12 de enero de 2020

Yo siempre he jugado así



La costumbre es fuente del Derecho. Nace de la repetición de actos y de la conciencia en una comunidad de que determinada práctica es obligatoria. Elementos objetivo y subjetivo de la costumbre, respectivamente.

Las comunidades frikis que juegan a juegos de mesa tienen sus costumbres, interpretan a su modo las reglas del juego. Y no es infrecuente que dichas interpretaciones paulatinamente se distancien de las reglas objetivas del juego, que se leyeron por última vez hace años, si es que realmente alguna vez se leyeron. Mientras las partidas reúnen a miembros de la  misma comunidad esta evolución consuetudinaria de las reglas no genera problema alguno.

Ahora bien, cuando alguna partida reúne a personas que no suelen jugar juntas -jugadores de distintas tradiciones- es inevitable que en un momento dado surjan las discrepancias.

Si la discrepancia se produce al arranque del juego -quién tira primero, hacia dónde gira el turno, cuánto dinero se reparte al comienzo...-, las dudas son resueltas de forma pacífica y consensuada -"estamos empezando, todos somos amigos, oye, me adapto"-, salvo que haya algún energúmeno en torno del tablero, extremo que no hay que excluir. Si ante una diferencia de opiniones antes de empezar la partida algún jugador se muestra particularmente tozudo o inflexible, se recomienda replantearse la idea de jugar con él, ya que no sé sabe a qué extremos puede llegar pasada la media hora.

Lo que resulta mucho más divertido -mágico, incluso- es cuando la discrepancia surge en un momento crítico de la partida. "¿Cómo que tengo que construir primero 4 casas y luego pagar el hotel entero otra vez?", "¿Cómo que no puedo jugar dos cartas de desarrollo a la vez?". Y entonces surge la frase inigualable, canónica: "pues yo siempre he jugado así", de quien se carga de razón apelando a su exclusiva experiencia personal, como si a los demás les importase cómo ha jugado él siempre.
Esta afirmación de "yo siempre he jugado así" puede ir seguida de varias reacciones: (1) votación democrática entre los jugadores, que muchas veces no satisface a quien piensa que lleva razón, diga lo que diga la mayoría, y le sume en profundas cavilaciones sobre la validez de la democracia-;
(2) aplicación de las reglas del lugar -ius loci-, que impone quien pone la casa y ha pagado la merienda; (3) detención del juego a modo de suspensión cautelar para examinar conjuntamente las reglas, solución normalmente adoptada cuando quien reclama se empecina un poco (genial cuando las mismas son interpretables y no queda claro qué posición es la más correcta, con lo que hay que recurrir a la votación democrática o a foros de Internet, si la cosa se pone muy fea); (4) continuación de la partida y lectura individual y por lo bajini de las reglas por parte de la persona victimizada, seguida de dos posibles reacciones: reivindicación triunfal de su teoría, apuntando con el dedo la regla en cuestión o blandiendo la hoja de instrucciones sobre el tablero; o bien devolución discreta de las reglas a la caja del juego al constatar que no llevaba razón. Dependiendo de la humildad del jugador, el mismo reconocerá su error públicamente, o hará como que no ha pasado nada e intentará que nadie le pregunte qué es lo que dicen las reglas exactamente.

Una vez resuelta la controversia, el juego continua. Quien "siempre ha jugado así" pero tiene que dar su brazo a torcer puede reaccionar de dos formas: obstinación enfurruñada, de la que no se recupera durante la partida, y, habitualmente, hasta que se da una ducha en su casa; acepación deportiva, asumiendo el cambio de planes e intentando rehacerse sobre el tablero. La inclinación hacia una de estas reacciones -no siempre racional ni consciente- suele responder a la suma de dos factores: la  posibilidad de seguir compitiendo a pesar del revés interpretativo de las reglas; y la presencia en la partida de una persona hacia la que se siente una cierta atracción sexual y con la que no se tiene mucha confianza, ante la que no se quiere hacer el ridículo.

Todo esto y mucho más nos deparan las discrepancias en la interpretación de las reglas de un juego de mesa. La próxima vez que te enfrentes con una, disponte a disfrutar con plena conciencia de ese momento mágico, divertido y tremendamente humano.

No hay comentarios: