13 de abril de 2025

Mi mejor abrazo

Admito que padezco un ligero prejuicio antiandaluz. Sin llegar a los extremos de mi hermano, eso sí, que proclama que prefiere hacer un viaje en autobús al lado de un obrero sudoroso que de un andaluz simpático.

Pero lo cortés no quita lo valiente, y también hay que reconocer que hay algunos andaluces con una clase y una elegancia superior. 

Hace unos meses coincidí en un congreso con E., catedrático de renombre en la disciplina. Me presenté y le hablé de un libro que estaba terminando, que pude enviarle unas semanas después.

Pues bien, a vuelta de correo recibo en la Facultad una copia de uno de sus manuales -monumental, por cierto- con un tarjetón de su Universidad de cartulina verjurada, en el que con trazos gruesos, de pluma estilográfica, me agradece el envío, aplaude mi investigación y se despide con un sin par: "Mi mejor abrazo, E.".

"Mi mejor abrazo, E."

Qué maestro. No voy a copiarlo, claro está. Me quedaría grande: no tengo su clase ni su estatura (el tío mide 1.90). Y tampoco tengo el genio que da -preciso es admitirlo- ser andaluz.

8 de abril de 2025

Mauricio o las elecciones primarias. Eduardo Mendoza

 

Seleccionar esta novela para hacer un libro-fórum con alumnos ha sido un error, básicamente porque no hay trama. Además, está ambientada en la Barcelona preolímpica. Tiene ramalazos muy noventeros, que quienes tenemos más de cuarenta años encajamos con naturalidad, pero que quizá resulten poco comprensibles para personas más jóvenes.

A lo largo de sus casi cuatrocientas páginas, Mendoza nos introduce en la vida de Mauricio, un joven dentista con una personalidad bastante plana, y nos cuenta sus interacciones con su círculo social más estrecho: una medio novia, una medio amante, su familia, algún colega… En los primeros compases de la novela, también nos cuenta algunos escarceos del protagonista con la política catalana. De la galería de personajes secundarios, destacan Clotilde, una jurista recién licenciada que da sus primeros pasos profesionales; y la Porritos, una mujer sencilla, de vida azarosa y gran corazón.

Escrito por cualquier otro, el libro resultaría infumable, ya que no hay historia y los personajes resultan bastante mediocres. Mendoza, sin embargo, consigue hacer el libro interesante y ameno por tres razones.

La primera es su prosa, que es plástica, precisa y fluida (no como esta última frase, jeje). Es un verdadero gusto leerle. Da la impresión de que como quien respira: sin esfuerzo, con naturalidad.

La segunda es la penetración psicológica en los personajes, que es fabulosa. Con unas pocas pinceladas –un sentimiento aquí, una reacción allá- dibuja caracteres y tipos humanos enormemente verosímiles, a pesar de que a menudo se trata de figuras, como ya he dicho, mediocres, y también algo estereotipadas. Leyendo a Mendoza y acompañando a sus nada glamourosos personajes –a quien su vida "les vive"- uno tiene la impresión de que aquello que lee puede pasar en su familia, en su centro de trabajo o en su comunidad de vecinos. Y de que le pasa también a uno mismo. La historia nos presenta sus ilusiones, frustraciones, inseguridades y contradicciones de manera lúcida y despegada, ya que Mendoza se abstiene de sermones y moralinas. Bajo esa frialdad, no obstante, se percibe un punto de ternura, una cierta complicidad (o comprensión) con la cutrez humana.

Finalmente, también me ha gustado la galería de arquetipos humanos que dibuja, con tres o cuatro trazos: el abogado chapado a la antigua, alérgico a la informática y displicente con las mujeres; el político de izquierdas pragmático, que ha sustituido sus utopías de juventud por un pragmatismo cívico y un BMW; o el cura obrero, último superviviente más ridículo que heroico de una época periclitada.

Una última cosa que me ha gustado es que Mendoza prescinde del tono histriónico de otros libros suyos, que los hace kafkianos y, para mi gusto, agotadores (como El laberinto de las aceitunas o La aventura del tocador de señoras).

En fin: novela que no pasará a la historia, pero en que se percibe una pluma magistral, una fina ironía y una gran capacidad de observación. Entre tanto best-seller y tanta narración artificiosa con pretensiones literarias no está mal.

Rescato algunas citas que ilustran lo que he contado.

p. 177. A Mauricio no le importaba ser convencional, pero temía ser un tipo mediocre. A su edad no había destacado en ningún terreno ni se había enriquecido y se consideraba un hombre aburrido, sin originalidad, sin iniciativa y sin capacidad de transgresión.

p. 238. Las conversaciones languidecían, las reuniones eran aburridas. A nadie le resultaban interesantes las ideas de los demás, ni siquiera las propias. 

p. 245. Le dice a su hermana: Yo soy yo y estoy hablando de mi madre y de la tuya. Si se queda a pasar las fiestas con papá, verás la que se arma. Y entonces, con razón o sin ella, quiero verte aquí, formando. Citar a Simone de Beauvoir y luego escaquearse no me vale, ¿estamos?

p. 273. La novia de Mauricio está muy animada en la conversación con un tercero. Mauricio la veía más animada de lo habitual. Tal vez era la novedad, o tal vez no. Soy un cenizo, pensaba. Mi abulia y mi empeño por ser ecuánime me han convertido en un individuo sin relieve. Tengo sangre de horchata. En cambio este locatis, con sus ideas baratas y su política de tertulia radiofónica, donde se mezcla la historia de Gedeón con los acuerdos de Camp David, infunde ganas de vivir incluso al que piensa de un modo radicalmente opuesto al suyo. Los matices lo echan todo a perder.

p. 338. Había algo turbio en su persona, seguramente por haber llevado una vida delictiva y haber estado en prisión. A veces, sin razón aparente, su mirada era torva, su actitud esquiva y su risa tenía una arista cruel.