19 de junio de 2020

Sic transeat gloria mundi


Cogí la llamada desde un número desconocido.

Era M. A., un viejo conocido de Madrid. Tras las dos preguntas de cortesía de rigor, comenzó a contarme que está organizando unas jornadas para universitarios que se celebran este verano. Me preparé para la invitación. Ir a dar charlas y conferencias siempre supone un pequeño engorro, pero luego suele merecer la pena. Además, qué duda cabe, que a uno le tengan en cuenta siempre es halagador.

Mientras me iba contando los detalles de las jornadas - última semana de agosto, los pirineos- fui calculando mi disponibilidad esas fechas y pensando en el dinerito que me iban a pagar, al tiempo que preparaba las típicas respuestas de: "déjame que consulte el calendario", o, mejor todavía: "creo que esos días no tengo nada, aunque tendría que mirarlo". Fundamental no mostrar una disponibilidad ansiosa, perruna, ante las invitaciones, sino dar a entender que se acepta haciendo un pequeño esfuerzo, casi un favor. Además, en el pirineo en agosto seguro que se duerme bien, hasta con una mantita. Tendré que llevarme ya un jersey.

En éstas estaba cuando M. A. me preguntó si podía facilitarle el teléfono de un buen amigo mío, a quien tenían interés en invitar a las jornadas. Algo corrido -creo que no lo notó-, le facilité el teléfono, claro, y me ofrecí a hacerle la gestión.

Antes de colgar, todavía hubo tiempo de rebajar mi ya herido orgullo, porque M. A. me comentó dicharachero: "Oye, si te apetece venirte con él, podemos aprovechar algún hueco del horario y nos cuentas algo". Si te apetece. Algun hueco. Y nos cuentas "algo". Solo le faltó añadir: "pero no te pongas muy pesado". Fue sencillamente genial.

Al trasladar la invitación a mi amigo y contarle el malentendido, nos reímos juntos un rato. De mí, claro. "No te olvides de llevar un jerseicillo. Y no te confíes", le dije para zanjar el asunto, "el día que menos te esperes el telonero puede ser tú".

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