Durante años me he cruzado con ellos casi sin verlos, quizá con una mueca semiinconsciente de burla y desprecio.
En los últimos meses he reparado en su sorprendente fealdad, en sus andares grotescos -como de chulo enano-, en su asfixiante dificultad para respirar.
Hoy, al cruzarme con uno bastante sofocado, he tenido una iluminación: si tanta gente es capaz de tener cariño a esos engendros... ¿por qué no van a poder quererme a mí?
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