Subir a un ascensor solos es relajante. Nos miramos al espejo, nos ajustamos el nudo de la corbata, y pensamos "tío, bien, no estás nada mal". En seguida llega el piso al que vamos, y se acabó.
El problema surge cuando subimos con más gente. A veces se está cerrando la puerta, y una pierna o paraguas entra en el ascensor... "mierda!", solemos pensar. Y ahí es cuando llega la situación embarazosa. Hablar del tiempo resulta cuanto menos ridículo. Mirar al otro, agresivo. No decir nada, maleducado. Así, solemos contentarnos con dar los buenos días y mirar muy fijamente uno de los siguientes tres objetos: los números de los pisos, nuestros/sus zapatos, o los botones de nuestra/su camisa.
Por fin, llegamos al piso, y dando un respingo, nos bajamos. Si el otro es el que se baja, nos vamos al ritual del primer párrafo.
Pues yo, desde hoy, me propongo sonreír a la gente en el ascensor. Interesarme por ellos, ser jovial. No decir las cuatro bobadas que dice todo el mundo, y tratar de hacer hasta agradables esos pocos segundos. Vamos tíos, os animo a hacerlo. Al principio os dará algo de corte, pero si convertimos los embarazosos silencios del ascensor en momentos agradables, haremos algo más habitable nuestro estúpido primer mundo, donde todo el mundo tiene prisa pero nadie sabe muy bien para qué.
3 comentarios:
Gracias maja
Juanxo te quiero felicitar por las imagenes que cuelgas en tus post, son todas muy chulas y acertadas!imaginativas!
He empezado a leer el blog, primero vistazos, me ha gustado y he ido al principio (y mira que propones por ahí no leer desde el principio los libros). Pues bien, he leído febrero, marzo, abril y voy por mayo de 2005...
Hago un alto en el camino, te felicito de primeras por el blog y me paro a pensar en lo que me pierdo: subo siempre sola en el ascensor porque sólo lo uso cuando llevo la bici. Y no cabe nadie más :)
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