29 de mayo de 2019

Sorpresas en el jardín


Ayer a mediodía me acerqué a un jardín de mi ciudad con la intención de terminarme un libro a la sombra de un árbol.

Sentado en la típica plazoleta elíptica con una fuente en el centro, y cuando me disponía a empezar a leer, descubrí con asombro que la vecina del banco de al lado -además de estar escuchando una telenovela en su móvil-, se estaba cortando las uñas de los pies.

Como es natural, me alejé del lugar de autos, no fuera a ser que procediera a orinar o a defecar en la fuente a continuación.

Recuperado de la impresión, me instalé en un cómodo banco de una rosaleda. No llevaba leyendo ni diez minutos cuando una pareja de novios y un fotógrafo aparecieron por allí. Tras revolotear un poco en torno a un banco, los novios fueron adoptando poses cariñosas dirigidos por el fotógrafo, que les indicaba cómo tenían que cogerse de las manos, cuándo tenían que besarse, y hacia dónde tenían que mirar. Toda la situación era realmente artificial e indiscutiblemente hortera. Aunque intenté continuar con mi lectura como si tal cosa, lo cierto es que no conseguí concentrarme.

Por un momento consideré la posibilidad de buscar un lugar más recóndito del parque donde poder terminar mi libro, pero algo en mi interior me previno, insinuándome que quizá no estaba preparado para el género de sorpresas que el parque podría depararme allí.

Mientras terminaba el libro en el sofá de mi casa, extraje tres conclusiones importantes de mi frustrado plan de lectura bucólica, conclusiones que me gustaría compartir aquí:

1. Es realmente difícil encontrar sitios en los que mantenerse al margen de la vulgaridad.

2. Cada vez son menos quienes consiguen casarse sin hacer el ridículo.

3. A una ya no le dejan cortarse las uñas de los pies con tranquilidad en ningún sitio.