28 de mayo de 2021

Me gustaría pensar que fue lo segundo

 

Acababa de dar una conferencia sobre un tema espinoso en una plaza exigente. De intento, había procurado ser particularmente conciso, ya que la charla era en horario laboral. Al terminar, se me acercó un señor y, muy amablemente, me dijo con una amplia sonrisa:

- Muchas gracias, sobre todo por la brevedad.

Seguí recibiendo comentarios y parabienes de otros asistentes, mientras el hombre se confundía entre la gente que abandonaba del salón de actos. Han pasado ya dos días, y todavía sonrío preguntándome si aquello fue un elogio mediocre o un elegante insulto.

Supongo que nunca lo sabré.

21 de mayo de 2021

Elogio de la frustración

Mañana mandaré esto al periódico. Agradezco comentarios y sugerencias.



El otro día hablaba con un amigo, padre de tres hijos. “Estoy un poco frustrado, tío”, me confesaba. “Llevo dos meses intentando arreglar mi Vespa y no encuentro un solo minuto. Siempre hay algo: cuando no es una brecha es un berrinche o un cumpleaños… No sabes lo que cuesta encontrar un solo minuto para mis hobbies…”

Mi colega estaba realmente frustrado, aunque, con su cerveza fría en la mano, tampoco parecía triste. Es más, su senequismo transmitía incluso un punto de alegría. Después de hablar con él he estado pensando un poco sobre la frustración, y he llegado a la conclusión de que estar frustrado puede ser una buena señal.

En primer lugar, la frustración es hija del inconformismo, del deseo de sacar nuestra mejor versión. Quien está perfectamente satisfecho con lo que es y lo que ha conseguido –quien no siente atisbo alguno de frustración-, probablemente sea un narcisista o un perezoso sin intención alguna de mejorar. Ojalá en mi lecho de muerte pueda experimentar esa sensación de paz y cumplimiento; hasta entonces, prefiero una moderada frustración que me incite a luchar contra mis defectos. Porque puedo y debo ser mejor.

En segundo lugar, solo se frustra quien apunta alto, quien sueña. “Que no puedas llegar es lo que te hace grande”, decía Ortega. Plantearnos ideales elevados nos ayuda a vivir de puntillas, a aspirar a la excelencia y la perfección. En ese esfuerzo casi siempre nos quedamos cortos –frustrados-, pero desarrollamos nuestros talentos y aprendemos a vivir con ilusión. Los amarrateguis y los apocados no se frustran, se limitan a ver pasar la vida desde la mullida butaca de su comodidad.

Finalmente, se frustra quien ama. De un lado, porque amar implica renuncia, posponer el propio egoísmo para que el otro sea feliz. Llevar al niño al cumpleaños en lugar de arreglar mi vespa. En los cuentos de hadas estas renuncias culminan en sabrosos banquetes de perdices; en nuestra vida –Disney, ¿por qué no nos avisaste?- van seguidas a menudo de una sorda frustración. De otro lado, porque la persona amada nunca es perfecta. No existen mujeres ideales ni príncipes azules. No hay hijos ni suegras diez. Descubrirlo, y convivir sin dramatismos con esa frustración, es un signo de madurez y se aprende en el Tema 1 del amor.

¿Estás frustrado? Pregúntate el motivo. A lo mejor, en lugar de visitar a un psicólogo o leerte un libro de autoayuda, lo que tienes que hacer es beberte un gintónic a la salud de tus deseos de mejora, de tus proyectos ambiciosos y, sobre todo, de esas personas que –con sus defectos y su cariño- te ayudan a olvidarte de ti mismo y llenan tus días sentido y de felicidad.