6 de enero de 2023

Mi edificio favorito de Roma

 


(Lo enviaré al periódico mañana. Si alguien tiene comentarios o sugerencias serán bien recibidas).

Mi edificio favorito de Roma es la basílica de Santa María de Araceli, situada en la cima del monte capitolino. Junto a la impresionante escalera de 124 escalones que conduce a su entrada, lo más característico del templo son las 22 columnas que sustentan su nave central.

Recicladas de distintos edificios y ruinas romanas, cada columna es de su padre y de su madre. Las hay lisas y estriadas; claras y oscuras; gruesas y finas. Como ninguna mide lo mismo, unas se apoyan sobre basas y otras surgen desde el suelo, y cada una es coronada por un capitel diferente –dórico, jónico o corintio- con el fin de ajustarla exactamente al tamaño requerido.

Pues bien, lo curioso es que el collage funciona, y el edificio no solo se sostiene, sino que tiene una gracia muy particular.

A veces pretendemos que nuestra vida se asemeje al Partenón de Atenas, y sea un conjunto pulcro y perfectamente canónico. Nos gustaría que nuestra razón, nuestros sentimientos, nuestras relaciones y nuestro horario se ensamblaran en perfecta armonía, lo que por fin nos permitiría sentirnos bien y degustar en qué consiste la felicidad. Ese sueño, sin embargo, no pasa de ser una utopía.

Ni los demás, ni el mundo, ni –lo siento- nosotros mismos somos perfectos. En nuestra vida siempre habrá estridencias, disonancias y errores. Ante esta evidencia caben distintas opciones. Algunos se refugian en edificios inexistentes: el nostálgico en palacios de un pasado imaginario, y el iluso en doradas mansiones del futuro, cuando gobierne su partido, consiga perder peso o un ascenso en el trabajo. Otros, directamente, renuncian a construir nada: el cínico instalado en la ironía; el llorón en la protesta; el vividor en el placer egoísta y efímero.

Frente a estas opciones, desde la cima del capitolio Santa María de Araceli nos propone una vía alternativa. Construir con lo que hay. Que no podamos hacer un Partenón no significa que tengamos que dormir o adorar a la intemperie. Mira con atención a tu alrededor, porque seguro que aquí y allá encuentras columnas útiles para tu proyecto de vida en este nuevo año. Tu pareja no es perfecta, pero tiene encantos que la hacen única; tus amigos son un poco balas, pero qué harías sin ellos; tu perro babea y suelta pelo, pero sestea a tus pies con inquebrantable fidelidad; tu trabajo, con sus lunes y frustraciones, te permite comer, mejorar y servir con alegría.

Mi edificio favorito de Roma es Santa María de Araceli. Sus columnas -dispares y con desconchones- me recuerdan que siempre se puede hacer algo bonito con lo que se tiene a mano. Que, también en 2023, se puede ser feliz con lo que hay.

1 de enero de 2023

Apocalipsis cognitivo - Gérald Bronner

 

Apocalipsis cognitivo

Gérald Bronner, Paidós, 2022.

NOTA: 5/10

DE QUÉ VA EL LIBRO

Se trata de un ensayo sobre cómo y por qué malgastamos el tiempo libre en la sociedad digital con productos audiovisuales superficiales y de baja calidad. Lo leí por recomendación de JPA. Las expectativas eran altas, y no me ha parecido para tanto.

RESUMEN - VALORACIÓN

Broner arranca señalando que en la sociedad contemporánea las personas cada vez tenemos más tiempo de cerebro libre, que no tenemos que dedicar a satisfacer nuestras necesidades básicas de alimentación y defensa y podemos dedicar a actividades intelectuales más elevadas. Este “tiempo cerebral liberado” es un verdadero tesoro, que bien aprovechado generaría avances impresionantes para la Humanidad. Aquí ya vendría el primer matiz: no tengo claro que hoy en día tengamos más tiempo para la reflexión y el reposo que hace 200 ó mil años… pero en fin.

Sin embargo, los datos apuntan a que este tiempo “liberado” no lo dedicamos a fines elevados y constructivos, sino a perder el tiempo con contenidos digitales superficiales, controvertidos y estúpidos.

Esto se debe a que nuestra mente tiene una inclinación casi fatal hacia contenidos de cierta naturaleza –sexo, peligro, miedo, violencia, conflictos, novedad, sorpresa, egocentrismo, comparaciones-, inclinación que es explotada por los agentes del “mercado cognitivo” para secuestrar nuestra atención. El autor asocia esta inclinación a lo morboso en la historia evolutiva de nuestro cerebro y en nuestra condición animal; personalmente, lo vincularía algo al pecado original.

Brommer señala que la inclinación hacia esos contenidos –nuestras invariables mentales- es evidente y natural, como demuestran los datos de consumo de Internet. Hasta hace poco, podía decirse que la “basura” se consumía por falta de alternativas de calidad en la televisión; hoy en día dicha afirmación es insostenible: si se nos ofrece contenido de baja calidad es porque es el contenido que la inmensa mayoría de personas prefiere consumir. Esta revelación, este desvelamiento, es lo que Brommer llama “apocalipsis cognitivo”.

La explosión de la oferta digital está llevando a muchos dilapidar su precioso tesoro atencional en actividades de placer inmediato, estériles, embrutecedoras, que devuelven el protagonismo al hombre prehistórico” (p. 151. un respeto por él, ojo).

Una vez realizado su diagnóstico –bastante ordenado y claro, pero poco original y con una fundamentación discutible- el autor discute dos posiciones.

La primera es la de quienes se obstinan en negar esas invariables mentales o atracción morbosa en los humanos, acusando de la misma a los programadores o los poderosos. Esta afirmación parte –para Brommer- de antropologías ingenuas, que piensan que el hombre es bueno por naturaleza; o que piensan que la política puede cambiarlo todo, también la naturaleza del hombre.

La segunda –bastante más forzada- es el neopopulismo, que encierra a los hombres en esas invariables, explotando esas debilidades intelectuales o aprovechándose de ellas para conseguir el poder (fake news, discurso del odio o del miedo, etc.).

Al final del libro Brommer lanza su propuesta. Resumidamente, invita a fomentar el pensamiento crítico y a resistir ante la curiosidad morbosa. El problema es que se enreda en rollos científicos, sociológicos y antropológicos confusos que –creo- ni él mismo se cree ni consigue entender. Vamos, que más allá de explicarnos algo que ya sabíamos -quizá con algo de orden-, tampoco tiene muy clara una solución.

Como comentario al margen, señalo que el autor tiene resabios de francés laicista y políticamente correcto, que un poco de risa o lástima, según como se lo tome uno. Reverencia la democracia, se le llena la boca hablando de progreso, critica el oscurantismo religioso, pone verde a Trump… En fin, lo que suele venir en el pack de intelectual francés que quiere vender libros.

En conclusión: un libro más sobre los riesgos de la tecnología digital para el individuo y la sociedad. No pasará a la historia –no creo que dure un año-, pero tiene alguna exposición ordenada y ciertas expresiones que pueden ser útiles. Quizá la idea más potente es la constatación de que entre contenido de calidad y el malo, aunque lo niegue, la gente prefiere el malo. Nada  que no sepamos, pero que a muchos les da pudor reconocer.

ALGUNAS CITAS

p. 65. LA INDUSTRIA DEL CHICLE. La industria del chicle está en crisis, Han perdido en pocos años veinte kilómetros de expositores junto a las cajas de los supermercardos. La gente mira el móvil.

66. Las pantallas se han convertido en monstruos atencionales que devoran nuestra atención.

p. 71. ¿Nos comportaremos como gestores buenos y prudentes, optando por inversiones seguras, o al contrario, nos jugaremos el capital mental disponible en el casino de la atención?

p. 91. PELIGRO. Al igual que el azúcar nos apetece y  no siempre es fácil resistir esa tentación, la información que pretende alertarnos de un peligro nos atrae irresistiblemente. [En el mercado de la atención] lo que determina el éxito de un producto es su capacidad de llamar la atención. (…) Esta es una de las razones por las cuales nuestro espacio público se ha visto invadido estos últimos años por toda clase de alertas sanitarias o medioambientales no siempre justificadas.

p. 94. MIEDO. Argumentos del miedo y la sospecha. Estos argumentos son más fáciles de producir y rápidos de difundir que los que permiten restablecer los hilos de una confianza absolutamente necesaria para la vida democrática.

103. CONFLICTO. Nos cuesta resistirnos a la atracción cognitiva que representa una situación de conflicto. (…) Algo en nuestro cerebro empuja esa información al primer plano de nuestra conciencia. (…) El enfado, igual que el sexo y el miedo, será un buen soporte emocional para conferir cierta viralidad a un producto cognitivo. Hay una ADICCIÓN AL ESCÁNDALO.

116. Conflicto para llamar la atención. Tanto en los programas de debate como en reality shows, se busca el enfrentamiento, se crea artificialmente si hace falta, ya que es un buen producto para captar nuestra disponibilidad mental.

120. LO NUEVO. Hay una fuerza que nos impulsa a prestar atención a lo imprevisto, la sorpresa y la exploración. (122). Sin esta disposición a explorar, muchos animales saturarían su espacio y acabarían extinguiéndose. (…) La sorpresa, el acontecimiento, lo inédito y, en general, lo posible incierto en todas sus formas constituyen imanes poderosos para nuestra atención.

p. 155. El objetivo de una serie de publicistas y especialistas en marketing es hacernos confundir e placer con la felicidad.

p. 174. Antes de ganar la batalla de la convicción es preciso ganar la de la atención.

p. 262. Hay una pendiente muy fuerte que nos conduce a la demagogia cognitiva, a la fascinación por lo negativo y que, en general, permite que se imponga la cara oscura del apocalipsis cognitivo; sin embargo, esa pendiente no es irresistible.

p. 269. Necesitamos realizar cada uno una declaración de independencia mental.