25 de septiembre de 2022

Jimmy

 

De vez en cuando como en casa de P. A veces nos acompaña su mujer o algún otro amigo. El otro martes éramos media docena. Un filósofo italiano. Un señor valencianoparlante que tiene una empresa de puertas industriales. Un ex-seminarista. Y Jimmy, un argentino vestido de negro, con ambos brazos tatuados hasta las muñecas -frankenstein y un especie de muñeco diabólico, nada de capillas sixtinas ni letras chinas al uso- y unos orificios en los lóbulos de las orejas por los que cabía un dedo pulgar. Del pie.  

Al preguntarle de qué conocía a P., Jimmy me contó que hacía unos meses, recién llegado a España, le había comprado "la heladera" -la nevera, me aclaró- en Wallapop. Cuando subió con su mujer a verla, P. insistió en que se quedaran a tomar un café y unas pastas. Y desde entonces de vez en cuando quedan, ellos dos o con las familias.

No sé qué hubiera hecho yo con Jimmy y señora si hubieran subido a mi cocina a por la heladera. Bueno, creo que sí que lo sé. Y también sé que me hubiera perdido su divertido humor porteño, su sabia conversación futbolera y un dulce de leche que llevó para el postre que estaba lisa y llanamente cojonudo.

P. tiene olfato, el tío.


20 de septiembre de 2022

La palabra "gretismo" me atrapó

Ayer publiqué este artículo en Las Provincias. Dos comentarios al respecto.

Intenté resistirme a la palabra "gretismo". Este verano la escuché en un podcast muy crítico con la "turra ecologista", y me hizo mucha gracia. Al escribir el artículo pensé que el palabro era gracioso y tenía fuerza para enganchar al lector. Lo que pasa es que, como bien me ha hecho notar P., "gretismo" es una palabra despectiva y yo la utilizo como algo positivo, con lo que la fórmula no termina de funcionar. Algo me olía yo, pero la palabra me atrapó y no fui capaz de quitármela de encima. Así es la vida.

Por otro lado, no termino de adaptarme al género de artículo de prensa, y tengo la sensación de que últimamente solo publico moralina barata. En este artículo, más allá del tono homilético del que no soy capaz de desmarcarme, tampoco me gusta el final. Contiene una intuición buena, es sorprendente y cierra volviendo al principio, recurso que últimamente trabajo bastante y que es efectista. Pero en este... no sé, creo que la pieza no encaja del todo. ¡Qué le vamos a hacer!

En cualquier caso, el detalle con el que arranca el artículo fue sencillamente top, y merecería una entrada más "10argumentos". Quizá la hago.

 


 

Gretismo laboral

“Felicidades. Ya es viernes: has sobrevivido a la primera semana de curso”, decía el folio escrito con rotuladores de colores y adornado con caras sonrientes. Al lado, una gran caja de bombones abierta como una alegre y muda invitación.

Este detalle, que ya sería top en cualquier casa, me pareció casi un milagro en el sitio en que lo vi: el mostrador de la conserjería donde se devuelven los micrófonos después de dar clase; probablemente, uno de los lugares más impersonales de toda la Universidad de Valencia. “Los extraterrestres existen”, pensé mientras cogía un bombón y le daba las gracias a la chica que ese momento recogía y desinfectaba los micros. “¡A por el curso!”, se limitó a responderme con una amplia sonrisa.

Todavía con el regusto del bombón en la boca, y en estos tiempos de preocupación climática, pensaba en la importancia de cuidar el medio ambiente en el centro de trabajo, de desarrollar una suerte de “gretismo laboral”. Igual que el ecosistema, el entorno laboral se cuida de tres formas.

En primer lugar, no contaminando. Contaminamos con los malos humos, los pensamientos grises y el mal genio. Con las críticas y las protestas, con los modales bruscos y las caras largas. Pues bien, hay que aspirar a las Emisiones Cero. Quizá el objetivo sea inalcanzable, pero siempre cabe mejorar y reducir comentarios tóxicos, residuos en forma de queja y emisiones contaminantes de críticas y negatividad.

En segundo lugar, el ambiente se cuida reciclando. Reciclamos, ante todo, perdonando y pidiendo perdón cuando nos equivocamos. Reciclamos si convertimos las protestas en propuestas, y cuando ante la crítica a un compañero ausente salimos en su defensa o cambiamos elegantemente de conversación.

Finalmente, el medio ambiente se cuida con acciones positivas: declarando espacios protegidos, reforestando, planeando parques y jardines… Pues lo mismo en el trabajo, donde podemos crear espacios verdes de amistad y buen rollo, y reforestar la árida rutina con detalles que den algo de sombra y alegría a los demás. Aquí las alternativas son infinitas: celebrar los cumpleaños, poner unas flores en zonas comunes, dejar una nota de agradecimiento a quien nos limpia el despacho… o comprar una caja de bombones para que “los ilustres profesores” se olviden un poco de sus currículums y escalafones y sonrían como niños al tomar un chocolate el primer viernes del curso.

Acabamos de empezar, ya lo sé. Pero tengo para mí que una de las mejores lecciones del curso ya la he recibido, y no precisamente en un aula o un congreso, sino detrás del mostrador de la conserjería de la facultad.

 

13 de septiembre de 2022

No hasta ese punto

 

De camino al trabajo me he cruzado con el típico tándem padre gordo-niño gordo, que iba plácidamente andando hacia el colegio. 

Nada más superarme, he escuchado que el niño preguntaba: "¿Puedo ir corriendo?", y me he vuelto justo para ver cómo daba un beso a su padre, le soltaba la mano y arrancaba a correr hacia el colegio, con la mochila de spiderman pegando botes a su espalda.

Me gusta mi trabajo, lo reconozco. Pero no hasta el punto de echar a correr alborozado cuando veo a lo lejos la facultad. Esta mañana, en honor al gordillo, he trotado ligeramente la última manzana. Ha sido muy gratificante, aunque no sé si repetiré.

Estamos de vuelta


 

11 de septiembre de 2022

Joga bonito

 

La  pleamar de mal gusto me pone melancólico. Como reacción, me he propuesto llevar una vida elegante, bonita. Me gustaría ser de fábrica más creativo, más original y más apuesto. Pero tengo las cartas que me han tocado. Aún así, y sabiendo que mis esfuerzos pasarán desapercibidos al 99.9999% de la Humanidad, aspiro a llevar una vida no solo buena o verdadera, sino sobre todo bonita. Pues bien, dando vueltas a estas ideas hoy me he topado en el office de mi residencia con estos tuppers para las sobras. Y claro, me he emocionado.

Ojalá en cada trabajo, en cada gesto, pueda poner un poco de este buen gusto. Vamos a intentarlo.

***

Hoy he ido a dar un paseo y a ver cantar a unos amigos, que tienen un grupo de música "solidario" y tocan en ferias y eventos de carácter social. Actuaban en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Mis colegas son cuarentones o cincuentones, y cantan temas ochenteros metiendo tripa y con gorras que disimulen un poco su calvicie. Público variado: sus familias, niños, curiosos, paseantes...


En un momento invitan a cantar a voluntarios, y suben al escenario tres adolescentes "que pasaban por allí". Un chaval con una camiseta de la nasa y melena rubia; y sus dos ¿hermanas?, con pantalones apretados, una con un top y otra con lo que toda la vida se ha conocido como un sujetador. Su padre, fibrado, hortera, moreno, les graba con un móvil. Pues bien, de los tres espontáneos llama la atención la del top, una adolescente de melena rubia que canta y baila las canciones -sufre mamón, Venecia, insoportable-  entusiasmada, como un niño el día de reyes. 

En mi manual, esa chica y su ombligo al aire están en la sección de los "equivocados", en "carne de  desorientación feminista y woke". Pero a ella no parecía importarle: estaba allí tan feliz, cantando y botando con sus hermanos totalmente desinhibida, entusiasmada. Y su alegría era realmente contagiosa.

Me pregunto cuándo es la última vez que yo me he sentido y he sido capaz de contagiar algo así. Tendré que revisar mi manual.