26 de diciembre de 2007

La pana se vuelve a llevar





Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar. Pasar haciendo camino, camino sobre la mar.

Pero… realmente… ¿todo pasa? No. La pana, no pasa. La pana permanece, vuelve y revuelve.

Tras un verano de blusas y bermudas, tras los tejidos ligeros de usar y tirar, tras el imperio del hilo y del lino, que es hortera pero fresco, llegan las primeras nubes, los primeros estornudos, el primer frenadol fugitivo en la cocina a media tarde, con el carrusel deportivo sonando olvidado en el cuarto de estar.

Y bajan del altillo las bolsas de plástico con la ropa de invierno. Septiembre que envejece con olor a naftalina. Y uno va recordando el tacto de esta prenda, el calor de esa otra, el color y el olor de la entrañable bufanda.

De pronto aparecen los pantalones de pana. Son unos pantalones que heredamos de aquel primo –nadie compró nunca un pantalón de pana-, abrigados, confortables, siempre con un aire de prenda algo anticuada. Se trata esa de pana gruesa con olor a Pirineo, nada de posmodernas adaptaciones decadentes, de una pana finita con forma de vaquero. No. Es pana de pastor, de anochecida ante una hoguera: gruesos, del color del otoño. Marrones, verdes botella, color vino. La pana es como el vino, mejora con el tiempo. Y hay que llevarlos holgados, anchos, largos de tiro.

Va pasando el invierno sin ponernos el pantalón de pana. Nunca parece el momento adecuado. Siempre encontramos prendas más adecuadas, más alegres, más a la moda. El pantalón de pana no se queja, no reivindica. Conoce su papel a la perfección, no duda de su victoria (es un superviviente nato del devenir de la moda). Porque tres, sólo tres, son los momentos del año en que todo buen español debe llevar enfundado un pantalón de pana, a ser posible gastadito: al hacer una chapucilla en casa un domingo de lluvia por la tarde; al salir al monte a coger setas, con una bota de vino bajo el brazo; y al montar el belén. Debería prohibirse montar el belén –corcho, musgo y figuritas- sin un pantalón de pana.

Y así pasa la vida, serena, cíclica. A un pantalón de pana le sucede otro. Un día, le regalamos un pantalón de pana a un hijo, a un nieto. No parece un buen regalo, no brilla, no es delicuescente. El receptor nunca está preparado para percibir la grandeza del momento. Sólo muchos años después, en un recodo de la vida, descubrirá paulatinamente que aquel regalo, aquel lejano primer pantalón de pana, fue tarea, encomienda y vocación. Fue el vínculo que le unió con sus ancestros. Fue símbolo y testigo de toda una estirpe.

Definitivamente, la pana se vuelve a llevar.

18 de diciembre de 2007

Un pensamiento sobre el Cambio Climático





Estoy un poco harto del tema del cambio climático. Y creo que esto no ha hecho más que empezar. En cualquier momento se empezarán a constituir comités contra el cambio climático, que juzgarán sin piedad a los ciudadanos insolidarios, ecodelincuentes, que no tengan cuatro o cinco bolsas de basura de distintos colores en su casa para reciclar envases, pilas, plásticos, compresas, residuos orgánicos, huesos de aceituna. Todo profundamente profiláctico y enfiteútico. Mientras tanto, se rompen un 70% más de los matrimonios –lágrimas, depresiones, traumas, ansiedad... vidas con heridas difíciles de restañar-, y a nadie parece importarle. Repiten curso casi la mitad de los niños de 15 años, y la noticia se la lleva el viento de la actualidad y nos quedamos como si cualquier cosa –eso quien no tiene en su casa un sujeto que responde a esas características, todo sea dicho.

Sin embargo, quiero romper una lanza en favor de este reiterado debate sobre el cambio climático, y una de las bases en las que se fundamenta. Se trata de la evidencia de que el empleo irresponsable de la ciencia e industrias humanas puede dañar de modo irreversible la naturaleza, y volverse contra el propio ser humano. Esta idea, cuya difusión a escala planetaria hay que agradecérsela a Al Gore, desafía ese otro dogma del cientificismo que sostiene que todo progreso científico es un progreso humano, y que todo lo que puede hacerse, debe hacerse. Pues oiga, no. A lo mejor no es bueno realizar una explotación agraria irresponsable, por ventajosa que económicamente pueda resultar; a lo mejor es desaconsejable consumir ciertos productos altamente contaminantes, por eficientes que a corto plazo sean; a lo mejor es preciso no investigar en ciertas líneas de trabajo que atentan contra la vida de los embriones, por exitoso que pudiera ser –que por cierto, todavía no lo ha sido nunca.

Así que eso. Que aunque todo el paroxismo que está desatando el asunto del cambio climático, verdadera katarsis del discurso políticamente correcto, me pone un poco negro, algo interesante podemos sacar de ahí. La abolición del hombre llevó inexorablemente al abuso de la naturaleza. Quizá un amor renovado por ésta sea el primer paso para devolver al hombre –a cada hombre- al lugar que ecológicamente le corresponde.

Hoy brindo, con reservas, por Al Gore.
Pospongo el tema de los pantalones de pana... lo bueno se hace esperar!

11 de diciembre de 2007

La vía retronasal



La última nota en la cata de un vino es la vía retronasal: es la estela que el vino deja en la garganta, en la nariz, en el corazón. Un vino se juega muchas cosas en el retronasal: su honradez, su dulzura, su nobleza, su recuerdo. Pero no sólo el vino tiene su retronasal. Todas las cosas tienen su regustillo, su eco, que hay que aprender a escuchar.

Las prisas de esta sociedad muchas veces nos impiden atender a la vía retronasal de nuestras vivencias. Nos abalanzamos sobre las cosas con fruición, y cuando terminamos una ocupación nos zambullimos en otra sin solución de continuidad. Si al terminar un libro abrimos inmediatamente el siguiente; si apenas hemos acabado un trabajo ya estamos acometiendo otro; si al dejar una relación estrenamos otra al instante... nunca escucharemos el eco que todas estas cosas dejan en nuestro interior. Nada sedimentará en nuestra vida, y nos quedaremos con las manos vacías.
No obturemos, esclavos de las prisas, la vía retronasal. Al cabo del tiempo, sólo nos quedarán las vivencias cuya resonancia hayamos dejado retumbar en los adentros, aquellas que hayamos aprendido a escuchar en nuestro corazón.
(El próximo día trataremos de ese fiel compañero de camino que es el pantalón de pana. Se agradecen todo tipo de experiencias y testimonios)