Roma desordenada. Juan Claudio de Ramón. Siruela, 2022. 342 págs.
Roma desordenada recoge unas setenta estampas romanas, que como un mosaico ofrecen una imagen culta y viva de la historia, el paisaje y paisanaje de la ciudad eterna. El libro está muy bien escrito y, para todo aquél que conozca Roma, resultará delicioso. A mí me lo ha resultado, sin duda.
Dicho esto, no puedo dejar de mencionar un cierto regusto negativo que me ha dejado su lectura, cuya causa no termino de individuar.
Por una parte, el autor no ha terminado de caerme bien, lo que achaco al tono –al tonito, diría- del libro, en el que se mezclan erudición, escepticismo e ironía en una aleación que mi gusto no funciona bien, y que en algún pasaje frisa la pedantería (frisa, jeje). Además, el libro me ha parecido superficial. De Ramón se declara agnóstico, y aunque trata con respeto el fenómeno religioso, uno se pregunta si se puede escribir y entender bien Roma sin una pizca de fe. En este sentido, el libro me ha causado una sensación similar a El infinito en un junco. Son libros ricos, bien escritos, cuidados, deliciosos –aqué más que este-… pero a los que a mi modo de ver les falta pondus. La cultura sin la fe –o sin el desgarro de su ausencia- a mí me sabe a sucedáneo descafeinado, qué le voy a hacer.
De todas formas, también podría ser, y no hay que descartarlo, que ese regustillo negativo sea hijo de una secreta envidia hacia el autor, quien a mi edad habla con tanta prosopopeya –le he escuchado en la radio-, sabe tanto, escribe tan bien y publica libros exitosos y sabios.
Aquí dejo algunos giros y formas de decir que me han gustado especialmente:
“No hay paraíso del que no se nos expulse”. P. 81.
p. 87. Tampoco, en fin, se sabe muy bien quién es famoso hoy o por qué. Como si tuvieran razón esas tribus animistas en junglas o islas remotas, y con cada foto se apagara un poco el alma del mundo, es posible que los medios de reproducción técnica, como dijo Benjamin de los objetos de arte, hayan terminado también por destruir el aura que irradiaba la fama. Como si hubiera un número finito de veces que algo o alguien pueden ser retratados antes de volver a su condición de cosa banal y sin importancia.
p. 111. El feliz matrimonio [el sarcófago de los esposos, objeto etrusco] asoma a mitad de un largo recorrido con demasiadas vasijas, a las que se termina pasando revista como un general apático a un batallón de reservistas. Todo museo de cierta envergadura debe visitarse conforme la recomendación de Plinio el Joven para la lectura: non multa sed multum.
p. 173. Sobre la basílica de San Pedro. La lección que extraemos es que queriendo hacer algo grande se puede terminar haciendo algo meramente gigante.
p. 265. Toda ruina es autobiografía. Enseña una grandeza posible y señala el camino de la extinción.
p. 280. Sobre el siglo XX: el macabro siglo de las religiones civiles estaba a punto de comenzar.
293. Sobre Inocencio X. Es el mejor retrato de la historia del arte.
p. 328. Un medio haiku escondido: Un avión divide en dos, pacientemente, el cielo.
p. 337. Durante la pandemia: Las plazas Navona o Spagna parecen actrices caídas en desgracia, solas en su camerino. El Panteón y el Coliseo, dioses ermitaños.
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