(Lo enviaré al periódico mañana. Si alguien tiene comentarios o sugerencias serán bien recibidas).
Mi edificio favorito de Roma es la basílica de Santa María de Araceli, situada en la cima del monte capitolino. Junto a la impresionante escalera de 124 escalones que conduce a su entrada, lo más característico del templo son las 22 columnas que sustentan su nave central.
Recicladas de distintos edificios y ruinas romanas, cada columna es de su padre y de su madre. Las hay lisas y estriadas; claras y oscuras; gruesas y finas. Como ninguna mide lo mismo, unas se apoyan sobre basas y otras surgen desde el suelo, y cada una es coronada por un capitel diferente –dórico, jónico o corintio- con el fin de ajustarla exactamente al tamaño requerido.
Pues bien, lo curioso es que el collage funciona, y el edificio no solo se sostiene, sino que tiene una gracia muy particular.
A veces pretendemos que nuestra vida se asemeje al Partenón de Atenas, y sea un conjunto pulcro y perfectamente canónico. Nos gustaría que nuestra razón, nuestros sentimientos, nuestras relaciones y nuestro horario se ensamblaran en perfecta armonía, lo que por fin nos permitiría sentirnos bien y degustar en qué consiste la felicidad. Ese sueño, sin embargo, no pasa de ser una utopía.
Ni los demás, ni el mundo, ni –lo siento- nosotros mismos somos perfectos. En nuestra vida siempre habrá estridencias, disonancias y errores. Ante esta evidencia caben distintas opciones. Algunos se refugian en edificios inexistentes: el nostálgico en palacios de un pasado imaginario, y el iluso en doradas mansiones del futuro, cuando gobierne su partido, consiga perder peso o un ascenso en el trabajo. Otros, directamente, renuncian a construir nada: el cínico instalado en la ironía; el llorón en la protesta; el vividor en el placer egoísta y efímero.
Frente a estas opciones, desde la cima del capitolio Santa María de Araceli nos propone una vía alternativa. Construir con lo que hay. Que no podamos hacer un Partenón no significa que tengamos que dormir o adorar a la intemperie. Mira con atención a tu alrededor, porque seguro que aquí y allá encuentras columnas útiles para tu proyecto de vida en este nuevo año. Tu pareja no es perfecta, pero tiene encantos que la hacen única; tus amigos son un poco balas, pero qué harías sin ellos; tu perro babea y suelta pelo, pero sestea a tus pies con inquebrantable fidelidad; tu trabajo, con sus lunes y frustraciones, te permite comer, mejorar y servir con alegría.
Mi edificio favorito de Roma es Santa María de Araceli. Sus columnas -dispares y con desconchones- me recuerdan que siempre se puede hacer algo bonito con lo que se tiene a mano. Que, también en 2023, se puede ser feliz con lo que hay.
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