26 de mayo de 2023

Engañar caracoles


 Tomando un aperitivo, y tras manifestar mi resistencia a comer gasterópodos, anfibios y reptiles, Rosalía afirma con entusiasmo que a ella le encantan los caracoles.

- Me gusta todo el proceso. Cogerlos, engañarlos, cocinarlos y comérmelos.

Engañar caracoles. Fascinante. Sobre todo porque el engaño no parece responder a un fin cinegético, sino que se produce a posteriori, con el caracol ya capturado.

Hago doble clic en el asunto y Rosalía me explica. El caracol capturado se retrae, se refugia en su concha. Cocinarlo así es una solución subóptima, ya que se cuece peor, y comerlo después resulta más complicado, porque hay que sacarlo de la concha con un tenedor o alfiler. Además –esto no me lo dice, pero lo imagino-, la carne de caracol rígido, agarrotado, cabreado, es menos tierna y jugosa.

Al caracol hay que cocinarlo en su esplendor, relajado y tranquilo. Y para eso es preciso engañarle. ¿Cómo? Por lo visto, se les pone en un barreño con un poco de agua caliente, al sol. En ese entorno confortable, al caracol se le pasa el enfado, sale de su casa y comienza a zascandilear. De todos modos, ese ramoneo entraña el riesgo de que el caracol, libre de sus miedos, decida acometer empresas mal altas, y se dé a la fuga. Para prevenir esta escapada sin tener que pasar una hora vigilando el barreño y empujando caracoles pared abajo con la uña, la sabiduría popular ha encontrado la solución de rodear a los caracoles con un círculo de sal. Y ello porque el caracol, al toparse con la sal, renuncia a su excursión o fuga y se queda en el centro del barreño.

La explicación de Rosalía me cautiva. La astucia de meterse en la cabeza del caracol –mindgame-, jugar con sus cartas y vencerle. La añagaza de la sal, desarrollada probablemente por un paisano frustrado que al volver de su siestecilla del borrego, acude al barreño y descubre con espanto que su aperitivo se ha esfumado. Las enseñanzas de vida que el engaño comporta: no confíes en  todo aquél que te rodea de comodidades; si te topas con barreras, con sal, sigue empujando, avanza.

No soy muy de comer gasterópodos, anfibios ni reptiles. Pero reconozco que, tras el aperitivo con Rosalía, algo dentro de mi está deseando que llueva para salir a coger caracoles. No veo la hora de intentar engañarlos.

23 de mayo de 2023

Vivir en precampaña

Hace unas semanas publiqué esto en el periódico. Lo guardo por aquí.


La cercanía de una nueva cita electoral excita a los políticos, que en los últimos meses viven instalados en una cierta trepidación, como de adolescente hiperactivo el primer día de un campamento estival.

Presidentes, alcaldes y concejales desempolvan promesas y reactivan proyectos, apurando las partidas presupuestarias para atraer al votante indeciso. Y así, como por arte de magia, surgen de la nada miles de viviendas sociales; se desbloquea el uso de tinglados en la Marina de Valencia; o se limpian por fin los nidos de ratas de la ciudad. Los municipios abren guarderías, inauguran parques, asfaltan caminos y aprueban subvenciones. Hay que tener a la gente contenta.

En los meses previos a las elecciones, lo estamos presenciando, la maquinaria administrativa se afina y funciona febrilmente, al 100%. La precampaña no es momento de enredarse en burocracias. Hay que dejarse de historias y empezar a hacer. O decidirse a terminar.

Y ojo que no estoy hablando de promesas ni proyectos abstractos –flatus vocis electoralistas-, sino de expedientes administrativos concretos: concejales estresados, euros, grúas, tíos sudando con petos amarillos y máquinas de asfaltar.

Ante tanto frenesí administrativo, uno se pregunta con melancolía si esa diligencia burocrática no podría extenderse algo más en el tiempo, a fin de “servir con objetividad a los intereses generales” (solemne misión de la Administración pública, conforme a la Constitución), en lugar de durar los tres o cuatro meses previos a las elecciones, y servir tan solo como lanzadera electoral de los gobiernos de turno.

De todos modos, no seremos justos si atribuimos este defecto del hiperactivismo fugaz e interesado solo a nuestros políticos. Quien más quien menos tiene sus precampañas, y concentra sus esfuerzos en momentos particularmente rentables –echarme novia, aprobar el examen, que me suban el sueldo-, para después relajarse y volver a la zona de confort.

Ojalá la Administración y los políticos fueran siempre tan cumplidores y eficaces como en estos últimos meses. Ojalá nosotros también viviéramos con esa actitud proactiva y diligente, esforzándonos cada día en convertir nuestras promesas y deseos en realidades concretas de servicio “a los intereses generales”, es decir, a los demás. Sin dormirnos en los laureles de nuestra comodidad ni en la tumbona de nuestra pereza. Conscientes de que un día también a nosotros se nos pedirá cuenta de cómo hemos gastado el presupuesto, nuestro tiempo.

El tiempo apremia. Espabila. Exprime tus talentos. Acostúmbrate a vivir como si estuvieras en precampaña electoral.

Roma desordenada

 

Roma desordenada. Juan Claudio de Ramón. Siruela, 2022. 342 págs.

 Roma desordenada recoge unas setenta estampas romanas, que como un mosaico ofrecen una imagen culta y viva de la historia, el paisaje y paisanaje de la ciudad eterna. El libro está muy bien escrito y, para todo aquél que conozca Roma, resultará delicioso. A mí me lo ha resultado, sin duda.

Dicho esto, no puedo dejar de mencionar un cierto regusto negativo que me ha dejado su lectura, cuya causa no termino de individuar.

Por una parte, el autor no ha terminado de caerme bien, lo que achaco al tono –al tonito, diría- del libro, en el que se mezclan erudición, escepticismo e ironía en una aleación que mi gusto no funciona bien, y que en algún pasaje frisa la pedantería (frisa, jeje). Además, el libro me ha parecido superficial. De Ramón se declara agnóstico, y aunque trata con respeto el fenómeno religioso, uno se pregunta si se puede escribir y entender bien Roma sin una pizca de fe. En este sentido, el libro me ha causado una sensación similar a El infinito en un junco. Son libros ricos, bien escritos, cuidados, deliciosos –aqué más que este-… pero a los que a mi modo de ver les falta pondus. La cultura sin la fe –o sin el desgarro de su ausencia- a mí me sabe a sucedáneo descafeinado, qué le voy a hacer.

De todas formas, también podría ser, y no hay que descartarlo, que ese regustillo negativo sea hijo de una secreta envidia hacia el autor, quien a mi edad habla con tanta prosopopeya –le he escuchado en la radio-, sabe tanto, escribe tan bien y publica libros exitosos y sabios.

Aquí dejo algunos giros y formas de decir que me han gustado especialmente:

“No hay paraíso del que no se nos expulse”. P. 81.

p. 87. Tampoco, en fin, se sabe muy bien quién es famoso hoy o por qué. Como si tuvieran razón esas tribus animistas en junglas o islas remotas, y con cada foto se apagara un poco el alma del mundo, es posible que los medios de reproducción técnica, como dijo Benjamin de los objetos de arte, hayan terminado también por destruir el aura que irradiaba la fama. Como si hubiera un número finito de veces que algo o alguien pueden ser retratados antes de volver a su condición de cosa banal y sin importancia.

p. 111. El feliz matrimonio [el sarcófago de los esposos, objeto etrusco] asoma a mitad de un largo recorrido con demasiadas vasijas, a las que se termina pasando revista como un general apático a un batallón de reservistas. Todo museo de cierta envergadura debe visitarse conforme la recomendación de Plinio el Joven para la lectura: non multa sed multum.

p. 173. Sobre la basílica de San Pedro. La lección que extraemos es que queriendo hacer algo grande se puede terminar haciendo algo meramente gigante.

p. 265. Toda ruina es autobiografía. Enseña una grandeza posible y señala el camino de la extinción.

p. 280. Sobre el siglo XX: el macabro siglo de las religiones civiles estaba a punto de comenzar.

293. Sobre Inocencio X. Es el mejor retrato de la historia del arte.

p. 328. Un medio haiku escondido: Un avión divide en dos, pacientemente, el cielo.

p. 337. Durante la pandemia: Las plazas Navona o Spagna parecen actrices caídas en desgracia, solas en su camerino. El Panteón y el Coliseo, dioses ermitaños.