26 de diciembre de 2022

Hay ruidos y ruidos

Cada noche, sobre las once y media o doce, el camión de la basura hace su aparición debajo de mi ventana. Como en la esquina inmediata hay bastantes contenedores, el traqueteo dura unos cinco o diez minutos, durante los que me resulta imposible conciliar el sueño.

En función de mi estado de ánimo y grado de conciencia, durante ese ratillo suelo debatirme entre la oración, la resignación estoica, la protesta interior y la maldición. Hay noches en que planeo escribir al ayuntamiento proponiendo una suerte de rotación en las rutas o elucubro con sistemas más indoloros de recogida, como ese consistente en toboganes y tubos que hacen desaparecer de forma mágica los residuos en algún depósito subterráneo, lejos, muy lejos de mi almohada.

Anoche, 25 de diciembre, el camión no faltó a su cita, sacándome suave pero irresistiblemente de mi primer sueño. Pero ayer, inexplicablemente, no sentí enojo. A medida que el zumbido del camión me devolvía a la realidad, fui cayendo en la cuenta de algo evidente, en lo que nunca había pensado: "Mientras yo descanso en mi cama, ahí abajo hay unos señores que están trabajando un domingo 25 de diciembre por la noche, recogiendo la basura, para que yo mañana me despierte en una ciudad más limpia".

Sonreí en la oscuridad. "Más que maldecirles habría que darles un abrazo, un premio". Me giré en la cama y me dormí plácidamente, agradecido, arrullado por el dulce traqueteo de su camión.

24 de diciembre de 2022

El que la hace la paga


 H. me hace ojillos desde segunda fila. Al salir de clase nunca deja de despedirse -"hasta luego, profesor"- con su voz de cristal.

Si fuera mi primer año como docente muy probablemente estaría colgadito por ella. A estas alturas, sin embargo, ya son varias decenas de estudiantes guapas -más o menos desenvueltas- las que han ido desfilando hacia el pozo oscuro de mi olvido, dejando solo un rastro alegre y ligero, tan propio de su edad, que el tiempo se encarga de difuminar como el viento las estelas de los aviones. Con H. pasará igual.

De todas formas, una lucecita roja se encendió en algún rincón de mi cerebro cuando el otro día, entre ella y su amiga P. -que no está nada mal, pero tiene los ojos un poco más tristes- descubrí sentado a un maromo que habitualmente dormita al fondo del aula. Un no sé qué en su forma de atender, de sonreír, de aproximarse a H. unos centímetros más de lo que haría un amigo; un cierto decaimiento del interés de ella por mí y por el acto administrativo; el imperdonable olvido del saludo de rigor cuando me iba... me hicieron sentir traicionado. Desposeído.

Mira que soy idiota.

En el examen les voy a crujir.

Otra cosa que nunca sabré


 Estaba pagando mis dos bolsas de serrín en el chino cuando escuché cómo una señora preguntaba a un dependiente por un arañador de gatos. Me volví con interés, pero no pude verle la cara.

Nunca sabré si iba en son de paz o buscaba venganza.

19 de noviembre de 2022

Leave no man behind

El otro día, mientras esperaba a unos amigos apoyado en un banco, reparé en una pareja de unos 50 años que también parecía esperar a alguien. Al poco salió de un portal un chico joven -vaqueros, sudadera, barba de cuatro días- con pinta de buen chaval. Del cariñoso saludo deduje que sólo podía ser su hijo, y que probablemente llevaría un tiempo viviendo por su cuenta. Como estaba relativamente cerca, no pude evitar oir su conversación.

-Aquí tienes la mochila -dijo la madre-. No sabes lo que me ha costado encontrar una tienda donde me la arreglaran...

El chico, dando las gracias, cogió la mochila muy sonriente y la estudió de arriba abajo con gran satisfacción. Finalmente la abrió, y su sonrisa se convirtió en una carcajada cuando sacó del interior un paquete de seis cervezas y una bolsa de patatas fritas.

-Esa es la contribución de tu padre... -explicó la mujer.

-Había que asegurarse de que está bien arreglada y de que resiste el peso sin desfondarse -terció el padre, con un gesto divertido.

No sé cómo siguió la conversación y si se abrieron unas cervezas allí mismo, porque llegaron mis amigos. Pero una cosa me quedó clara: emanciparse de los padres es mucho más difícil de lo que algunos se piensan. 

4 de noviembre de 2022

El miedo es libre

 

Utilizo poco el taxi. Cuando lo hago, tengo que afrontar una serie de temores zozobras que, aunque son bastante absurdos, no consigo exorcizar.

El primero es la sospecha de que el taxista no sigue el camino más directo. Supongo que algún taxista ladino recurrirá esta estrategia, no lo dudo. En cualquier caso, mi experiencia apunta exactamente en la dirección opuesta: casi siempre me han llevado derechitos al destino, y no pocas veces conduciendo a bastante velocidad. Hace unos pocos meses, sin ir más lejos, me descubrí rezando con mi padre la recomendación del alma, mientras el taxista que nos llevaba adelantaba vehículos y cambiaba de carril como un auténtico kamikaze.

Mi segundo problema es la atracción fatal, el magnetismo irrestible que ejerce el taxímetro sobre mi. Si el taxímetro indicase unidades de millar o días en el purgatorio entendería mi aprensión, pero tratándose de unos cuantos eurillos (que me gasto en cervezas sin pestañear), mi obsesión con los numeritos rojos del contador carece de cualquier explicación.

El tercer temor se condensa en un momento muy concreto: cuando el taxi se detiene y el chófer extiende su dedo hacia el taxímetro. No sabría decir porqué, pero en ese instante siento un nudo en el estómago y me asalta la duda de si al pulsar el botoncito de "pause" se añadirán al precio de la carrera dos o tres euros en virtud de algún misterioso suplemento con el que no he sabido contar: horario nocturno, carrera al aeropuerto, zona B o, lisa y llanamente, usuario pardillo. La verdad es que no recuerdo la última vez que este incremento se produjo, pero aquellos dos o tres euros de más han dejado en mi alma una honda impronta, un temor pueblerino que me gustaría -pero no puedo- dejar de experimentar.

A ver si compartiendo aquí estas inquietudes mi limitada experiencia de usuario de taxis se torna más placentera y racional. Si esto no me funciona, siempre me queda dejar papelitos perdidos en bolsillos y cajones de mi habitación con mensajes laudatorios sobre el mundo del taxi, que minen mis injustificados prejuicios, que horaden los cimientos de mi desconfianza cerval. En última instancia, también puedo acudir a un psicólogo, o encarar el asunto enfrentándome a mis miedos y yendo a trabajar en taxi todos los días durante una temporada. La salud mental también tiene sus costes, que es preciso asumir con deportividad.

2 de noviembre de 2022

Romanos 8, 26-27

Cuando en la oración de los fieles el sacerdote nos pidió que rezáramos "para que los políticos cumplan sus promesas" preferí quedarme callado. Y es que no son ni una ni dos las promesas de nuestros políticos que me gustaría ver incumplidas. Que rezo por ver incumplidas.

 

Preparando esta entrada me he acordado de Gómez Dávila, cuando dice que el fracaso del progreso no ha consistido en el incumplimiento, sino en el cumplimiento, de sus promesas.

22 de octubre de 2022

No es nada personal

 

Desde hace años me acompaña un señalador de "Abuelete sentado", de Cezzane, que me recuerda una visita al Thyssen con mi padre, y también que soy una persona culta y de sensibilidad.

Hace unos meses, después de una visita muy agradable a la Galería Doria Panphili con G., me compré uno muy parecido de Inocencio X, con idea de alternarlo con el de Cezzane. Pues bien, no he tardado mucho en dejar de usarlo: asomado entre las páginas del libro Inocencio me escruta, me sondea, me cuestiona... y así no hay quien haga nada.

Prefiero al viejo distraído, la verdad. Está más relajado, te deja más espacio y puedes concentrarte en la lectura. Espero que Inocencio no se lo tome a mal.

17 de octubre de 2022

Pensativos. Zena Hitz


 Pensativos. Zena Hitz. (Lost in thought. Princeton University Press. 2020).

Últimamente, cuando leo ensayos, tiendo a aburrirme. Antes también. Con el último que he leído, Pensativos (Zena Hitz) he tenido la impresión de me podrían haber contado lo mismo en cuarenta páginas, o en una entrevista de 45 minutos en YouTube. Me hubiera ahorrado tiempo y me habría salido gratis. Igual por eso han preferido sacar el libro, claro.

En cualquier caso, supongo que el hecho de dedicar cinco o seis horas a leer el libro tiene sus ventajas, ya que al menos estás callado y en silencio reflexionando sobre un asunto. Pero eso no quita que la molla del libro pudiera haberse resumido en algo más breve.

Lo mejor del ensayo, en mi opinión, es el prólogo, en el que la autora resume su trayectoria personal en relación con el aprendizaje. La trayectoria puede resumirse así: “aprendí por gusto y con curiosidad desde pequeña; luego aprendí para ganar prestigio, frotarme el mentón con aires de sabionda y escalar en la universidad; finalmente, descubrí que el aprendizaje tiene valor en sí mismo, independientemente de los frotamientos y otras cosas útiles que podamos conseguir con él (éxito, prestigio, dinero)”.

La tesis del libro consiste precisamente en esto: en una apología de la vida intelectual y del amor al aprendizaje más allá de la utilidad práctica que puedan tener.

En este sentido, Hitz afirma: “intellectual work is a form of loving service at least as important as cooking, cleaning, or raising children; as essential as the provision of shelter, safety, or health care; as valuable as the delivery of necessary goods and services; as crucial as the administration of justice”. No me digáis que no es bonito. El problema es que tan bella cita está en la página 23, y todavía quedan 182 hasta el final. Empezar fuerte está bien, hay que enganchar a la peña; pero si luego no hay traca final la gente se va a casa con un regusto a decepción.

En resumen: un ensayo que resume una trayectoria interesante y propone una idea buena, bella y verdadera. Pero que, en mi opinión, se extiende mucho más de lo necesario. Está visto que con algo hay que ocupar el tiempo.

Aquí copio otras citas:

p. 48. HACEN FALTA MODELOS en tiempos de crisis.

Under the circumstances, a brilliant philosophical argument –even if I could make one- would be useless. Likewise, a thorough historical diagnosis (…) might make us wiser, but ir will not restore our lost spark. It is images and models that we need: attractive fantasies to set us in a certain direction and to draw us on, reminders of who we once were and who or what we might be. Only then will the romance return.

P. 83. PENSAR O ESTAR CON GENTE. En la página 83, hablando del filósofo francés Yves Simon, dice: “He saw that his apparently extraordinary set of circumstances was something in fact very ordinary: the tension always and everywhere found between thinking and social life”. Ahí queda eso. La autora presenta muchos ejemplos de personas que desarrollan su visión de la vida o su sentido de misión en momentos de aislamiento y dolor, en los que su vida social está muy reducida (Gramsci, Malcom X, la virgen María y algún otro).

p. 98. PARA TENER VIDA INTELECTUAL HAY QUE ESFORZARSE. Es una putada. I’ve already suggested that asceticism –sacrifice and suffering for the sake of some good- is fundamental to our dignity. We have many desires, impulses and concerns. Not all of them are as good or as wholesome as any other. Moreover, the less good, the selfish, the banal, the superficial, and even the cruel are the easier goals to follow. We drift toward them without trying, by default. To be driven by a desire to understand, to see, to learn, to wonder takes determination and work, or the good fortune of an externally imposed deprivation. VAMOS, QUE SOMOS TONTOS POR DEFECTO.

P. 144. CON AGUSTÍN, CONTRAPONE CURIOSITAS A STUDIOSITAS, y propone como modelo la virtud de la seriedad frente a la superficialidad. But we know by now that the person governed by curiositas is more like one addicted to violent video games, and we might guess that the serious person is one who, like Agustine, restlessly pushes for the better, the truer, the more profound. Y la chavala sigue: I understand the virtue of seriousness to be a desire to seek out what is most important, to get to the bottom of things, to stay focused on what matters. Whereas the lover of spectacle skims over the surfaces of things and is satisfied with mere images and feelings, the serious person looks for depths, reaches for more, longs for reality. To be serious is to ponder one’s dissatisfactions, to discern better from worse, the possible from the impossible. A serious person wants what is best and most true for himself or herself.

25 de septiembre de 2022

Jimmy

 

De vez en cuando como en casa de P. A veces nos acompaña su mujer o algún otro amigo. El otro martes éramos media docena. Un filósofo italiano. Un señor valencianoparlante que tiene una empresa de puertas industriales. Un ex-seminarista. Y Jimmy, un argentino vestido de negro, con ambos brazos tatuados hasta las muñecas -frankenstein y un especie de muñeco diabólico, nada de capillas sixtinas ni letras chinas al uso- y unos orificios en los lóbulos de las orejas por los que cabía un dedo pulgar. Del pie.  

Al preguntarle de qué conocía a P., Jimmy me contó que hacía unos meses, recién llegado a España, le había comprado "la heladera" -la nevera, me aclaró- en Wallapop. Cuando subió con su mujer a verla, P. insistió en que se quedaran a tomar un café y unas pastas. Y desde entonces de vez en cuando quedan, ellos dos o con las familias.

No sé qué hubiera hecho yo con Jimmy y señora si hubieran subido a mi cocina a por la heladera. Bueno, creo que sí que lo sé. Y también sé que me hubiera perdido su divertido humor porteño, su sabia conversación futbolera y un dulce de leche que llevó para el postre que estaba lisa y llanamente cojonudo.

P. tiene olfato, el tío.


20 de septiembre de 2022

La palabra "gretismo" me atrapó

Ayer publiqué este artículo en Las Provincias. Dos comentarios al respecto.

Intenté resistirme a la palabra "gretismo". Este verano la escuché en un podcast muy crítico con la "turra ecologista", y me hizo mucha gracia. Al escribir el artículo pensé que el palabro era gracioso y tenía fuerza para enganchar al lector. Lo que pasa es que, como bien me ha hecho notar P., "gretismo" es una palabra despectiva y yo la utilizo como algo positivo, con lo que la fórmula no termina de funcionar. Algo me olía yo, pero la palabra me atrapó y no fui capaz de quitármela de encima. Así es la vida.

Por otro lado, no termino de adaptarme al género de artículo de prensa, y tengo la sensación de que últimamente solo publico moralina barata. En este artículo, más allá del tono homilético del que no soy capaz de desmarcarme, tampoco me gusta el final. Contiene una intuición buena, es sorprendente y cierra volviendo al principio, recurso que últimamente trabajo bastante y que es efectista. Pero en este... no sé, creo que la pieza no encaja del todo. ¡Qué le vamos a hacer!

En cualquier caso, el detalle con el que arranca el artículo fue sencillamente top, y merecería una entrada más "10argumentos". Quizá la hago.

 


 

Gretismo laboral

“Felicidades. Ya es viernes: has sobrevivido a la primera semana de curso”, decía el folio escrito con rotuladores de colores y adornado con caras sonrientes. Al lado, una gran caja de bombones abierta como una alegre y muda invitación.

Este detalle, que ya sería top en cualquier casa, me pareció casi un milagro en el sitio en que lo vi: el mostrador de la conserjería donde se devuelven los micrófonos después de dar clase; probablemente, uno de los lugares más impersonales de toda la Universidad de Valencia. “Los extraterrestres existen”, pensé mientras cogía un bombón y le daba las gracias a la chica que ese momento recogía y desinfectaba los micros. “¡A por el curso!”, se limitó a responderme con una amplia sonrisa.

Todavía con el regusto del bombón en la boca, y en estos tiempos de preocupación climática, pensaba en la importancia de cuidar el medio ambiente en el centro de trabajo, de desarrollar una suerte de “gretismo laboral”. Igual que el ecosistema, el entorno laboral se cuida de tres formas.

En primer lugar, no contaminando. Contaminamos con los malos humos, los pensamientos grises y el mal genio. Con las críticas y las protestas, con los modales bruscos y las caras largas. Pues bien, hay que aspirar a las Emisiones Cero. Quizá el objetivo sea inalcanzable, pero siempre cabe mejorar y reducir comentarios tóxicos, residuos en forma de queja y emisiones contaminantes de críticas y negatividad.

En segundo lugar, el ambiente se cuida reciclando. Reciclamos, ante todo, perdonando y pidiendo perdón cuando nos equivocamos. Reciclamos si convertimos las protestas en propuestas, y cuando ante la crítica a un compañero ausente salimos en su defensa o cambiamos elegantemente de conversación.

Finalmente, el medio ambiente se cuida con acciones positivas: declarando espacios protegidos, reforestando, planeando parques y jardines… Pues lo mismo en el trabajo, donde podemos crear espacios verdes de amistad y buen rollo, y reforestar la árida rutina con detalles que den algo de sombra y alegría a los demás. Aquí las alternativas son infinitas: celebrar los cumpleaños, poner unas flores en zonas comunes, dejar una nota de agradecimiento a quien nos limpia el despacho… o comprar una caja de bombones para que “los ilustres profesores” se olviden un poco de sus currículums y escalafones y sonrían como niños al tomar un chocolate el primer viernes del curso.

Acabamos de empezar, ya lo sé. Pero tengo para mí que una de las mejores lecciones del curso ya la he recibido, y no precisamente en un aula o un congreso, sino detrás del mostrador de la conserjería de la facultad.

 

13 de septiembre de 2022

No hasta ese punto

 

De camino al trabajo me he cruzado con el típico tándem padre gordo-niño gordo, que iba plácidamente andando hacia el colegio. 

Nada más superarme, he escuchado que el niño preguntaba: "¿Puedo ir corriendo?", y me he vuelto justo para ver cómo daba un beso a su padre, le soltaba la mano y arrancaba a correr hacia el colegio, con la mochila de spiderman pegando botes a su espalda.

Me gusta mi trabajo, lo reconozco. Pero no hasta el punto de echar a correr alborozado cuando veo a lo lejos la facultad. Esta mañana, en honor al gordillo, he trotado ligeramente la última manzana. Ha sido muy gratificante, aunque no sé si repetiré.

Estamos de vuelta