19 de enero de 2009

Poesía e IPC




El otro día le pregunté a mi hermana pequeña –quince años- qué era lo último que había aprendido de memoria en el colegio. En mi ingenuidad, esperaba la declamación de un poema de Bécquer, la definición de una figura literaria –aliteración, hipérbaton-, el proceso de la mitosis… Creo que en el fondo, tenía la remota ilusión de coincidir con ella en la página de alguno de mis antiguos libros del colegio…

Mariola contestó:

- He aprendido lo que es el IPC. Es un indicador que muestra la evolución del nivel general de precios a partir de un año base y de una muestra representativa de productos.

Fue un golpe muy duro. Se me atragantó el espagueti, y casi no me repongo. Pero bueno, bebí algo de vino de mi vaso, tragué saliva, y volví a la carga:

- Oye, Moli, ¿y algún poema?

- Aprender de memoria un poema… ¿para qué?

Pues así nos luce el pelo. Cuando sólo aprendamos cosas útiles, cosas que sirven para algo, habremos terminado de volvernos idiotas. ¿Magia? Dinero ¿Misterio? Ciencia ¿Amor? Placer ¿Bien? Interés ¿Sabiduría? Información.

Dios ha muerto, y en su lugar están los hombres grises, vestidos de negro, con el símbolo del dólar en las pupilas. A nosotros nos queda la mirada del Marte de Velázquez, de la joven prostituta que sabe que ya todo tiene un precio.

Groucho, todavía en su locomotora, descubrirá que ya no hay más madera, que ya no queda tren, tampoco vía, que alimente la caldera de este estúpido progreso sin parada y sin destino.