16 de septiembre de 2023

De geranios y elefantes

 

Estos días releo un libro de Jiménez Lozano con un señalador que compré en el MNAC: El balancín, de Torné Esquius. Por encima de las páginas asoman la contraventana azul y el jarrón con los geranios, y es una alegría mirarlos de vez en cuando. Es como tenerlos delante, pero mejor, porque puedes llevarlos a todas partes y siempre tienen buena luz.

Pensando la compañía que me vienen haciendo, recordé esa historia que cuenta el propio Jiménez Lozano, en la que Abraham regala cuatro cabritillas a un príncipe de oriente y éste le promete a cambio un elefante. Unos días después,el príncipe hace entrega a Abraham, muy solemnemente, de un poema en el que uno de sus sabios ha descrito al elefante, y no termina de entender la decepción del patriarca, cuando para el príncipe es mucho mejor tener el elefante en el poema, debidamente encadenado y disponible, y no un elefante de carne y hueso, mucho más caprichoso y contingente. Porque el elefante en el poema -si el escritor es bueno, claro está- está mucho más presente que barritando y zascandileando por ahí. 

Y eso es lo que sucede también con mis geranios.



3 de septiembre de 2023

Justicia divina

 

Antes no me pasaba: cuando leía algo bien escrito disfrutaba. Pues bien, desde hace unas semanas mi vocación frustrada de escritor ha empezado a interponerse entre los libros y yo, de modo que cuando leo algo chulo siento envidia por no escribir tan bien, por no haberlo escrito yo. Y secretamente me maldigo por carecer de la determinación y la constancia para convertirme en escritor.

A lo mejor la crisis de los 40 es esto. Asistir a la evaporación de futuribles en los que no has invertido demasiado, mientras constatas que otras personas -los muy perros- sí que los han hecho realidad.

Julián Marías decía que uno de los premios del cielo consistirá en desarrollar las trayectorias vitales a las que uno ha renunciado aquí abajo por pura falta de tiempo o necesidad. Pues ojalá. A ver si san Pedro me va preparando un rinconcito silencioso y un teclado allí arriba para escribir mis novelas, y un pool de lectores inteligentes que devoren mis libros con entusiasmo, como tiene que ser. Y ya puestos que a otros les prepare manualacos de Tecnos gordos y aburridos, formularios, tarimas y pizarras, para que se fastidien explicando Derecho Administrativo a las ánimas del purgatorio durante una buena temporada, y así aprendan lo que es bueno y que no todo en la vida en sentarse a escribir cosas maravillosas e ir por ahí dando envidia a los demás.

Porque Dios es misericordioso, pero también tiene que ser justo. Así al menos es como lo veo yo.

El poder de los sin poder. Havel.

El poder de los sin poder. Václav Havel. 1990, Ediciones encuentro (original de 1979).


Desde hace años me topaba aquí y allá con el nombre de Havel, disidente checo que llegó a ser presidente de Checoslovaquia y de Chequia. Su librito “El poder de los sin poder” es el primer ensayo que me leo este curso. Aquí va una breve recensión, seguida de algunos extractos literales.

El libro contiene una triple invitación: vivir en la verdad; asumir la propia responsabilidad; y renunciar a la lucha política para centrarse en la mejora del hombre concreto.

El ensayo está escrito en 1979 en el contexto de un país bajo el yugo comunista, en el que las expresiones de libertad son sospechosas, cuando no directamente reprimidas. Havel comienza exponiendo las diferencias entre las dictaduras tradicionales –en las que un poder militar muy minoritario más o menos improvisado oprime a la población en cortos períodos temporales envolviéndose en eslóganes pseudorrevolucionarios y heroicos- y la dictadura bajo la que él vive, mucho más organizada, estructurada capilarmente, burocratizada y muy estable. A este tipo de poder lo califica de “poder postotalitario”. Una vez definido el postotalitarismo Havel pretende exponer cómo los individuos “sin poder”, los disidentes, pueden hacer frente a esa fabulosa máquina de control y conformación social.

Aunque Havel se refiere habitualmente a la situación de los países bajo el telón de acero, en los últimos capítulos señala que dicho postotalitarismo puede ejercerse en contextos aparentemente democráticos, mediante formas más sutiles de represión de la disidencia. De hecho, lo que hace interesante el texto es su aplicabilidad a la situación actual, en la que cada vez resulta más complicado hacer frente a los dictados de lo políticamente correcto, la ideología de género, el milenarismo climático y lo woke.

La fórmula de Havel –si es que puede llamarse así- destaca por su sencillez. Más que enredarse en complicadas formulaciones teóricas de lo “habría que hacer”, el dirigente checo se dirige a la persona concreta, invitándola a dejar de “vivir en la mentira” y a comenzar a “vivir en la verdad”. Este tránsito lo ejemplifica de forma sencilla en la negativa de un tendero a exponer en su escaparate una consigna reivindicativa “mainstream” que todo el mundo exhibe (“tenderos del mundo, uníos”). Para Havel la revolución empieza ahí, en ese minúsculo gesto de separarse de lo “políticamente correcto” cuando no se cree en ello. Havel señala que nunca podemos saber el efecto de dicho acto, que puede perderse desapercibido en la historia, pero también puede contribuir decisivamente a derribar el muro de mentiras que el poder establecido ha construido. Abandonar la corriente de lo que “todos hacen, piensan o dicen” para ser fiel a la propia conciencia –a la verdad- conjura el riesgo del autototalitarismo, que es aquel en el que las personas instaladas en la mentira se convierten en víctimas y en agentes de la propia opresión.

En cualquier caso, como advierte Havel, la decisión de vivir en la verdad no saldrá gratis, ya que tanto quienes viven en la mentira como el propio sistema interpretarán dicha decisión –el retirar el eslogan- como un desafío y un mentís a la corriente dominante, de modo que el disidente debe estar preparado para hacer frente a distintas formas de reacción y marginación social. En efecto, el sistema no puede permitir que un conjunto de personas afirmen que el rey va desnudo. La mentira es frágil y no quiere arriesgarse a que sus vergüenzas sean denunciadas públicamente, con lo que conviene etiquetar rápidamente al disidente como contrarrevolucionario, fascista, machista, negacionista o conspiranoico, cuando no es preferible, lisa y llanamente, un linchamiento y ejecución sumarísima en la plaza pública. Lo vimos en la Unión Soviética con Solzhenitsyn; lo vimos con Rocco Butiglione, con Benedicto XVI, con Djokovic. Lo vemos en el acoso y derribo de la educación diferenciada. Y lo vemos con algunos representantes políticos que se niegan a tildar un asesinato –que evidentemente condenan- como un crimen machista.

Cuando son varias las personas que comienzan a “vivir en la verdad” se crean unas sinergias que el autor califica de “vida independiente de la sociedad”, en el sentido de que aparecen manifestaciones de convivencia no programadas ni planificadas por el sistema –de arriba abajo-, sino espontáneas y naturales, construidas de abajo hacia arriba. En un estadio más avanzado, algunos disidentes son capaces de crear “estructuras paralelas” –asociaciones, colegios, institutos, universidades-, en las que vivir en la verdad al margen de las estructuras del sistema, colonizadas por las “mentiras oficiales”. Esta parte del ensayo me ha resultado muy interesante, por su conexión con el debate acerca de la opción benedictina y la conveniencia de crear burbujas en las que preservar los propios valores, cuando se percibe que los mismos son muy minoritarios o están amenazados en la sociedad. Havel defiende abiertamente la necesidad de crear estos entornos paralelos en los que “vivir en la verdad”, si bien subraya que –para no convertirse en guetos- deben tener un componente de universalidad: estar abiertos a todos, defender valores para todos, aspirar a que sus efectos positivos lleguen a todos. Junto con ello, Havel insiste en que la finalidad de estas estructuras no es primariamente política, aunque puedan tener efectos indudables en dicha esfera.

La parte final del libro subraya el potencial totalitario de la sociedad consumista y tecnificada, explicando que el liberalismo tampoco garantiza la defensa de la identidad y la libertad humana frente a ciertas imposiciones de la mayoría a las que resulta difícil resistir. Esta parte cita y conecta muy bien con el discurso en Harvard de Solzhenitsyn, que hay que leer todos los años.  

Concluyo. El ensayo me ha parecido interesante por muchos motivos. Por el paralelismo entre el postotalitarismo comunista de los años 70 y nuestra situación actual. Por su esperanza y su apuesta por la responsabilidad individual para hacer frente a los diferentes muros de mentiras que pretenden encerrarnos. Por su minimalismo, articulado en torno a cada persona y a pequeños grupos para encarnar “la vida en la vedad”, independientemente del impacto que su disidencia pueda tener a corto o medio plazo en la vida social. Por cómo explica la beligerancia generalizada contra todo aquél que pretende separarse del pensamiento dominante y decide no secundar sus mentiras. Y por la defensa de las “estructuras paralelas” que los disidentes crean, que si mantienen su vocación de universalidad no constituyen un redil ni un gueto, sino un entorno de libertad y resistencia.

 

Algunas citas sueltas.

Presentación

9. La tarea primordial no es destruir lo que está mal, sino construir desde abajo una nueva persona y un hombre nuevo. La tarea más urgente y necesaria es la conversión del corazón del hombre. Es ahí donde anida el mal que hay que destruir, el cáncer que es preciso erradicar (Si yo fuera bueno, el mundo sería bueno. Dostoievski).

Capítulo 4. El tendero que cuelga el slogan de “tenderos del mundo, uniros”. Al hacer esto ha entrado él mismo en el juego, se ha hecho un jugador, ha permitido al juego avanzar, continuar, en resumen, ha permitido que se jugara.

P. 36. Al entrar en el juego, ratifica el poder vigente; en definitiva, uno ayuda al otro a seguir siendo obediente. Uno y otro son objeto de un dominio, pero a la vez son también su sujeto: son víctimas e instrumentos del sistema. (…)

Autototalitarismo: en el sistema postotalitario está inscrita la implicación de todo hombre en la estructura del poder, no porque realice ahí su identidad humana, sino para que renuncie a ella en favor de la identidad del sistema. (…) Pero no solo esto: también para que con su ligazón contribuya a la creación de una norma común y ejerza presión sobre sus conciudadanos.

p. 42. Quitando el cartel del escaparate. Con su gesto, el tendero ha interpelado al mundo; ha dado a cada uno la posibilidad de mirar detrás del telón, ha demostrado a cada uno que es posible vivir en la verdad. La vida en la mentira solo puede funcionar como pilar del sistema si está caracterizada por la universalidad, debe abarcarlo todo, infiltrarse en todo; no es posible ninguna coexistencia con la vida en la verdad; cualquier evasión la niega como principio y la amenaza en su totalidad.

43. Si el fundamento del sistema es la vida en la mentira, no es de extrañar que la vida en la verdad sea su principal peligro. Y por eso es por lo que se combate este peligro más que cualquier otro.

Vivir en la verdad tiene dimensión personal, reveladora (de la realidad), moral (como ejemplo) y también política.

44-45. No minusvalorar la fuerza de la vida en la verdad: El radio de acción de este peculiar poder no se puede inferir del número de sus adeptos, de sus electores o de las fuerzas armadas, en cuanto que se extiende a la quinta columna de la conciencia social, de las intenciones secretas de la vida, de la aspiración reprimida del hombre a su dignidad y a la realización de sus derechos elementales (…). Este poder, pues, no se apoya en ningún soldado propio, sino en los llamados soldados del enemigo, es decir, todos los que viven en la mentira y que en cualquier momento –al menos en teoría- pueden quedar fulminados por la fuerza de la verdad. (por eso se echó a Solzhenitsyn de su patria). (…) 46. Apenas un hombre exclama “el rey está desnudo” (…) da la impresión de que toda la envoltura es de papel.

50. La vida en la mentira desmoraliza. La vida en la verdad, como rebelión del individuo contra la situación que se impone, es por el contrario un intento de comprender su propia y peculiar responsabilidad: es, por tanto, una acción abiertamente moral.

La decisión de la vida en la verdad. A veces hay que superar una esperanza pasiva en que las cosas mejoren. P. 57. No se puede continuar esperando eternamente y es necesario, a la vez y con fuerza, decir la verdad, sin tener en cuenta las sanciones que comportará ese gesto y sin fundarse en la frágil esperanza de que un gesto de ese tipo podrá reportar resultados tangibles en un tiempo no lejano.

P. 62. Empezar por la persona. “Un cambio a mejor de las estructuras, que sea real, profundo y estable (…) hoy no puede partir (…) de la afirmación de esta o de aquella mala copia de un proyecto político tradicional y en definitiva solo externo (es decir, inherente a las estructuras, al sistema), sino que tiene que partir –más que nunca y más que en otras partes- del hombre, de la existencia del hombre, de la reconstrucción sustancial de su posición en el mundo, de su relación consigo mismo, con los otros hombres y con el universo.

Defensa personal contra la manipulación.

p. 83. Habitualmente la vida en la verdad no se concretará en acciones políticas. La vida en la verdad, en el sentido original y más lato del término, indica el vasto campo, no delimitado y difícilmente descriptible, de las pequeñas manifestaciones humanas que en su gran mayoría quedan inmersas en el anonimato y cuyo alcance político nadie cultivará y describirá nunca de manera más concreta que lo que ocurre en una descripción general del clima o del humor de la sociedad. La mayoría de estos ensayos se quedan en la fase elemental de rebeldía contra la manipulación: el hombre simplemente se enmienda y vive –como individuo- más dignamente.

Porqué solemos estar a la defensiva. P. 87. El sistema postotalitario desencadena un ataque moral contra el hombre, que se encuentra ante él solo, aislado y abandonado. En consecuencia, es natural que todos los movimientos disidentes tengan un carácter destacadamente defensivo: defender al hombre y a las intenciones reales de la vida contra las intenciones del sistema.

El sistema no se sana con un plan de gobierno o un programa político. P. 88. La defensa del hombre, la defensa de sus intenciones es, por tanto, no solo el camino más real –puede comenzar aquí y enseguida y puede recibir un mayor apoyo de la gente- sino también (y quizá precisamente por eso) el camino más coherente: nos lleva a la esencia más concreta de la cuestión. (…) Creo que este programa de emergencia, minimalista y negativo –la simple defensa del hombre- es hoy, en cierto sentido (y no solo en nuestra situación), el programa maximalista y más positivo; lleva a la política al único punto de dónde puede partir si tiene que eliminar sus antiguos errores: al hombre concreto.

Valor de avances pequeños. 102. Naturalmente es poco. Pero en la actitud del disidente está inscrito el partir de la realidad de lo humano aquí y ahora y creer más en el poco obtenido mil veces y con coherencia, aunque quizá se trata simplemente de aliviar los sufrimientos a un simple ciudadano, que en una solución global, abstracta y remota.

105 y 106. Los disidentes crean estructuras paralelas. Se puede decir que las estructuras paralelas representan la manifestación más articulada de vida en la verdad y que sostenerlas y desarrollarlas es uno de los compromisos importantes que los movimientos disidentes tienen hoy ante sí. (…) ¿Qué otra cosa son las estructuras paralelas sino el espacio de la vida distinta, esa vida que está en sintonía con las propias intenciones y que se estructura conforme a ellas? ¿Qué otra cosa son estos intentos de autoorganización social, si no el intento de una parte de la sociedad de vivir –como sociedad- en la verdad, de rechazar el autototalitarismo y de emanciparse así de su compromiso con el sistema postotalitario? ¿Qué otra cosa son si no el intento no violento de los hombres de negar en sí mismos ese sistema y de fundar su vida sobre una base nueva: la propia identidad? (…) Las estructuras paralelas no nace de una apriorística imagen del cambio del sistema (…) sino de las intenciones de la vida y de las necesidades auténticas de los hombres concretos.

Para no ser una burbuja llevan en sí “un elemento de universalidad” que no es (…) accesible solo a una comunidad delimitada en un mundo u otro, (…) sino que, por el contrario, es capaz de ser  punto de partida para cualquiera: una prefiguración de la solución general y que, por tanto, no es solo expresión de una responsabilidad del hombre hacia sí y por sí, sino que, por su esencia, es siempre una responsabilidad hacia el mundo y por el mundo”.

Y sigue 107. Estaría en un error quien considerase las estructuras paralelas y la polis paralela como un refugio en un gueto y como un gesto de aislamiento que resolviera exclusivamente el problema de los que han hecho su elección, pero que fuese indiferente para los demás; como si, en pocas palabras, se tratase solo de un punto de partida esencialmente de un grupo, que excluyese los lazos con la situación común.

109. Es decir: la polis paralela es indicativa y tiene sentido solo como acto de ahondamiento de la responsabilidad hacia el todo y por el todo, como descubrimiento del puesto más adecuado para este ahondamiento y no como huida de él.

120. Porqué se persíguela vida en la verdad. Mientras la vida en la verdad siga siendo ella misma, no podrá dejar de amenazar al sistema: es absurda su coexistencia con la vida en la mentira privada de su tensión continua y dramática. Su relación será siempre secreta y abiertamente conflictiva. En esta situación hay dos posibilidades: o el sistema desarrollará cada vez más sus propios elementos postotalitarios y se acercará a la alucinante imagen que Orwell da al mundo de la absoluta manipulación (…), o bien la vida independiente de la sociedad incluidos los movimientos disidentes, se transformará poco a poco en un fenómeno social cada vez más importante.

p. 122. He subrayado ya en distintas ocasiones que el punto de partida de estos movimientos y su potencial fuerza política no consisten en la construcción de proyectos de transformación del sistema, sino en una lucha real y cotidiana por una vida mejor aquí y ahora. (…)

Al final del libro habla de la civilización de la técnica y del aturdimiento que el hombre sufre en la misma.

126. En su conferencia en Harvard, Solzhenitsyn denuncia el carácter ilusorio de las esperanzas que no se basan en la responsabilidad y la subsiguiente incapacidad de las democracias tradicionales para oponerse a la violencia y al totalitarismo. Allí el individuo goza de libertades y garantías personales desconocidas para nosotros, pero en resumidas cuentas estas libertades y estas garantías no le sirven de nada: él es solo una víctima de la autocinesis, incapaz de mantener su identidad y de defender su interioridad (…).

p. 129. ¿Qué hacer, pues? Habla de la reconstrucción moral de la sociedad y de valores humanos como la confianza, la sinceridad, la responsabilidad, etc. “Yo creo en unas estructuras orientadas no hacia el aspecto técnico de ejercicio del poder, sino hacia su significado; en estructuras que se basan en la percepción común de cumplimiento de ese significado en comunidades concretas más que en ambiciones expansionistas hacia el exterior. Pueden y deben ser estructuras abiertas, dinámicas y pequeñas.

p. 132. Estos grupos actúan sin la perspectiva de un éxito clamoroso e inmediato y, por tanto, se nutren sobre todo de la percepción común de un sentido más profundo de su trabajo.