J. intentó repasar en su charla todo aquél documento. Introducción, cinco capítulos principales, dos anexos. Cuatro o cinco ideas por capítulo. Hombre riguroso y cumplidor, cubrió de forma rápida y sucinta todos los temas en el tiempo que le habían dado. A un minuto y medio por idea, más o menos.
Al terminar tuve la sensación de haber visitado un museo haciendo futin. Si lo sé, me pongo un chándal. Habíamos echado un vistazo apresurado a todos los cuadros importantes; no nos habíamos parado delante de ninguno.
Igual aquél repaso era necesario, pero pienso que hubiera sido mejor glosar dos o tres ideas, en lugar de treinta y cinco. Como quien va a un museo a ver un puñado de cuadros. A visitarlos. Te quedas sin ver muchos, claro está, pero tienes tiempo de detenerte ante unos pocos, de preguntarles cosas y dejarte sorprender.
Han pasado cinco
días y de la conferencia de J. solo me ha quedado una vaga sensación de
apresuramiento y efectividad.
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