28 de noviembre de 2007

Limpiarse los zapatos



Cuando uno decide limpiarse los zapatos, siempre tiene que posponer ocupaciones más premiosas. Pero no lo olvidemos, es una de las tareas más gratificantes de la jornada. Uno se remanga la camisa, e introduce la mano en el interior del zapato, parsimoniosamente, despaciosamente. La palma de la mano reconoce a la perfección el propio zapato –formas, textura, calor-, y se encuentra allí como en casa –extremo que evidentemente nunca ocurre si el zapato pertenece a otro titular.

Es preciso aplicar bien el betún –siempre de lata o frasco, nada de inventos integrados postmodernos como Kiwi o Kanfort-, distribuirlo en porciones adecuadas, evitando mancharse la muñeca. Siempre el empeine es la parte más agradecida, mientras que el talón se resiste un poco, debido a su pronunciada convexidad. Por esto el talón siempre se deja para el final.

Es en este preciso momento, terminando el primer zapato, cuando el aroma del betún nos transporta a otra realidad, más genuina, natural, campera. Todos tenemos antepasados curtidores, ganaderos, marinos o mineros, cuyos idus parecen insinuarse ahora en nuestro espíritu, conjurados por ese cálido olor a pez. Es un instante de contacto quasisacerdotal con nuestra estirpe toda.
Finalmente, el cepillado nos devuelve a la realidad. Roto el hechizo del rito por los rápidos movimientos del cepillo, ya posamos nuestros pensamientos en la próxima ocupación, y las prisas paulatinamente regresan a nuestra jornada. Se colocan los zapatos en un lugar discreto del cuarto de baño con una serena satisfacción, y mientras nos limpiamos las manos con algo de jabón, sabemos que el día que amanezcamos difuntos, nos gustaría tener un par de zapatos fieles, recién limpiados la noche anterior, que nos esperen para llevarlos por toda la eternidad.
Próxima entrada sobre: la vía retronasal, clave en la lucha contra el stress (si alguien tiene y quiere aportar ideas, serán muy bienvenidas)

8 comentarios:

gente sin prejuicios dijo...

pasaba por aquí y muy original!ojalá que siempre que me limpie los zapatos me venga a la mente este escrito.
un saludo

Anónimo dijo...

he ido a parar aquí..., tienes un modo muy peculiar de escribir y a la vez muy gracioso. Lo que más me ha gustado;Lo primero como describes la sensación de meter la mano en el propio zapato y, lo segundo el término "quasisacerdotal"...

Anónimo dijo...

Me has alegrado el día.
Gracias

Anónimo dijo...

Muchas felicidades (por tu cumpleaños, y por el post), me alegra que vuelvas a escribir este tipo de comentarios, que le hacen a uno redescubrir el encanto de todas esas cosas sin importancia de las que está lleno el dia...
Un fuerte abrazo, Luis.

Anónimo dijo...

Limpiarse los zapatos es un arte humilde, que en muchos casos requiere la inclinación del cuerpo como para despejar dudas de que es así. Tal vez si nos limpiáramos más los zapatos, distinguiriamos mejor los pies humildes que necesitan cuidado, de los soberbios,aquellos de betún fácil y brillo evanescente que sólo se miran así mismos. Comenzaríamos, si nos limpiamos más los zapatos, a entender el andar de las gentes y las necesidades de los que caminan.¡Ah, si nos limpiáramos más los zapatos...
José Enrique

Anónimo dijo...

Interesting to know.

Marta García Cano dijo...

limpiarse los zapatos: mecanimsmo de pensar/no pensar.

pensamientobola.blogspot.com

Verbigracia: yo dijo...

La próxima vez que me los limpie me será imposible no acordarme de estas similitudes quasisacerdotales. Gracias juantxo, gracias a ti quito de la lista de cosas radicalmente soporíferas la de limpiarse los zapatos