco “prescriptivas”, llenas de lecturas históricas y declaraciones e intenciones fundamentalmente huecas e ideológicamente sesgadas (capítulo 1); normas a la búsqueda de colectivos vulnerables y abusos históricos, a fin de crear ciudadanos victimizados e insatisfechos a los que posteriormente el Estado tratará de ayudar, justificando así su intervención (capítulo 2); inflación de derechos humanos o fundamentales, que se consideran por lo tanto innegociables (capítulo 3). En los capítulos 4 y 5 de Lora se ocupa de la difícil aplicación de estos catálogos de derechos, tratando respectivamente la ponderación entre derechos (capítulo 4), y el papel de los jueces constitucionales o del pueblo, mediante formas de participación directa, en la determinación de qué derechos deben prevalecer (capítulo 5).

El libro, en mi opinión, va de menos a más. Comienza de forma entretenida y brillante, criticando cómo la ley, antaño prescriptiva y austera, en el marco de una política hiperactiva y emotiva, se ha tornado un instrumento al servicio del relato, transformación que se percibe hasta lo hilarante en las Exposiciones de Motivos. El segundo capítulo, bajo el rótulo del Estado parvulario, explica bien cómo una de las ocupaciones favoritas de nuestros legisladores se ha convertido en buscar víctimas, insatisfechos y discriminados –cuando no directamente en crearlos- a fin de ofrecerles soluciones –siempre parciales- que legitimen una creciente intervención de los poderes públicos. El resto de capítulos, aun conteniendo intuiciones afiladas e interesantes, tiene menos cohesión. Son muchos los temas que se abren, tales como los derechos de los animales, la ecología, el aborto, la justicia constitucional, el nuevo constitucionalismo de tinte bolivariano, etc., y muy pocos los que se cierran de forma satisfactoria, siquiera con una propuesta aproximativa y sujeta a revisión.

La principal virtud de libro consiste en captar y explicitar de forma ingeniosa –basta leer el título de libro-  una progresiva degeneración de los instrumentos normativos que regulan la vida en común. Esta degeneración no es inocua, ni restringe sus perniciosos efectos al estrecho círculo de quienes nos dedicamos a estudiar esa legislación “santimonia”, sino que impacta negativamente en la vida social, en ocasiones de forma grave, como ha evidenciado recientemente el gatillazo de la ley del solo sí es sí. Se conoce que el marketing político y el sentimentalismo rampante de nuestras sociedades –poco a poco- son capaces de socavarlo todo, también las normas básicas que ordenan nuestra convivencia.

 

Aquí dejo algunas citas

Introducción

p. 17. Los preámbulos y los estatutos de autonomía han sido también un “semillero de excesos retóricos apenas contenidos” (…).

pp. 23 y ss. La legislación santimonia. Un tipo de normas que “son la derivada natural de un ejercicio infantilizado de la acción pública, una forma de hacer política que aborda los problemas a los que se enfrenta la sociedad contemporánea de manera maniquea, emocional, simplista, bajo la (también indisimulada) presuposición de que los ciudadanos tenemos que ser educados, guiados y concienciados, y no así persuadidos, interpelados o incluso molestados, es decir, tratados como adultos. Las exposiciones de motivos de esas piezas legislativas son un indicio elocuente de todo ello: majestuosidad programática en lenguaje de madera; y jabón, mucho jabón para los destinatarios de esas normas, a quienes se concibe más como párvulos necesitados de refuerzo positivo (tan propio de escuelas infantiles) que como agentes autónomos y racionales (…).

24 y 25. Otro proceso de extraordinaria relevancia: la tumoración del ideal de los derechos humanos (…). Con la conversión de prácticamente todas las demandas sociales en la vindicación de la efectiva garantía de un derecho humano se genera un odioso efecto de atoramiento de la deliberación pública (…).

Las razones de la ley

p. 39. Critica la aprobación de normas “cuyo contenido prescriptivo es escaso, y flota, un tanto indecorosamente, en un mar de proclamas ideológicas variopintas; de buenos propósitos” (…). En estas normas el “legislador aprovecha para imponer un cierto relato”.

Anatomía de un Estado parvulario

p. 90. Desde el Estado se busca víctimas y gente indefensa para luego ayudarles y apuntarse un tanto. Vivimos en un Estado social, democrático, dramático y dramatizado de derecho. “La desventura social se cocina desde los poderes públicos, se construye institucionalmente el agravio para, a continuación, desplegar un formidable aparato burocrático, en niveles administrativos diversos, que canaliza –aunque nunca resuelve del todo, y a veces ni siquiera parcialmente- las querellas de víctimas, ofendidos o insatisfechos en sus intereses o pretensiones”. El legislador (…) se siente bien consolando a la ciudadanía; no ya al que se encontraba previamente agraviado, sino al que ha ayudado en primer lugar a que pueda construirse y presentarse como tal.

Se inventan formas de violencia –contra la infancia, por ejemplo-. La red de pesca de la ley genera los peces “y con ello la perpetua insatisfacción que a su vez alimentará justificadamente el ejercicio del poder (o bien su conquista) para cambiarlo todo”.

El derecho y los derechos: un universo inflacionario

Bentham criticaba la Declaración de Derechos de 1789, llamando a esos derechos “nonsense upon stilts”, es decir, disparates sobre zancos.

Porqué se invocan tanto los derechos. P. 148. Cita a Liborio Hierro: “quienquiera que pretenda hoy que se tome en consideración alguno de sus deseos, que se garantice o proteja cualquiera de sus intereses o que se satisfaga laguna de sus necesidades, hará bien en formular tales pretensiones como el necesario cumplimiento de un derecho humano antes que embarcarse en la mucho más gravosa empresa de justificar suficientemente que sus deseos, intereses o necesidades deben alcanzar tal prioridad, y que debe ser desplegado el correlativo haz de obligaciones que a todos, y en especial al Estado, incumbirá. Parece como si al calificar ese deseo, ese interés o esa necesidad como un derecho uno quedas automáticamente exento de tener que demostrar su exigibilidad. Se produce una especie de ecuación semántica: es mi derecho, luego debe ser respetado o satisfecho”. Es como cuando los niños dicen “casa” en el juego del pilla pilla.

Señala Ignatieff: reivindicar un derecho implica hacerlo innegociable (…), la transacción no es facilitada cuando se usa el lenguaje de los derechos.

El peso de los derechos: ponderando la ponderación

153. Los derechos fundamentales “operan como cartas de triunfo, es decir, impiden que consideraciones basadas en el bienestar colectivo puedan servir como justificación del sacrificio de los intereses o necesidades básicas de los individuos”.

Constitución, populismo y democracia

Cuántos derechos se reconocen en las Constituciones: en 2015, el promedio era de 50. Venezuela encabeza el ranking, con 82 derechos. Angola tiene 80, Zimbabue, 74. Países Bajos, 26; Dinamarca, 21, y Australia, 11. Son datos elocuentes.

Cierta decepción tras ciertas constituciones (cita a Corina Yturbe): “la magia constitucional es la hermana gemela del desencanto: era muy difícil que la decepción no sobreviniera. Las invocaciones legales, esos conjuros cívicos llamados constituciones, tenían claras limitaciones; no podían transformar la economía o la sociedad de las naciones por sí solas.