11 de agosto de 2019
Hay que hacerse un tatuaje cuanto antes
Me gusta la reciente moda de hacerse un tatuaje.
1. En primer lugar, el boom del tatuaje supone que hay gente tomando decisiones más o menos definitivas, lo que ha de ser celebrado en un contexto social de pánico irracional y adolescente a las decisiones de por vida. La gracia del tatuaje, precisamente, consiste en que no es una calcamonía.
2. Quien se tatúa, además, lo hace porque porque es libre, y no se plantea que tatuarse le quite algo de libertad. Más bien al contrario: como soy (macarra y) libre me tatúo lo que me da la gana, y decido llevar un tatuaje para toda mi vida. Si la sirena o las runas élficas se borrasen en unas semanas o meses, el tatuaje sería mentira, fraude y postureo. La decisión de tatuarse perdería peso y gravedad, sería mucho menos significativa. Poder tatuarme para siempre amplía mi libertad; no la niega.
3. En tercer lugar, tengo entendido que tatuarse duele, y que ese sufrimiento, de alguna manera, es una parte importante del rito del tatuaje. Las marcas de por vida no son un juego, no son gratis. Como el amor, como el éxito, como las dificultades, el tatuaje que se imprime en la piel conlleva también una dosis de sufrimiento que no debe evitarse. No hay amor sin espinas. No hay toreo sin muerte. No deberia haber tatuaje sin dolor.
De lo dicho hasta aquí podemos concluir que la moda del tatuaje constituye una inesperada aliada en la transmisión de ciertos valores antropológicos que parecían condenados a la extinción en el páramo relativista y hedonista en que nos encontramos. Pero ojo, es que todavía hay más.
4. Creo que si uno no se arrepiente nunca del tatuaje, al pasar del tiempo el mismo constituye una muestra de fidelidad a uno mismo -o a su novia, equipo de fútbol o difunto amigo- genial. Han pasado los años. Estoy calvo. Tengo barriga y cáncer de próstata. Quizá incluso soy un verdadero coñazo. Pero mira, aquí sigue mi tatuaje. Soy el mismo, he llegado hasta aquí, te sigo queriendo. Mola.
5. Pero es que si uno se arrepiente del tatuaje no sucede ningún drama, es incluso hasta mejor. El tatuaje se convierte entonces en un memento mori, a través del cual nuestro yo del pasado nos recomienda no tomarnos demasiado en serio nada de esta vida, ni siquiera a nosotros mismos. El tatuaje del que uno se arrepiente nos invita silenciosamente a sonreirnos ante nuestros solemnes "para siempre" y "nunca más". Y no con la sonrisa amarga del cínico o el descreído, sino con la sonrisa humilde y dulce de quién ha experimentado sus límites y sus contradicciones, pero aún así mantiene un poco de fe en sí mismo y en la vida, y está dispuesto a intentarlo otra vez. El tatuaje del que nos arrepentimos es un fracaso, no hay duda. Pero nos recuerda también que somos capaces de sueños grandes y de utopías. Que no puedas llegar es lo que te hace grande. Detrás del desencanto y de la bacía, si aprendemos a mirar, podemos vislumbrarel brillo misterioso del yelmo de Mambrino.
Me gusta la reciente moda de hacerse un tatuaje.
PD. Lógicamente, esta entrada está dedicada a quien ya lo sabe.
29 de mayo de 2019
Sorpresas en el jardín
Ayer a mediodía me acerqué a un jardín de mi ciudad con la intención de terminarme un libro a la sombra de un árbol.
Sentado en la típica plazoleta elíptica con una fuente en el centro, y cuando me disponía a empezar a leer, descubrí con asombro que la vecina del banco de al lado -además de estar escuchando una telenovela en su móvil-, se estaba cortando las uñas de los pies.
Como es natural, me alejé del lugar de autos, no fuera a ser que procediera a orinar o a defecar en la fuente a continuación.
Recuperado de la impresión, me instalé en un cómodo banco de una rosaleda. No llevaba leyendo ni diez minutos cuando una pareja de novios y un fotógrafo aparecieron por allí. Tras revolotear un poco en torno a un banco, los novios fueron adoptando poses cariñosas dirigidos por el fotógrafo, que les indicaba cómo tenían que cogerse de las manos, cuándo tenían que besarse, y hacia dónde tenían que mirar. Toda la situación era realmente artificial e indiscutiblemente hortera. Aunque intenté continuar con mi lectura como si tal cosa, lo cierto es que no conseguí concentrarme.
Por un momento consideré la posibilidad de buscar un lugar más recóndito del parque donde poder terminar mi libro, pero algo en mi interior me previno, insinuándome que quizá no estaba preparado para el género de sorpresas que el parque podría depararme allí.
Mientras terminaba el libro en el sofá de mi casa, extraje tres conclusiones importantes de mi frustrado plan de lectura bucólica, conclusiones que me gustaría compartir aquí:
1. Es realmente difícil encontrar sitios en los que mantenerse al margen de la vulgaridad.
2. Cada vez son menos quienes consiguen casarse sin hacer el ridículo.
3. A una ya no le dejan cortarse las uñas de los pies con tranquilidad en ningún sitio.
28 de marzo de 2019
¿Por qué echar aliento en la punta de los aviones de papel?
Le encargo una gestión a Pablo antes de irme a trabajar.
- Te tengo informado.
- No hace falta.
- Vamos, que te desentiendes.
Silencio medio incómodo.
- No me desentiendo. Me fío de que lo vas a hacer bien. Me fío de ti.
Risas. Me desentendí, naturalmente.
Haciendo aviones de papel con Nico, antes de lanzar por primera vez el suyo -mítico avión-flecha de toda la vida-, le echa aliento dos veces en la punta, para que vuele mejor. Como mandan los cánones. El gesto me hizo la mar de gracia: no me acordaba de esa pequeña liturgia, cuya razón de ser aerodinámica nunca tuve el gusto de conocer ni la inquietud de investigar. Han pasado ya tres días y todavía me hace gracia el gesto, así que dejo a Nico congelado en esta entrada, con sus 11 años y sus bermudas del colegio, soplando con prosopopeya la punta de su avión-flecha. No vaya a ser que en unos años se nos vuelve a olvidar el tema del soplido, y trunquemos una tradición multisecular que no debe morir.
En cuanto a la respuesta a la pregunta que encabeza esta entrada, lanzo el guante a mi hermano Luis por si quiere explicarnos el motivo. Yo soy de letras.
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