19 de abril de 2013

Poner en valor

Es de sobra conocido que nuestros representantes no son celosos cancerberos del idioma. Antes al contrario, de un tiempo a esta parte se comunican haciendo servir una jerga o argot paralelo que les permite salir de cualquier atolladero de manera airosa, y, sin decir absolutamente nada, dar a sus palabras una pátina incontestable de transparencia y claridad. Lo cual no debe extrañarnos, ya que nada hay más transparente y cristalino que la nada misma, la nada esencial.
Pues bien, filosofías a parte, quería desde aquí felicitar al presidente de la Comunitat Valenciana, don Alberto Fabra, por acuñar una expresión que representa a la perfección lo que veníamos comentando. La mentada expresión, que este señor repite con ocasión y sin ella, a sol y a sombra, oportune et importune que diría aquél, no es otra que: "poner en valor". Todos los días, da igual el objeto de su alocución, Fabra pone en valor una decena de realidades: el carácter valenciano, los esfuerzos de un mini.stro, el sabor de una mandarina...
Humildemente, me gustaría sugerir al señor Fabra que, por cada quince veces que ponga algo en valor, se decante en una ocasión por loar, aplaudir, destacar, subrayar, llamar la atención, felicitar, congratularse, reconocer, y un larguísimo etcétera de acciones que existen en el castellano para significar lo que este señor resumen infatigablemente con ese sintagma nominal de su propia cosecha que es: "poner en valor".
Lo que no se puede negar es que "poner en valor" suena mucho más molón que cualquier otra expresión de nuestro viejo diccionario, quizá precisamente porque no significa nada. El riesgo que se corre empleando así el idioma, es que quizá un día un niño escuche al señor Fabra y, señalándole con el dedo, ponga en valor que su discurso puede sonar muy bien, pero solo engaña a los tontos, porque está desnudo.