21 de abril de 2010

Esperar en casa del vecino



Aunque no era lo común, algunas veces sucedía. Uno se olvidaba la llave, o llegaba a casa a una hora imprevista, y no había ni el tato. La alternativa no era llorar, jugar con el móvil, sentarse a esperar o ir al bar. Era llamar al timbre del vecino (en mi caso, los reaño o los puerta) y poner cara de pena con una medio sonrisa.

Los primeros impactos siempre eran los mismos: las pantuflas del propietario y el olor característico de cada casa -ninguna casa huele igual-. Te servían una coca-cola y eras aparcado delante de la televisión, el ordenador, o algún juego de mesa. Al rato oías ruido en casa, te despedías educadamente y llamabas a casa. Sonrisa entre los padres -muchas gracias y tal- y a hacer los deberes o poner la mesa.

Me pregunto si en educación para la ciudadanía, además de explicar cómo ponerse un condón, explicarán este tipo de conductas vecinales. o a lo mejor son reminiscencias tardofranquistas, qué sé yo.

5 comentarios:

Pablo dijo...

Final contundente.
Como siempre has puesto el dedo en la tecla.
El olor carácterístico de cada lugar... a mi estos olores me dan auras, un no sé que. Y enlazando con esto te sugiero una entrada: la del fenómeno paranormal e irremediable del efecto ascensor-vejiga urinaria.
Bueno Juan, un saludo, y a ver si te pasas a visitarme para aportar algo de aire fresco.

Pedro Amorós dijo...

Soberbio como siempre Juanxo

Fon dijo...

que fresca es esta página... a ver si escribes con frecuencia. reminiscencias tardofranquistas... :-)

Mora Fandos dijo...

Gran reivindicación; se nos ha pasado el último pacto educativo para proponer lo que dices, junto con que se lea en el aula y se enseñe a escribir a la gente -cosas impensables para la pedagogía contemporánea-. Pero ya se ha visto que el pacto iba por otro sitio. Y fracasó. Manel

Anónimo dijo...

pues a mi me tardo unos años en conocer a mis vecinos