28 de febrero de 2008

Al pan, pan, y al vino... como fieras

Adjunto unas palabras pronunciadas por el primer ministro australiano a finales de 2007. Hablan de inmigración. Pueden sonar un poco fuertes, pero en mi opinión están llenas de sentido común.
Perdonad la falta de frescura en el blog desde hace unas semanas... será el mileurismo!



El primer ministro australiano, John Howard, dijo el miércoles a los musulmanes que quieran vivir bajo la Sharia islámica que se marchen de Australia, en momentos en que el gobierno se encuentra aislando a posibles grupos radicales que podrían lanzar ataques terroristas contra el pueblo de esa isla-continente en un futuro.

Asimismo, Howard despertó la furia de algunos musulmanes australianos cuando dijo que le ha dado todo su apoyo a las agencias de contrainteligencia australianas para espiar a las mezquitas que hay en la nación.


'Los que tienen que adaptarse al llegar a un nuevo país son los inmigrantes, no los australianos', expresó con firmeza el mandatario. 'Y si no les gusta, que se vayan.

Estoy harto de que esta nación siempre se esté preocupando de no ofender a otras culturas o a otros individuos. Desde el ataque terrorista en Bali, hemos experimentado un incremento de patriotismo entre los australianos'.

'Nuestra cultura se ha desarrollado sobre siglos de luchas, pruebas y victorias de millones de hombres y mujeres que vinieron aquí en busca de libertad', agregó Howard.

'Aquí hablamos inglés fundamentalmente', dijo el primer ministro en un momento de su enérgico discurso. 'No hablamos árabe, chino, español, ruso, japonés ni ninguna otra lengua. Por lo tanto, si los inmigrantes quieren convertirse en parte de esta sociedad, ¡que aprendan nuestro idioma!'
El mandatario continuó diciendo que la mayoría de los australianos son cristianos. 'Esto no es un ala política ni un juego político. Se trata de una verdad, de hombres y mujeres cristianos que fundaron esta nación basados en principios cristianos, lo cual está bien documentado en todos nuestros libros. Por lo tanto, es completamente adecuado demostrar nuestra fe cristiana en las paredes de las escuelas. Si Cristo les ofende, entonces le sugiero que busquen otra parte del mundo para vivir, porque Dios y Jesucristo son parte de nuestra cultura'.


'Toleraremos vuestras creencias, pero tienen que aceptar las nuestras para poder vivir en armonía y paz junto a nosotros', advirtió Howard. 'Este es nuestro país, nuestra patria, y estas son nuestras costumbres y estilo de vida. Permitiremos a todos que disfruten de lo nuestro, pero cuando dejen de quejarse, de lloriquear y de protestar contra nuestra bandera, nuestro compromiso nacionalista, nuestras creencias cristianas o nuestro modo de vida.


Les recomiendo encarecidamente que aprovechen la gran oportunidad de libertad que tienen en Australia. ¡Aquí tienen el derecho de irse a donde más les convenga!'


'A quienes no les guste cómo vivimos los australianos', prosiguió Howard. 'Tienen la libertad de marcharse. Nosotros no los obligamos a venir. Ustedes pidieron emigrar aquí, así que ya es hora de que acepten al país que los acepta.

25 de febrero de 2008

Un zumito


La calidad de vida de un sujeto puede medirse por el número de zumos de naranja que se hace al mes. Quien no tiene tiempo de hacerse un buen zumo es un pobre desgraciado.

8 de febrero de 2008

Acabó el romanticismo


Dos cambios significativos en el mundo del fútbol, que certifican el fin de todo romanticismo en los campos:

Primero. Ya no se arrojan almohadillas al campo, como antaño, cuando al finalizar el encuentro el aficionado se siente defraudado, o sencillamente cabreado. Ese sencillo gesto, de arrojar al césped la almohadilla alquilada por 50 pesetas a la entrada del estadio, era significativo, liberador, e incluso festivo en su simplicidad. La almohadilla cumplía así en el universo futbolístico una función terapéutica y teatral, materializando y exorcizando el enfado del aficionado de a pie, que, una vez arrojada con desprecio su almohadilla, volvía a casa alegre y mejorado.

Esa alegre lluvia de almohadillas, similar en sus efectos a una buena pañolada, ponía fin a muchas tardes de domingo. Es un fenómeno social digno de un análisis más detenido que siempre que se produce una pañolada, igual que en el lanzamiento masivo de almohadillas, junto con aficionados tremendamente cariacontecidos, se encuentran otros correligionarios que sacan sus pañuelos entre albricias y carcajadas, vituperando al sujeto denostado con una alegría en el rostro difícilmente comprensible.

Me pregunto si los aficionados de las primeras filas tendrían un seguro especial contra accidentes cervicales ocasionados por lanzamiento de almohadillas. Si una vez vi a un señor cuya almohadilla impactó en la cabeza del espectador de la fila inmediatamente anterior a la suya, y la tuvieron con picadores, me cuesta creer que un gran número de almohadillas volátiles no cayeran sobre las inocentes coronillas de los aficionados de las primeras filas, que además de soportar la derrota de su equipo tenían que capear el temporal de objetos voladores dirigidos contra los balompedistas o el colegiado. Eran los chivos expiatorios de la frustración general. Si alguien puede aclararme este extremo se lo agradeceré.

Finalmente, otra pregunta que me inquieta. ¿La almohadilla se lanzaba como un frisbi, con un gesto horizontal, o más bien como una piedra, de atrás adelante? Conviene aclarar este extremo antes de que las últimas almohadillas de tarde de domingo desaparezcan de nuestra memoria común.

El segundo cambio significativo es: ya no se grita sinvergüenza al colegiado o al jugador indolente, que adolece de pundonor, sino hijo de puta. Así nos luce el pelo.

Pd. La imagen, del mítico Molinón. Un clásico del carrusel deportivo.