Mañana mandaré esto al periódico. Agradezco comentarios y sugerencias.
El otro día
hablaba con un amigo, padre de tres hijos. “Estoy un poco frustrado, tío”, me
confesaba. “Llevo dos meses intentando arreglar mi Vespa y no encuentro un solo
minuto. Siempre hay algo: cuando no es una brecha es un berrinche o un
cumpleaños… No sabes lo que cuesta encontrar un solo minuto para mis hobbies…”
Mi colega estaba
realmente frustrado, aunque, con su cerveza fría en la mano, tampoco parecía triste.
Es más, su senequismo transmitía incluso un punto de alegría. Después de hablar
con él he estado pensando un poco sobre la frustración, y he llegado a la
conclusión de que estar frustrado puede ser una buena señal.
En primer lugar,
la frustración es hija del inconformismo, del deseo de sacar nuestra mejor
versión. Quien está perfectamente satisfecho con lo que es y lo que ha
conseguido –quien no siente atisbo alguno de frustración-, probablemente sea un
narcisista o un perezoso sin intención alguna de mejorar. Ojalá en mi lecho de
muerte pueda experimentar esa sensación de paz y cumplimiento; hasta entonces,
prefiero una moderada frustración que me incite a luchar contra mis defectos.
Porque puedo y debo ser mejor.
En segundo lugar,
solo se frustra quien apunta alto, quien sueña. “Que no puedas llegar es lo que
te hace grande”, decía Ortega. Plantearnos ideales elevados nos ayuda a vivir
de puntillas, a aspirar a la excelencia y la perfección. En ese esfuerzo casi
siempre nos quedamos cortos –frustrados-, pero desarrollamos nuestros talentos
y aprendemos a vivir con ilusión. Los amarrateguis y los apocados no se
frustran, se limitan a ver pasar la vida desde la mullida butaca de su
comodidad.
Finalmente, se
frustra quien ama. De un lado, porque amar implica renuncia, posponer el propio
egoísmo para que el otro sea feliz. Llevar al niño al cumpleaños en lugar de
arreglar mi vespa. En los cuentos de hadas estas renuncias culminan en sabrosos
banquetes de perdices; en nuestra vida –Disney, ¿por qué no nos avisaste?- van
seguidas a menudo de una sorda frustración. De otro lado, porque la persona
amada nunca es perfecta. No existen mujeres ideales ni príncipes azules. No hay
hijos ni suegras diez. Descubrirlo, y convivir sin dramatismos con esa
frustración, es un signo de madurez y se aprende en el Tema 1 del amor.
¿Estás frustrado?
Pregúntate el motivo. A lo mejor, en lugar de visitar a un psicólogo o leerte
un libro de autoayuda, lo que tienes que hacer es beberte un gintónic a la
salud de tus deseos de mejora, de tus proyectos ambiciosos y, sobre todo, de
esas personas que –con sus defectos y su cariño- te ayudan a olvidarte de ti
mismo y llenan tus días sentido y de felicidad.