19 de septiembre de 2008

Regar el césped



El día en que se instale un sistema de regadío por aspersores en el último jardín de este país, habremos perdido uno de los pocos vínculos que nos restan de contacto primigenio con la naturaleza. Aunque regar parece una actividad sencilla, despierta resonancias de lo más profundas en nuestro interior.

A la hora de ponerse a regar hay que tener muy en cuenta la cuestión del calzado, que nunca es baladí. Lo mejor es regar descalzo, de eso no cabe ninguna duda. Sin embargo, cualquier calzado fresco y veraniego puede jugar un buen papel. Si tienes unas cangrejeras, dan unas sensaciones magníficas al contacto con las gotas en el césped. Las chinas de Confucio son otra muy buena elección. (Ojo, estamos hablando lógicamente a un nivel de aficionado. Si tú que me lees eres jardinero profesional, lo más apropiado para ti serán las botas de pescador de atunes y un pantalón con peto verde).

La verdadera manguera ha de ser amarilla o verde, con o sin estrías (sobrias y negras). Otros colores, transparencias, puntitos o motivos vegetales son desde todos los puntos de vista superfluos. Nunca me han gustado esas mangueras que dispersan el agua ellas solas, al girar un pitorro alargado –casi siempre naranja- que tienen en la boca de la manguera. Habitualmente no hay forma humana de apuntar con ellas, y cuando giras el pitorro sueles mojarte todo el antebrazo. Cuando finalmente logras generar un chorro unidireccional, la presión del agua es tan fuerte que puedes aniquilar tu jardín y tus plantas en menos que canta un gallo. Digamos un no rotundo y decidido a estos pitorros naranjas. Lo verdaderamente genuino es poner el dedo en el final de la manguera y que sea el propio dígito el que se encargue de hacer que el agua salga a presión y en gotitas pequeñas, y no a chorro. Habrá que alternar siempre entre el dedo pulgar y el índice, para evitar una molesta sobrepresión en la yema del dedo. Otra solución socorrida es presionar en el centro de la manguera, de modo que el agua salga en dos chorros divergentes: se pierde precisión pero se gana en confort y descansan las yemas. Los movimientos del brazo pueden ser horizontales o verticales, siempre cadenciosos y bien acompasados. Es gratificante apuntar lejos y alto y seguir con la mirada las gotas de agua para ver hasta dónde somos capaces de regar... además, todo el mundo lo hace.

Pero el aspecto más gratificante de la tarea de regar es, sin ninguna duda, el siguiente. Cuando uno empieza a regar, padece una suerte de vacío cerebral muy relajante. Los límites de nuestra existencia se recortan en ese breve período al borde del jardín, a la hierba, a la manguera, al cabrón del vecino cuya enredadera crece joven y fuerte mientras que la nuestra no tira para adelante por mucho abono y agua que le pongamos. Mientras regamos no existen agenda, problemas, teléfono móvil, hipoteca. Sólo estamos nosotros, la manguera y unos pocos metros cuadrados de césped...

Yo me fío de la gente que tiene un jardín y lo riega regularmente.

El día en que se instale un sistema de regadío por aspersores en el último jardín de este país seremos definitivamente posmodernos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Juanxo!!!!! Un saludo desde las gélidas tierras de Sevilla, donde podemos disfrutar de abundantes campos de césped artificial...

Pablo dijo...

No al pitorreo naranja,
Chucho

maria jesus dijo...

Buena tesis sobre jardineria. A mi tampoco me gustan los pitorros sean del color que sean. Conseguir con el dedo que caiga una lluvia tipo sirimiri sobre las hojas es fascinante y si hace sol y forma arco iris , mejor, mas relajante; y luego cambiar el ritmo y que salga un chorro grueso para que pueda beber el perro y .....

Unknown dijo...

Hola, Juan!!
No me acordaba de lo bueno que era este artículo. Dí que sí: no queremos pitorros naranjas en nuestras vidas. Precisamente tuve una mala experiencia con uno hace poco.
Me quedé un poco dolido hace dos fines de semana, con el desencuentro que tuvimos en la esplanada. Espero que nos disculparas, estábamos en un mal momento.
Por cierto, el vino que me diste a degustar era bueno: con cuerpo, como a mí me gusta.
Me he decidido: voy a empezar a escribir. Ya te mandaré cosas, a ver que tal.

Anónimo dijo...

Ha caido en mis manos un libro que se llama "El primer sorbo de cerveza y otros pequeños placeres". Me recuerda mucho a tu estilo, tiene "capitulos"como:
- "tarde de domingo"
- "llevar una navaja en el bolsillo"
-...
Te lo recomiendo
Un saludo, Luis.