En breve mandaré esto al periódico. Como, siempre, se agradecen sugerencias...
La primera vez
pensamos que era una coña. Cuando nos lo dijo por segunda vez empezamos a
preocuparnos. Y la tercera vez que nuestro nuevo vecino yanqui nos invitó a
celebrar Halloween en su casa no tuvimos más remedio que aceptar. Al tío
parecía hacerle mucha ilusión.
Así fue como nos
encontramos, entre calabazas y murciélagos de plástico, sentados en su cuarto
de estar. Gorros de bruja. Capas. Batamantas negras. Gintonics en copas con
forma de calavera. Y, para que no faltara de ná, en la tele, en bucle, el
videoclip de Thriller de Michael Jackson. Feliz Halloween. Truco o trato.
El verdadero
susto, de todos modos, vino al final: “El año que viene repetimos”, nos despidió
eufórico en el descansillo, antes de cerrar la puerta.
De vuelta en
casa, empecé a pensar formas de zafarme de aquella invitación-trampa. Y, como
la mejor defensa es un buen ataque, pensé en qué fiesta de Halloween –de los
difuntos- iba a organizar en 2022. Y entonces, en un momento de lucidez, supe
cómo voy a celebrar el 2 de noviembre a partir de ahora.
Yo pondré la
casa. Adri hará un vídeo con fotos de los abuelos, principales homenajeados.
José traerá un kilo de langostinos, como los que devoraba sin respirar en casa
de los abuelos cada Navidad. Mamá se encargará de cocinar un mousse de
chocolate como el que hacía la abuela Maruchi. Bueno, no tan rico, que es
imposible… pero algo mínimamente aproximado. Durante la cena, cada uno contará
algún recuerdo bonito o divertido: el abuelo José negociando con un ganadero
gallego cuánto tenía que pagarle por una vaca que los tíos habían despatarrado montándose
encima; Lolita como primera “jueza” de los nuevos novios y novias de los primos…
jueza absolutamente benévola, porque todos le parecían absolutamente geniales;
Ramiro, explicándonos cómo cortarnos el pelo “de balde”, expresión que solo
llegué a entender muchos años más tarde; o Maruchi, nadando a braza como la
reina de Saba, con el cuello muy estirado para no mojarse el pelo…
Al terminar la
cena, con un chupito en la mano, cantaremos a coro aquella tonada de Ramiro “Don
José, Don José, cuánto madruga usté…”, bailaremos Los Pajaritos de María Jesús,
y –en honor de Lolita- giraremos en torno a mi madre con flores, al ritmo de la
canción de Miliki. Luego nos sentaremos un rato, y cada uno podrá contar
recuerdos de algún que otro conocido ya finado: Bayo, Combarro, María Luisa…
Hay muchos grandes a los que recordar.
Y, si a las 2 de
la mañana llama a la puerta el vecino yanqui pidiendo que dejemos de hacer
ruido, le invitaremos a pasar y tomarse una coca-cola con whisky, como hacíamos
a escondidas con 11 ó 12 años en Nochevieja, pensando -¡qué ingenuos!- que el abuelo no se daba
cuenta…