18 de septiembre de 2021

Poner cuernos


 

Recientemente me he topado con dos viñetas de unicornios.

La primera representa un caballo a la venta. Alguien le ha colocado un cuerno de plástico, sujetándolo con una goma por debajo del hocico. Delante del equino, el cartel con la oferta original (“se vende caballo, 1.000 euros”) ha sido modificado con un tachón, y ahora dice: “Se vende Unicornio, 1.000.000.000 euros”.

La segunda viñeta representa un dragón chinchando a un unicornio, diciéndole que los unicornios no existen. El gesto alicaído del unicornio revela una profunda crisis de identidad.

Estos dos dibujos ilustran bien dos actitudes ante la vida y los demás.

El dragón negacionista representa a las personas “realistas”, que no se dejan llevar de “falsas” ilusiones. Suelen mirar a los demás con una cierta desconfianza, sabiendo que “las apariencias engañan”, “que nadie es perfecto” y que “no todo el monte es orégano”. Entre sus expresiones favoritas se encuentran “al tiempo”, “lo que yo te diga”, y “no vas a ser capaz”. Son personas que han perdido la mirada de niño y parecen alegrarse de la inexistencia de lo fabuloso. A fuerza de desengaños o de egoísmo, se han convertido en personas cínicas y escépticas, cuyo deporte favorito es pinchar globos.

El vendedor de unicornios, por el contrario, representa a quienes han elegido seguir creyendo en lo mágico, a quienes se prefieren fijarse en lo bueno de la vida y los demás. Estas personas no se desaniman ante lo gris de la existencia, y con ilusión y esfuerzo van poniendo cuernos a todos sus caballos. Y entonces surge la magia, se produce el milagro: consiguen trabajar con alegría un lunes lluvioso de febrero; hacen de su pareja y de sus familias las mejores del mundo, independientemente de sus defectos; conservan amistades duraderas, con parches, perdones y remiendos. Aunque parecen mileuristas, se saben millonarios.

La forma en que miramos la realidad contribuye a configurarla.

Puedes pasarte la vida como el dragón negacionista, convenciéndote de que todo está fatal y de que apostar por el amor no merece la pena. Convenciéndote de que los unicornios no existen. Y tendrás razón, ya que nunca verás uno, por mucho que lo tengas a un palmo de tu cara. O puedes decidirte a poner cuernos a tus jamelgos, a base de cariño e ilusión. Tu vida no será un jardín de rosas. Los unicornios reales también defecan. Seguirá habiendo disgustos, facturas y problemas. Pero si apuestas por el cariño el campo gris de tu rutina se llenará de unicornios fabulosos, de todos los colores.

Hazme caso. Ignora a los escépticos. Los unicornios existen. Solo tienes que empezar a poner cuernos.


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