24 de julio de 2023

La regenta

 

La Regenta. Leopolodo Alas Clarín.

Hace unos años leí Pepita Jiménez y Juanita la Larga, de Juan Valera. Por aquello de ir completando el canon del XIX, y por una especie de deber moral autoimpuesto, estos meses he leído La Regenta, del mítico Leopoldo alias Clarín, jeje.

La protagonista de la novela es Ana Ozores –la Regenta- una atractiva joven aburrida de su marido que se debate entre dos pasiones antagónicas: el amor por un donjuán guapetón y cosmopolita (Álvaro Mesía) y la querencia hacia la religión, alentada por un sacerdote joven y ambicioso, que también está enamorado de ella (Fermín de Pas). Toda la novela gira en torno a ese triángulo y a la conquista del corazón y los favores de la Regenta, que constituye casi el único argumento de la trama. Como telón de fondo, Clarín ofrece un retrato de la sociedad española en una capital de provincia de finales del XIX, poniendo el foco en una nobleza algo decadente y un clero mundanizado.

La novela se me ha hecho dura, por diferentes motivos. En primer lugar, porque es larguísima. En Amazon, dos de las principales ediciones rozan las mil páginas, que se dice pronto. Si además se añade que la acción es bastante lenta, y que prácticamente la única línea argumental es quién termina conquistando a la Regenta, pues ya imagina uno el ladrillo del que estamos hablando. Por otro lado, y a pesar de que la penetración psicológica en los personajes es muy aguda, lo cierto es que la mayoría de tipos que desfilan por sus páginas son enormemente mezquinos. Si en una historia es un problema que todos los personajes sean muy buenos –como me ha pasado a mí en PPL-, que todos sean unos cretinos también es preocupante. Como consecuencia de esto, el libro es bastante ácido: todo queda mal: la religión, el matrimonio, las relaciones sociales, las relaciones entre clases…

En cualquier caso, el libro está muy bien escrito, la caracterización de los personajes es magnífica y tiene expresiones y giros humorísticos muy ingeniosos y divertidos. Así a bote pronto recuerdo reírme en voz alta, por ejemplo, en varios pasajes en los que describe el casino de Vetusta y su paisanaje.

Lástima que la capacidad de observación y la buena prosa de Clarín sean tan miopes, y solo se empleen en resaltar los aspectos más mezquinos del carácter de sus personajes. Si en la novela hubiera un Levin de Ana Karenina, un Aliosha de Los hermanos Karamazov o un Samuel Hamilton de Al Este del Edén el resultado final sería mucho más gratificante. Y también más realista.

 

Aquí dejo algunas citas que me han gustado (son pocas, no he subrayado demasiado).

Sobre los porteros del casino: “Era costumbre inveterada que aquellos señores no saludaran a los socios que entraban o salían. Pero desde que era de la Junta Ronzal, que había visto otros usos en sus cortos viajes, los porteros se inclinaban al pasar un socio sin importancia, y hasta dejaban oír un gruñido, que bien interpretado podía tomarse por un saludo; si era un individuo de la Junta se levantaban de su silla cosa de medio palmo, si era Ronzal se levantaban un palmo entero y si pasaba don Álvaro Mesía, presidente de la sociedad, se ponían de pie y se cuadraban como reclutas”.

“Para él un objeto de arte no tenía mérito aunque fuese del tiempo de Noé, si no era suyo. Así como Bermúdez amaba la antigüedad por sí misma, el polvo por el polvo, Bedoya era más subjetivo como él decía, necesitaba que le perteneciera el objeto amado”.

“si ustedes me apuran diría que es una mujer superior –si hay mujeres así- pero al fin es mujer, el nihil humani… No sabía lo que significaba este latín, ni a dónde iba a parar, ni de quién era, pero lo usaba siempre que se trataba de debilidades posibles”.

“La elocuencia era aquello, hablar así, que se viera lo que se decía”.

“¡Qué fácil era el crimen” Aquella puerta… la noche… la obscuridad… Todo se volvía cómplice. Pero ella resistiría. ¡Oh! ¡sí! Aquella tentación fuerte, prometiendo encantos, placeres desconocidos, era un enemigo digno de ella. Prefería luchar así. La lucha vulgar de la vida ordinaria, la batalla de todos los días con el hastío, el ridículo, la prosa, la fatigaban; era una guerra en un subterráneo de fango”.

Dice el marido: “Y esto no es un programa de gobierno, sino que se cumplirá en todas sus partes”.

Don Víctor (el marido) alborotaba pocas veces; pero si se tocaba a los cacharros de su museo, como él llamaba aquella exposición permanente de manías, se transformaba en un Segismundo.

“Relucían con el brillo triste del paño muy rozado”.