El otro día estuvimos cantando y tocando la guitarra después de cenar. Como en los viejos tiempos. Alguien debería pensar algo para preservar estas "veladas" musicales en las noches de verano, cantando a cielo abierto con los amigos y bebiendo pacharán.
Con su voz poderosa -pecho de búfalo- H. cantó Txoria Txori ("el pájaro, pájaro es"), una canción en euskera realmente bonita. Al terminar nos tradujo la letra:
"Si le hubiera cortado las alas habría sido mío,
no se me habría escapado.
Pero así habría dejado de ser pájaro.
Pero así habría dejado de ser pájaro.
Y yo... yo lo que amaba era el pájaro.
Y yo... yo lo que amaba era el pájaro".
No sé qué me gustó más. Si la interpretación solemne y poderosa de H., pecho de búfalo, o la letra sencilla, grave, profunda.
A la mañana siguiente, comentando cuánto me había gustado la canción del pájaro, P. intentó pincharme el globo señalando que el tema del pájaro sin alas o atrapado por el hombre estaba ya muy manido. "De hecho -apuntó con un toque erudito-, existe constancia de un poema de hace unos cuatro mil años que trata exactamente de ese asunto".
Y ahí está precisamente el misterio. En que 4.000 años después seguimos poniendo música y letra a la misma historia, y cantándola entre alegres y melancólicos bajo las mismas estrellas en las noches de verano.
Txoria txori. Yo lo que amaba era el pájaro. Y el pacharán y las guitarras y las noches de verano. Que también nos alegran un ratito y, después, se marchan volando.
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