Le encargo una gestión a Pablo antes de irme a trabajar.
- Te tengo informado.
- No hace falta.
- Vamos, que te desentiendes.
Silencio medio incómodo.
- No me desentiendo. Me fío de que lo vas a hacer bien. Me fío de ti.
Risas. Me desentendí, naturalmente.
Haciendo aviones de papel con Nico, antes de lanzar por primera vez el suyo -mítico avión-flecha de toda la vida-, le echa aliento dos veces en la punta, para que vuele mejor. Como mandan los cánones. El gesto me hizo la mar de gracia: no me acordaba de esa pequeña liturgia, cuya razón de ser aerodinámica nunca tuve el gusto de conocer ni la inquietud de investigar. Han pasado ya tres días y todavía me hace gracia el gesto, así que dejo a Nico congelado en esta entrada, con sus 11 años y sus bermudas del colegio, soplando con prosopopeya la punta de su avión-flecha. No vaya a ser que en unos años se nos vuelve a olvidar el tema del soplido, y trunquemos una tradición multisecular que no debe morir.
En cuanto a la respuesta a la pregunta que encabeza esta entrada, lanzo el guante a mi hermano Luis por si quiere explicarnos el motivo. Yo soy de letras.
2 comentarios:
Me alegra que vuelvas a pasar por aquí.
Habrá que investigar lo del aliento y los aviones de papel. Siento no poder ayudarte, para mi todo lo que pese menos de una tonelada no influye en el resultado.
Un abrazo!
El aliento en el avión viene a ser lo mismo que la Warm Up en la formula 1: calentar neumáticos y motores, comprobar que todo va bien, etc.
Juanxo, gracias por volver por aquí!
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