18 de agosto de 2022

Media vida. O no.

Un buen número de iglesias de Inglaterra y Gales están rodeadas de cementerios antiguos, con césped y lápidas. Las lápidas -casi todas del siglo XIX- son "unifamiliares", y consignan todas las personas que están sepultadas debajo, con su nombre, la fecha del deceso y la edad que tenían al morir.

El otro día, tras una romería en la iglesia de St Mary the Virgin, en Prestwich, me entretuve leyendo algunas lápidas. En casi todas había referencias de personas que fallecieron muy jóvenes, con pocos meses o años. Aunque ya sabía que la mortalidad infantil era muy alta hasta bien entrado el siglo XX, leer los nombres de esos niños o adolescentes muertos, junto con el de sus padres, me dio bastante pena. Una cosa es estudiar una estadística de supervivencia en un libro de Historia y otra bien distinta rezar sobre una tumba concreta con nombres propios.

Como dentro de poco cumplo 40 años, llevo unos meses pensando en "la mitad de la vida" y en lo que me gustaría hacer en la segunda mitad, que inevitablemente parece que encaro. Pues bien, tras el paseo por el cementerio me he dado cuenta de que ya he vivido mucho más que muchísimas personas, y de que a lo mejor no me queda media vida, sino bastante menos. Dios dirá.

Con lo vivido hasta aquí yo ya estoy agradecido. Vamos a intentar hacer un buen papel en el tiempo que nos queda, esperando lo maravilloso pero sin olvidar que esto no deja de ser un gran víspera, un buen sábado santo. Como leí en unos diarios de Jiménez Lozano, la vida está bien, pero no remata. De hecho, si uno lo piensa bien, no hay una gran diferencia entre vivir 22, 37 ó 79 años. Lo importante no es vivir mucho, sino vivir bien. Hoy. Ahora.

Para cerrar este post os dejo una de mis poesías favoritas de Jiménez Lozano. Quizá no es la primera vez que la reproduzco en el blog, pero no importa. Hay que leerla de vez en cuando. Se titula "El precio", y dice así:

Matinales neblinas, tardes rojas,
doradas; noches fulgurantes,
y la llama, la nieve;
canto del cuco, aullar de perros,
silente luna, grillos, construcciones de escarcha;
amapolas, acianos, y desnudos
árboles de invierno entre la niebla;
los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura
de los muslos, de un cabello de plata, o de color caoba;
historias y relatos, pinturas, y una talla.
Todo esto hay que pagarlo con la muerte.
Quizás no sea tan caro.
 
Yo creo que no, la verdad, aunque no sé qué dirían los niños del cementerio de la Iglesia de Saint Mary the Virgin, de Prestwich.

13 de agosto de 2022

De museos en Manchester y Liverpool

Estoy pasando unos días en Reino Unido. Sin buscarlos demasiado, he entrado en dos o tres museos con los que he tropezado en mis paseos por la ciudad.

Como siempre, lo primero que hago es ir a la tienda, para hacerme una idea de lo que me encontraré en el museo. Hace un par de días me llevé una grata sorpresa: estaba en el museo de Lowry, un pintor a quien no conocía, pero del que hace unos años (tras una visita al Fitzwilliam Museum de Cambride) compré una postal que me hizo mucha gracia, que he tenido bastante tiempo colgada en el corcho del despacho. La pintura se llama: After the wedding. Me gusta el tono de normalidad que respira la escena, tan alejada de los excesos que rodean a las bodas actualmente. Tengo la impresión de que la imagen de Lowry representa bastante mejor lo que es un matrimonio que los vídeos con drones y las fotos editadas que suelen "inmortalizar" las bodas de hoy. Este es el cuadro:


Entre las obras que había en el museo de Mánchester me gustó especialmente La Carreta. Es típico cuadro que a primera vista parece que podría haber hecho cualquiera, pero que si lo miras un rato te das cuenta de que no. Como tirar un penalti a lo panenka. El burro, sin ir más lejos, me parece sencillamente insuperable.


Ayer estuvimos en la Tate de Liverpool. En la tienda había objetos muy chulos, y no pude resistirme a comprar tres cuadernos de notas con portadas de Terry Frost. Ni conocía al tío ni necesitaba cuadernos, y además eran un poco caros. Pero luego pensé que no hay color entre utilizar un cuaderno de Terry Frost que te has comprado en la Tate de Liverpool con J. e I. o utilizar una libreta Guerrero que has comprado en el chino de la esquina, con lo que me animé a comprarlos. Por cierto, preparando esta entrada he visto otras obras de Frost, que me han gustado mucho y me han resultado curiosamente parecidas a algunas de Sardá que llevan años colgando en mi cuarto de estar. Qué cosas.

Aquí os dejo la foto de los cuadernos antes de comprarlos.