8 de febrero de 2008

Acabó el romanticismo


Dos cambios significativos en el mundo del fútbol, que certifican el fin de todo romanticismo en los campos:

Primero. Ya no se arrojan almohadillas al campo, como antaño, cuando al finalizar el encuentro el aficionado se siente defraudado, o sencillamente cabreado. Ese sencillo gesto, de arrojar al césped la almohadilla alquilada por 50 pesetas a la entrada del estadio, era significativo, liberador, e incluso festivo en su simplicidad. La almohadilla cumplía así en el universo futbolístico una función terapéutica y teatral, materializando y exorcizando el enfado del aficionado de a pie, que, una vez arrojada con desprecio su almohadilla, volvía a casa alegre y mejorado.

Esa alegre lluvia de almohadillas, similar en sus efectos a una buena pañolada, ponía fin a muchas tardes de domingo. Es un fenómeno social digno de un análisis más detenido que siempre que se produce una pañolada, igual que en el lanzamiento masivo de almohadillas, junto con aficionados tremendamente cariacontecidos, se encuentran otros correligionarios que sacan sus pañuelos entre albricias y carcajadas, vituperando al sujeto denostado con una alegría en el rostro difícilmente comprensible.

Me pregunto si los aficionados de las primeras filas tendrían un seguro especial contra accidentes cervicales ocasionados por lanzamiento de almohadillas. Si una vez vi a un señor cuya almohadilla impactó en la cabeza del espectador de la fila inmediatamente anterior a la suya, y la tuvieron con picadores, me cuesta creer que un gran número de almohadillas volátiles no cayeran sobre las inocentes coronillas de los aficionados de las primeras filas, que además de soportar la derrota de su equipo tenían que capear el temporal de objetos voladores dirigidos contra los balompedistas o el colegiado. Eran los chivos expiatorios de la frustración general. Si alguien puede aclararme este extremo se lo agradeceré.

Finalmente, otra pregunta que me inquieta. ¿La almohadilla se lanzaba como un frisbi, con un gesto horizontal, o más bien como una piedra, de atrás adelante? Conviene aclarar este extremo antes de que las últimas almohadillas de tarde de domingo desaparezcan de nuestra memoria común.

El segundo cambio significativo es: ya no se grita sinvergüenza al colegiado o al jugador indolente, que adolece de pundonor, sino hijo de puta. Así nos luce el pelo.

Pd. La imagen, del mítico Molinón. Un clásico del carrusel deportivo.

2 comentarios:

Fon dijo...

;-)

Anónimo dijo...

Estoy absolutamente de acuerdo contigo Juanxo!
Debemos recuperar la compostura y el buen hacer que reinaban en la mayoría de los estadios a finales de la década de los ochenta en España...
¿Y qué me dices del olor a puro del aficionado grueso del quinto anfiteatro?...
Lo de las palabrotas... en fin, qué bajo hemos caído...