21 de febrero de 2021

Pisar fregados

 

No había sido para tanto, la verdad. P. acababa de pisarme el suelo recién fregado. Debía andar con prisa o ir despistado, qué se yo. Aunque se había disculpado con un ligero gesto, aquello me había sentado fatal. De todas formas, en seguida me descubrí sonriendo al darme cuenta de la desproporción entre su pequeño descuido y mi disgusto, que podríamos calificar de mediano.

Que te pisen el fregado, aunque sea sin mala intención, implica un cierto desprecio. No se acaba el mundo, no te han detectado un cáncer, pero no te hace gracia. Acabas de hacer un pequeño servicio dedicando algo de tiempo y cariño, has puesto incluso buena cara, has canturreado. Y alguien pasa por allí e ignora tu esfuerzo. Tu esfuerzo mínimo, por supuesto, pero real.

Supongo que despreciar el trabajo de los demás nunca es bueno. Ahora bien, despreciar tareas humildes y pequeñas -como fregar el suelo- es particularmente malo. Miguel Ángel no necesita que nadie aplauda su Pietá, ni Leo Messi sus goles. Los genios pueden soportar cierta indiferencia. En esos casos, el problema lo tiene el ceporro que no es capaz de apreciar las obras maestras. El bedel, la chacha, el camarero, sin embargo, necesitan que les demostremos que valoramos su trabajo, porque es realmente valioso, y sin él nuestra vida sería mucho peor. Y eso se hace, entre mil formas, no pisando suelos fregados.

Echo la vista atrás y pierdo la cuenta de cuantas miles de veces habré pisado fregados en casa, en el portal o en el trabajo, pensando que no era para tanto. Pues bien, 38 años después, empiezo a pensar que quizá sí que lo es. En adelante, salvo verdaderas emergencias, haré lo posible por esperar a que el suelo ya esté seco. Y si la persona que está fregando me dice: "tranquilo, pasa", me propongo responder: "Para nada. Es un gusto lo limpio que está siempre el pasillo, y me gustaría colaborar". 

Seguro que esos diez minutos de espera me acercan más al tipo de persona que quiero llegar a ser que la ocupación que me disponía a acometer. Que, además, casi siempre puede esperar.

Eso sí, como P. vuelve a pisarme el suelo recién fregado pienso decirle cuatro cosas, al muy cabrón.

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