24 de febrero de 2018

Mucho más que un euro



Creo que a todos nos ha pasado. Echas un euro en una máquina expendedora. Aprietas tranquilamente el botón. Esperas. Ningún ruidito, más allá del ruidito de tu euro cayendo dentro del bolsillo del dueño de la máquina. Esperas otro poco y pulsas el botón, algo más fuerte. Pero sigue sin pasar nada. Bueno, pasa que has perdido un euro y se te ha quedado cara de tonto.
Pues bien, lo que hay que hacer es abandonar rápidamente el lugar de los hechos, con dignidad. No ha pasado nada. Es solo un euro. Un euro que hay que olvidar cuanto antes.

Cualquier otra reacción distinta a la huida serena y digna no mejora las cosas.

Apretar el botón una y otra vez, cada vez más fuerte, no vale para nada. Poner cara de enfado y mirar alrededor, acompañando tu gesto con algún que otro aspaviento, sólo hace tu desdicha más evidente, convirtiéndote en objeto de burla o compasión de un hipotético y previsible espectador. Ninguna de esos sentimientos ajenos te va a hacer sentir mejor, ni te va a devolver tu euro. Es más, bajo el foco de la mirada ajena tu cara de tonto y tu enfado se enconarán.

Tampoco te aconsejo buscar al responsable y exigir la devolución de tu moneda, ni llamar al teléfono 900 que está impreso medio borroso en una etiqueta plateada, casi en la base de la máquina. Perderás tiempo y paciencia. Perderás otro euro. ¿Qué esperas de esa llamada? ¿Va a venir un repartidor con gorra a traerte la coca-cola o el sánwich que la máquina se niega a expedirte? ¿Te va a traer un euro? ¿Qué te va a decir el operador del teléfono? ¿Que le des tu número de cuenta para ingresarte un euro? La opción de la llamada es, a todas luces, insatisfactoria. (Salvo que tu objetivo sea satisfacer de manera inmediata una necesidad perentoria de maldecir a alguien, claro. En este caso, te recomiendo el siguiente esquema para la conversación: 1. Introducción educada: Buenos días, lo que tengo que decirle no es nada personal; 2. Maldición propiamente dicha, taco, insulto; 3. Despedida cordial -muchas gracias por su atención y pase un buen día.)

Ahora bien, todavía hay una reacción más irracional: la agresividad que ciertos consumidores frustrados exhiben, golpeando la máquina con la palma de la mano -suavemente, como a un bebé en la espalda animándole a que eructe, o con contundencia, como a una televisión antigua que se resiste a sintonizar-, o incluso directamente dándole patadas rasantes con la punta del pie, o a media altura, flexionando la rodilla y atacando con la planta. El último escalón de este crescendo de decepción y furia consiste en colgarse de la máquina desde un lateral, y zarandearla sobre su base. Todo se ha visto. Quiero pensar que este tipo de reacción violenta obedece más a una necesidad física de dar salida al sentimiento de frustración, que al deseo racional de recuperar un euro. Dan ganas de acercarse al interesado y ofrecerle un euro diciéndole: "Tu euro. Pasa un buen día".

Vuelvo al comienzo. Si no te ha pasado, te pasará, porque las máquinas se tragan monedas. Cuando llegue el momento recuerda esta entrada, y no hagas el ridículo. Disimula, sonríe, aléjate del lugar. Es solo un euro. Un euro que puede joderte la mañana; pero también hacerte feliz, si piensas que ante tamaño revés estás actuando con entereza, con inteligencia emocional, con dominio propio. Es más: recomiendo echar, antes de irte, un segundo euro en la ranura. Con magnanimidad. Ni sándwich ni historias. Esos dos euros perdidos, no te quepa duda, te han hecho mucho más fuerte.

Llámame loco. Pero cada vez que echo una moneda en una máquina de vending, algo dentro de mi anhela que la máquina se trague mi euro.

16 de febrero de 2018

Me supo a verano



El otro día bebí agua de una manguera, y me supo a infancia y a verano. Sobre todo a verano.

PD. Valga esta breve entrada como pequeño homenaje a Josemari Arriola, un grande, que se nos ha ido esta semana. En él también se cumple el poema de D'Ors: "Se marchó, pero qué forma de quedarse". Un amigo más a quien pedirle cosas.