19 de marzo de 2022

Ídolo


Poveda tiene treinta y cinco años y ocho hijos. Entre ellos, dos parejas de gemelos. Hace unos meses estuvimos hablando un rato, al borde de la piscina. Mientras sostenía a un bebé en brazos y otra niña –hija suya, con toda probabilidad- le agarraba de una pierna, me contaba divertido:

-Un amigo mío acaba de tener su primer hijo y, por lo visto, están durmiendo poquísimo. Me dice que cuando está muy desesperado y piensa que no puede más, que su vida es una mierda, se acuerda de mí y de mis ochos hijos y se consuela pensando: “Poveda está peor. Pobrecillo. Su vida sí que es una mierda”. Y que entonces se siente mejor.

Nos reímos mucho con la ocurrencia.

Como al recordar la anécdota yo también me siento mejor, la dejo consignada aquí, y así no me olvido.

9 de marzo de 2022

¿x 1.5? No, gracias

(En unos días mando esto al periódico. Se agradecen comentarios)  En general, me gusta. Pero tiene un tono un poco de "predicador" y "formalillo" que me distorsiona el blog. Este estilo me está aprisionando un poco. No está mal, pero creo que le falta algo de frescura. En fin, ya me diréis...


Mi primer recuerdo de audios acelerados es borroso. Lo asocio –llámame viejo y casposo- a la grabación de un cassette de José Luis Perales en una minicadena Aiwa en el salón de mis padres. Serían finales de los años 80.

Luego un gran salto, hasta que mi hermana me explica (2018) que ve las clases de preparación del MIR a x1.5, para optimizar el tiempo de estudio. Desde entonces, la reproducción de vídeos o audios a mayor velocidad se ha generalizado. Clases online, podcast, audios de whatsapp, series… ningún contenido escapa a esta “furia optimizadora”, que permite ahorrar tiempo acelerando la velocidad de exposición a un mensaje.

Entiendo la moda, claro. Pero no termina de gustarme, al menos por cuatro razones.

1. Acelerar el mensaje da a entender que nuestro tiempo es más valioso que el del emisor. En cierto modo, acelerar equivale a decir: “Abrevia tío. Me interesas, pero lo justo. Tengo otras muchas cosas que hacer”.

2. Acelerar el mensaje sacrifica el proceso en el altar del resultado. Como si lo único importante fuera transmitir el mensaje, y no la relación que toda la comunicación implica, con sus matices, acentos, silencios y meandros.

3. Acelerar el mensaje nos atolondra. Queremos ir más rápido para hacer más cosas. Pero esas otras cosas también las hacemos deprisa, para poder ocuparnos de otras cosas, que también haremos rápido, en una carrera sin fin de pollos sin cabeza apresurándose hacia ningún lugar.

4. Acelerar el mensaje evidencia que uno preferiría estar haciendo otra cosa, y por eso desea terminar pronto. Fundamentalmente acelera quien está en “marrón mode” y quiere quitarse cuanto antes algo engorroso de encima.

Pues bien, como valoro el tiempo de los demás tanto como el mío; como disfruto del camino y del esfuerzo; como me gusta saborear las cosas; y como prefiero el “growing mode” al “marrón mode”, me he prohibido pinchar cualquier botón que acelere la reproducción de mensajes.

Bastante rápido pasa la vida como para ir por ahí acelerándola. La vida no se puede rebobinar. Que cada uno haga lo que quiera, pero yo prefiero ir más despacio, relajar la marcha, mirar más el paisaje. Todavía no han inventado un botón para ralentizar el tiempo, para pasar la vida a x0.5. Esperemos que no tarden mucho. Mientras lo inventan, solo me queda ser yo quien vaya un poco más despacio. Acompasado al paso de la vida, sin frenesís absurdos. Y por eso no pincho ni pincharé botones de x1.5.

Llámame viejo y casposo, pero sigo convencido de que la vida –como los temas de Perales, por cierto- se saborea mucho mejor a su velocidad normal.