6 de diciembre de 2006

Nuestro gran ministerio de Sanidad



Mientras en nuestro Ministerio de Sanidad persiguen el consumo de Doble Whopper con queso, autorizan la reproducción asistida de embriones a la carta, seleccionados. Nadie se pregunta cómo se producen los embriones; nadie se pregunta qué se hace con los que no son aptos para curar al hermano; nadie se pregunta qué hacen con los que siendo aptos, son excedentes: sobran. Pues sabe usted qué pasa, que se tiran a la basura o se experimenta con ellos.

Y todos hablamos de las bondades y maldades de las hamburguesas con queso. O somos gilipollas o estamos muy dormidos.

2 comentarios:

Alberto Tarifa Valentín-Gamazo dijo...

Muy dormidos, desde luego; pero porque hay una buena colección de malvados que nos han ido anestesiando, y ahora nos encontramos buscando argumentos para que las anoréxicas coman, los gordos ayunen y nadie fume. Matar es, en cambio, políticamente correcto: se aborta, se eutanasia y se está de tertulia con terroristas.

Anónimo dijo...

Juan no he encontrado manera de hacerte llegar este poema, tal vez ya lo conoces, pero de todas formas dejame que disfrute de la ilusión de haberte regalado un anticipo de los reyes (bueno yo, no, mejor dicho jose hierro)
RÉQUIEM

Manuel del Río, natural
de España, ha fallecido el sábado
11 de mayo, a consecuencia
de un accidente. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
a las 9,30 en St. Francis.
Es una historia que comienza
con sol y piedra, y que termina
sobre una mesa, en D'Agostino,
con flores y cirios eléctricos.
Es una historia que comienza
en una orilla del Atlántico.
Continúa en un camarote
de tercera, sobre las olas
—sobre las nubes— de las tierras
sumergidas ante Poseidón.
Halla en América su término
con una grúa y una clínica,
con una esquela y una misa
cantada, en la iglesia de St. Francis.

Al fin y al cabo, cualquier sitio
da lo mismo para morir:
el que se aroma de romero,
el tallado en piedra o en nieve,
el empapado de petróleo.
Da lo mismo que un cuerpo se haga
piedra, petróleo, nieve, aroma.
Lo doloroso no es morir
acá o allá...

Requiem aeternam,
Manuel del Río. Sobre el mármol
en D'Agostino, pastan toros
de España, Manuel, y las flores
(funeral de segunda, caja
que huele a abetos del invierno)
cuarenta dólares. Y han puesto
unas flores artificiales
entre las otras que arrancaron
al jardín... Liberanos domine
de morte aeterna... Cuando mueran
James o Jacob verán las flores
que pagaron Giulio o Manuel...
Ahora descienden a tus cumbres
garras de águila. Dies irae.
Lo doloroso no es morir
dies illa acá o allá;
sino sin gloria...

Tus abuelos
fecundaron la tierra toda,
la empaparon de la aventura.
Cuando caía un español
se mutilaba el Universo.
Los velaban no en D'Agostino
Funeral Home, sino entre hogueras,
entre caballos y armas. Héroes
para siempre. Estatuas de rostro
borrado. Vestidos aún
sus colores de papagayo,
de poder y de fantasía.
Él no ha caído así. No ha muerto
por ninguna locura hermosa.
(Hace mucho que el español
muere de anónimo y cordura,
o en locuras desgarradoras
entre hermanos: cuando acuchilla
pellejos de vino derrama
sangre fraterna). Vino un día
porque su tierra es pobre. El Mundo,
Liberanos Domine, es patria.
Y ha muerto. No fundó ciudades.
No dio su nombre a un mar. No hizo
más que morir por diecisiete
dólares (él los pensaría
en pesetas). Requiem aeternam.
Y en D'Agostino lo visitan
los polacos, los irlandeses,
los españoles, los que mueren
en el week-end.

Requiem aeternam.
Definitivamente todo
ha terminado. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
por su alma.

Me he limitado
a reflejar aquí una esquela
de un periódico de New York.
Objetivamente. Sin vuelo
en el verso. Objetivamente.
Un español como millones
de españoles. No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar.


José Hierro