24 de diciembre de 2022

El que la hace la paga


 H. me hace ojillos desde segunda fila. Al salir de clase nunca deja de despedirse -"hasta luego, profesor"- con su voz de cristal.

Si fuera mi primer año como docente muy probablemente estaría colgadito por ella. A estas alturas, sin embargo, ya son varias decenas de estudiantes guapas -más o menos desenvueltas- las que han ido desfilando hacia el pozo oscuro de mi olvido, dejando solo un rastro alegre y ligero, tan propio de su edad, que el tiempo se encarga de difuminar como el viento las estelas de los aviones. Con H. pasará igual.

De todas formas, una lucecita roja se encendió en algún rincón de mi cerebro cuando el otro día, entre ella y su amiga P. -que no está nada mal, pero tiene los ojos un poco más tristes- descubrí sentado a un maromo que habitualmente dormita al fondo del aula. Un no sé qué en su forma de atender, de sonreír, de aproximarse a H. unos centímetros más de lo que haría un amigo; un cierto decaimiento del interés de ella por mí y por el acto administrativo; el imperdonable olvido del saludo de rigor cuando me iba... me hicieron sentir traicionado. Desposeído.

Mira que soy idiota.

En el examen les voy a crujir.

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