Hace unas semanas publiqué esto en el periódico. Lo guardo por aquí.
La cercanía de una nueva cita electoral excita a los políticos, que en los últimos meses viven instalados en una cierta trepidación, como de adolescente hiperactivo el primer día de un campamento estival.
Presidentes, alcaldes y concejales desempolvan promesas y reactivan proyectos, apurando las partidas presupuestarias para atraer al votante indeciso. Y así, como por arte de magia, surgen de la nada miles de viviendas sociales; se desbloquea el uso de tinglados en la Marina de Valencia; o se limpian por fin los nidos de ratas de la ciudad. Los municipios abren guarderías, inauguran parques, asfaltan caminos y aprueban subvenciones. Hay que tener a la gente contenta.
En los meses previos a las elecciones, lo estamos presenciando, la maquinaria administrativa se afina y funciona febrilmente, al 100%. La precampaña no es momento de enredarse en burocracias. Hay que dejarse de historias y empezar a hacer. O decidirse a terminar.
Y ojo que no estoy hablando de promesas ni proyectos abstractos –flatus vocis electoralistas-, sino de expedientes administrativos concretos: concejales estresados, euros, grúas, tíos sudando con petos amarillos y máquinas de asfaltar.
Ante tanto frenesí administrativo, uno se pregunta con melancolía si esa diligencia burocrática no podría extenderse algo más en el tiempo, a fin de “servir con objetividad a los intereses generales” (solemne misión de la Administración pública, conforme a la Constitución), en lugar de durar los tres o cuatro meses previos a las elecciones, y servir tan solo como lanzadera electoral de los gobiernos de turno.
De todos modos, no seremos justos si atribuimos este defecto del hiperactivismo fugaz e interesado solo a nuestros políticos. Quien más quien menos tiene sus precampañas, y concentra sus esfuerzos en momentos particularmente rentables –echarme novia, aprobar el examen, que me suban el sueldo-, para después relajarse y volver a la zona de confort.
Ojalá la Administración y los políticos fueran siempre tan cumplidores y eficaces como en estos últimos meses. Ojalá nosotros también viviéramos con esa actitud proactiva y diligente, esforzándonos cada día en convertir nuestras promesas y deseos en realidades concretas de servicio “a los intereses generales”, es decir, a los demás. Sin dormirnos en los laureles de nuestra comodidad ni en la tumbona de nuestra pereza. Conscientes de que un día también a nosotros se nos pedirá cuenta de cómo hemos gastado el presupuesto, nuestro tiempo.
El tiempo apremia. Espabila. Exprime tus talentos. Acostúmbrate a vivir como si estuvieras en precampaña electoral.
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